La Generación Z normaliza la abstinencia
Los jóvenes canarios se emborrachan menos que antaño mientras difunden por redes la idea de «salir sin beber». La prohibición de los botellones, las mejoras en la economía e incluso el culto al cuerpo pueden estar detrás de esta tendencia. Sin embargo, los expertos advierten de que este fenómeno esconde una transición silenciosa hacia otras drogas

La Generación Z normaliza la abstinencia / ED
Si hoy el grupo de rock español Extremoduro volviera a reeditar su canción Salir, tendría que reformular su popular estrofa, porque salir y beber ya no es el rollo de siempre. La Generación Z está rompiendo (aunque tímidamente) los patrones de consumo de alcohol que sus mayores llevaban décadas cosechando. Los más jóvenes reniegan del alcohol y son menos proclives a acabar la noche demasiado borrachos. El endurecimiento de la prohibición a los botellones, la salida de la crisis económica, la socialización a través de redes sociales e incluso el mayor culto al cuerpo y al bienestar pueden estar detrás de esta incipiente tendencia, que se conjuga con un discurso juvenil que aboga por la normalización de la abstinencia.
La tendencia no está clara, pero ya hay algunos estudios que manifiestan esta nueva realidad. Según las últimas encuestas sobre uso de drogas en enseñanzas secundarias en España (Estudes), los adolescentes canarios beben menos y lo hacen en menor cantidad. En 2023, el 51,3% de los canarios de la generación Z aseguraban haber consumido alcohol en el último mes. Casi una década antes, en 2014, el 61,4% de los millenials admitían haberse tomado una copa en el último mes.
En menor proporción han cambiado los patrones de comportamiento con respecto a las borracheras, aunque también se ha producido una ligera modificación. En 2014 el 15,4% de los jóvenes canarios había sufrido una intoxicación etílica en el último mes; en 2023 fueron el 14,4%. Un punto porcentual menos. Si esta cifra se compara con la que había previa a la pandemia de coronavirus, la brecha es aún mayor. En 2018, hasta el 17,7% de los estudiantes había sufrido una intoxicación etílica en el último mes.
En adultos no ocurre lo mismo. La tendencia en la población de 15 a 64 años es a consumir más alcohol que hace diez años. Según la encuesta EDADES, en 2013 el 55,6% de la población canaria había bebido en el último mes, en 2024 ese porcentaje ha aumentado hasta el 59%. Al mismo tiempo, los adultos ahora también tienen más borracheras que hace diez años. Tal es la diferencia entre adultos y menores, que estos últimos son seis puntos porcentuales menos proclives a emborracharse que los mayores (20,6%).
Una muestra inequívoca de que las conciencias de las nuevas generaciones se están removiendo es el comportamiento que está teniendo la industria. En los últimos años, las grandes compañías cerveceras se han mostrado mucho más interesados en crear bebidas sin alcohol de mejor calidad. Esta búsqueda de un sabor atrativo para el consumidor ha llegado a ser motivo de batallas comerciales entre marcas.
El fin del botellón
No hay un solo motivo que explique este cambio de patrón de comportamiento. Una de las razones a las que primero aluden los expertos epidemiólogos y sociólogos consultados es la prohibición del botellón. La que hace una década era una práctica habitual en las calles de las Islas –algunos ayuntamientos llegaban a habilitar zonas concretas de la ciudad para este fin– es una práctica cada vez más residual. La Generación Z prefiere beber en bares o discotecas, y solo se reúne para consumir alcohol en grupos –muchas veces como «previa» a la salida nocturna– en viviendas, fincas o establecimientos privados.
El botellón tuvo su época dorada durante la crisis económica de 2008. «En esos años, la escasez se vivió de manera muy clara en los jóvenes, porque salir de fiesta dejó de ser económico y el botellón era la vía barata», relata el sociólogo de la Universidad de La Laguna, Aníbal Mesa. Pero este boom del consumo de alcohol en la calle tuvo consecuencias y el Estado no tardó en responder. De este modo, aunque cada comunidad autónoma había impuesto sus propias restricciones al consumo de alcohol en la calle –en Canarias hay normativa específica desde 1998–, no fue hasta la entrada en vigor de la Ley 4/2015 del 30 de mayo de Protección de la Seguridad Ciudadana (popularmente conocida como Ley Mordaza) cuando se reguló para toda España a unísono. En dicha normativa ya se establecía que el consumo de bebidas alcohólicas en lugares, vías, establecimientos o transportes públicos conllevaría a una sanción leve cuando perturbara gravemente la tranquilidad ciudadana.
«Aunque se sigue viendo, la normativa ha conseguido que se reduzca mucho esta práctica», sentencia Mar Velasco, del servicio de Adicciones de la Dirección General de Salud Mental y Adicciones del Gobierno de Canarias, que insiste en que hacerlo está, incluso, «mal visto». Los jóvenes siguen quedando para beber e inhibirse en un ambiente festivo, pero entonces ¿a qué se debe esta reducción del consumo? Los expertos insisten en que el botellón es un lugar idóneo para pasarse con la bebida, cosa que no ocurre en una vivienda o un entorno privado. «Esas borracheras que conducen a perder el sentido se contienen cuando el espacio para hacerlo es el hogar», insiste Mesa.
