Enfoques

Generación enganchada a la desinformación

Nueve de cada diez jóvenes usa las redes para informarse sobre temas políticos y sociales a pesar de reconocer que están más expuestos a las ‘fake news’

Dos jóvenes consultan sus teléfonos móviles.

Dos jóvenes consultan sus teléfonos móviles. / Europa Press

Santa Cruz de Tenerife

Una generación conscientemente desinformada. La manera en la que los ciudadanos se interesan por la actualidad ha cambiado de forma radical en los últimos años. Quienes ahora tienen entre 16 y 30 años utilizan de forma mayoritaria las redes sociales para conocer la realidad. Tanto es así, que el 92% admite que usa estas plataformas para informarse sobre temas políticos y sociales, con lo que los que recurren a Instagram, TikTok o Youtube para estar al día son una amplia mayoría de quienes se encuentran en esta franja de edad. Así lo indica la Encuesta de Juventud del Parlamento Europeo para el año pasado, que refleja también cómo los más jóvenes son conscientes de que están más a tiro de la desinformación. Tal y como recoge el Eurobarómetro, el 76% creían haber sido impactados con noticias falsas en los últimos siete días y la mitad de los encuestados en España consideró estar expuestos a la desinformación a menudo o muy a menudo. 

Pero, ¿qué repercusiones tiene que exista una generación conscientemente desinformada y dispuesta a asumir los riesgos de conocer la actualidad a través de los contenidos de estas nuevas plataformas? Son muchas las voces que han alertado de los peligros que puede tener una masa de nuevos, pero también viejos votantes, desinformada para las democracias actuales. Un sistema político basado, de manera idílica, en que los ciudadanos tomen decisiones informadas. Y ya se ha visto cómo las campañas de desinformación en las que las noticias falsas, pero también la posverdad y la descontextualización de los datos, puede acabar teniendo repercusiones en procesos electorales en todo el globo. Las dos elecciones que han llevado a Donald Trump a la Casa Blanca, las campañas de desinformación orquestadas por Rusia para incidir en procesos electorales de países europeos –como los comicios catalanes de 2024– o la campaña online plagada de teorías de la conspiración que catapultó a Alvise Pérez en las elecciones al Parlamento Europeo, demuestran que lo que pasa en las redes tiene su reflejo en estos procesos. Pero la desinformación y los bulos que campan a sus anchas por estos canales también tienen otros efectos como la radicalización, la polarización o el resurgimiento de ideas u opiniones que muchos consideraban ya superadas. 

¿Qué ha cambiado para que los más jóvenes se hayan entregado a las redes sociales no solo para entretenerse, sino también para conectarse con la actualidad? Para empezar los hábitos de lectura y la capacidad de concentración ya no son lo que eran. Cada vez cuesta más dedicar un rato a leer tranquilamente algún tema que nos resulte de interés y cada vez son más quienes se ven incapaces de terminar el capítulo de una serie, no digamos una película, sin echar un vistazo al móvil en una o varias ocasiones. 

Las pantallas han cambiado por completo los hábitos y provocan que los usuarios estén siempre en búsqueda de novedades. Por otro lado, los contenidos han sabido adaptarse a las nuevas demandas. El profesor de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de La Laguna (ULL), Samuel Toledano, asegura que en este maremágnum de contenido la información se acaba convirtiendo en un producto que se oferta siguiendo pautas más propias del marketing. «Se replica lo que se hace en el comercio, enganches más atractivos, etiquetas, branding o sensacionalismo que acaba contaminando la información», expone. El consumo es también más rápido, casi «como un producto de usar y tirar». 

En el contexto actual, los contenidos compiten para llamar la atención del público y la emoción toma el mando para apelar a ellos. Con esto convive también otra tendencia, la del rechazado a la actualidad, los news avoider, personas que huyen de las noticias. 

Las noticias falsas y la posverdad que circula en internet ponen en jaque a las democracias por su injerencia en los procesos electorales

Pero tanto los desconectados por elección, como quienes acaban por encontrarse la información casi como por casualidad, pueden acabar siendo víctimas de la desinformación deliberada, es decir, aquellos contenidos que buscan en cierta manera manipular la opinión del usuario. Las fake news no son algo nuevo, existen desde hace mucho. Lo que sí es más novedoso es que ahora disponen de canales en los que todo cabe. 

El profesor de Comunicación Política de la Universidad de Vigo y autor de Contra la desinformación: manual de herramientas y recursos didácticos en el aula, José Rúas, recalca que las redes sociales han supuesto un caldo de cultivo excelente para la desinformación que nunca antes había tenido una capacidad tan grande de difusión. «Propaganda ha habido siempre, pero el efecto se ve incrementado por la Inteligencia Artificial y el sesgo algorítmico», detalla. Un proceso a través del que se le seguirán mostrando al usuario más y más contenido por el que se muestre interesado, generando una espiral totalmente sesgada. «Las redes sociales te dan una opinión parcial de tu entorno y un feedback de gente que piensa igual que tú», explica. Actuando igual que una cámara de eco que no hace otra cosa sino reafirmar las creencias que ya tiene el usuario, sin que haya espacio para el pensamiento crítico. 

Sin embargo, elegir leer información de un medio u otro en función de tu ideología era ya habitual. La diferencia ahora es ese refuerzo que potencia todavía más el algoritmo y el riesgo añadido es la desinformación. Los medios tradicionales ya no tienen el monopolio de ser los intermediarios de la realidad. Sin embargo, los grupos editoriales y los profesionales del periodismo deben tener unas pautas, una deontología y una exigencia de calidad en la información de la que carecen otro tipo de canales o emisores. En redes sociales cualquiera puede lanzar todo tipo de mensajes sin ningún tipo de verificación. Difícilmente podríamos ver una columna de opinión en un periódico en la que se defendiera el terraplanismo, pero esta loca teoría y la supuesta conspiración que busca ocultarla al mundo corre como la pólvora a través de otros canales en igualdad de condiciones respecto a otros contenidos.

Un aspecto que también provoca que discursos extremistas tengan una gran difusión, algo que puede acabar generando una radicalización de una parte de la sociedad. «El peligro no es solo que se puedan publicar mentiras sino que se muestre solo una parte del dibujo, porque las fake news se desmontan más rápidamente pero a través de las medias verdades se va radicalizando una opinión sesgada», considera la profesora del Grado de Publicidad en la Universidad Europea de Canarias y experta en redes sociales, María Corral. 

Bajo su punto de vista, se ha producido una tormenta perfecta para que los jóvenes se hayan lanzado en los brazos de estas plataformas. «Desconfían de los medios tradicionales», apunta, mientras que las figuras con presencia en redes sociales «desarrollan toda su narrativa con una forma de expresarse que conecta con la Generación Z y muchos atacan a los medios por su supuesta falta de objetividad y de libertad». 

Pero aunque se dejara la desinformación a un lado y se consumieran solo contenidos veraces, los expertos consideran que difícilmente se podría estar bien informado solo viendo pequeños vídeos de pocos segundos.

Muchas voices abogan por u na regulación para mitigarla o por facilitar a los usuarios herramientas para poder desenmarcarla

Sin embargo, algunos expertos opinan que tampoco se puede maximizar el efecto de la desinformación. Alberto Ardévol, profesor de Periodismo en la ULL y director del Laboratorio de Investigación sobre Medios y sus Efectos (LIME), cree que hay que diferenciar entre circulación y exposición. «Hay desinformación en redes sociales y circula, pero las fake news son un porcentaje menor, y luego entra en juego que el usuario se las crea o no y que eso vaya a cambiar sus ideas». 

Aun así reconoce que si se extrapola su efecto a la población de todo un país ese porcentaje pequeño puede convertirse en números más grandes que en panoramas electorales ajustados pueden tener un efecto importante. «Siempre se achaca a las redes sociales pero las sociedades actuales son complejas, las dietas mediáticas también lo son, la desinformación en las redes no es el único responsable», valora. 

Pero entonces, ¿supone o no un riesgo para las sociedades democráticas? Ardévol explica que en su grupo de investigación han podido constatar que las redes son un gran medio para la expresión política, en el que muchas veces personas que no buscan tener contacto con las noticias lo acaban teniendo de forma incidental. A su juicio, y a diferencia de otros compañeros, cree que también favorece el contacto con otras ideas políticas. ¿Por qué? «Se cree que en la vida real estamos expuestos a diferentes ideas, personas o discursos, pero la vida offline es una burbuja mucho mayor», evidencia, ya que a menudo el entorno que nos rodea «tiene nuestra misma clase social, ingresos o nivel cultural». Sin embargo, recalca que también hay riesgos: voces minoritarias con un eco exagerado, polarización, desinformación y un bajo nivel de aprendizaje. 

Una situación que genera una gran masa de electores no tan bien informados a los que se les trata de desinformar todavía más. «No solo se trata de atacar las ideas del contrario, sino que se ponen en marcha estrategias para desmovilizar, se llevan a cabo campañas agresivas y se juega con la falsedad y la posverdad», apunta Corral. Y cada vez más las fake news están marcando los procesos electorales. Algo que ha ocurrido de nuevo en las elecciones que hoy celebra Alemania, con la ultraderecha instaurada en la segunda posición y un reguero de bulos que ha llevado al gobierno a alertar a sus ciudadanos. 

Los objetivos pueden ser de lo más variopintospero entre ellos puede estar incluso la injerencia de países extranjeros. «Sufrimos ataques a través de terceros países con ánimo de desestabilizar, sembrar el caos y la división», asegura José Rúas. Son los conocidos como ataques híbridos. «Es un ataque a la democracia, intentan minar las democracias occidentales y romper la Unión Europea es ahora el gran objetivo», sentencia.  Pero no solo los procesos electorales salen dañados a nivel local, sucesos como la DANA que anegó Valencia también han sufrido una buena dosis de desinformación. 

Ante esta situación, cada vez son más las voces que claman por una regulación que permita proteger a los ciudadanos, pero son pocas las que se ponen de acuerdo en cómo debe llevarse a cabo. Un combate que debería afectar sobre todo a la desinformación intencionada y organizada, que también se ha convertido en un negocio. 

Pero llevar a cabo una limitación de los mensajes que pueden lanzarse a través de estos canales podría llegar a interpretarse como un recorte a la libertad de expresión, por lo que también se aboga por abordarlo desde la perspectiva del propio usuario. A nivel educativo o inoculando lo que se considera como la vacuna contra la desinformación: un libro de instrucciones con las herramientas para poder desenmascararla por uno mismo. 

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