Pero de nada hubiera servido la prohibición si no fuera de la mano de una política de prevención de este tipo de comportamientos. En concreto, los organismos de Salud Pública han adaptado el mensaje a la realidad social: «Nos hemos dado cuenta de que prohibir el consumo no funciona, en especial si es una sustancia legal», recalca Velasco. De esta manera, desde hace unos años, la estrategia de prevención se basa en que la población «aprenda a hacer un consumo responsable del alcohol».
Cara y cruz de las redes
El presidente del Colegio de Sociólogos de Canarias, Josué Gutiérrez, lo vincula, a su vez, a la promoción de hábitos de vida saludable que ha surgido en redes sociales de manera orgánica. Y es que las premisas hedonistas sobre las que se asienta la actividad en estas plataformas recopensan el culto al cuerpo y el autocuidado, dos actividades que muchas veces «resultan incompatibles con el consumo de alcohol».
Pero no sería lo único en lo que han influido las redes sociales en esta tendencia. En general, el auge de internet y de la interconexión a través de una pantalla empieza a sugerir un cambio en los patrones de comportamiento social. «Se piensa que estas interacciones están retrasando la llegada de los jóvenes a sus primeras experiencias sociales porque viven su vida a través de lo virtual», revela Mesa, quien sin embargo, toma esta hipótesis con prudencia. «Aún hay que estudiar mucho más para establecer una correlación», insiste.
En general, todos los estudios sobre los comportamientos de los jóvenes deben afinarse por la complejidad del grupo etario del que estamos hablando. «La juventud es una categoría social difícil de entender porque es un grupo difuso cuya experiencia de vida está marcada por su étnia, sexo o clase social», insiste el sociólogo de la Universidad de La Laguna, que invita a los investigadores a realizar una reflexión. «Gran parte de los estudios sobre la juventud son trabajos cuantitativos, pero en este caso es necesario abordar un profundo análisis cualitativo de las razones que están detrás de esta tendencia», insiste.
Alcohol y tabaco
Al abordar la disminución del consumo de alcohol, la mirada de todos los expertos se vuelve hacia el tabaco. Hubo una vez en nuestro país donde fumar en el trabajo o comprar una caja de cigarrillos casi a diario estaba tan normalizado que se pasaba por alto el riesgo implícito, pero a día de hoy, veinte años después de que España regulara su consumo del tabaco en lugares públicos, se ha convertido en un hábito que apenas mantiene el 36,9% de los canarios.
Aunque los expertos no contemplan un descenso del alcoholismo tan acusado como el que ha vivido el tabaquismo, sí ven entre ambas tendencias algunas similitudes. Semejanzas que, además, preocupan. No en vano, la disminución del consumo de una droga puede ocasionar un trasvase de adictos de hacia otro hábito tóxico de moda.
«Tenemos una cantidad ingente de adolescentes que fuman cigarrillos electrónicos», explica Gutiérrez. Paradójicamente, mientras Canarias es una la comunidad en las que menos tabaco consumen los jóvenes, también se sitúa entre las regiones en las más triunfan los vapeadores. Según la encuesta Estudes, el 53,6% de los estudiantes de secundaria de Canarias han probado los cigarrillos electrónicos alguna vez en la vida y el 47,1% le ha dado una calada a uno en el último año. La cifra duplica la del consumo de tabaco en estos adolescentes. Solo el 26,8% de los estudiantes ha fumado un cigarro en su vida –la cifra más baja de España– y apenas el 20,3% lo ha hecho en el último año.
Algo similar ocurre con el alcohol. «Cuando se reduce el consumo de alcohol, puede ocasionar un aumento de otras drogas», insiste el psicólogo y profesor en la Universidad Europea de Canarias, Roberto García. «La disminución puede estar relacionada con el aumento del consumo de bebidas energéticas», añade Gutiérrez.
Aunque no hay datos de Canarias, los datos a nivel nacional revelan que el consumo de Monster, Red Bull o Burn es una práctica habitual entre los jóvenes. Cerca de la mitad de los adolescentes ha consumido estas bebidas en el último mes. Aunque Gutiérrez admite que este trasvase es «difícil de demostrar» (ya que no hay siquiera datos disgregados por comunidad autónoma), su irrupción entre los jóvenes preocupa. Especialmente cuando se mezclan con alcohol. Casi el 20% de los estudiantes de 14 a 18 años utiliza estas bebidas para que su copa sepa mejor.
Salirse del redil
Pero a tenor del incipiente comportamiento detectado en la juventud, ¿podría el alcohol perder popularidad tal y como ha ocurrido con el tabaco? Los expertos lo ponen en duda. «El alcohol está muy normalizado», sentencia Velasco. «Mientras el tabaco se percibe como un comportamiento problemático, no pasa lo mismo con el alcohol», destaca Aníbal Mesa. A esto se une que «el tabaco molesta, y el alcohol, en principio, no debería», como sugiere, por su parte, Gutiérrez.
Y es que a día de hoy, tomar una caña después del trabajo o beber una copita de vino con la comida está tan socialmente aceptado que quienes salen del redil sufren unas insólitas consecuencias que acaban teniendo impacto en su salud mental y en su afán de socialización. Con esta premisa, Instagram y TikTok se han llenado de videos en los que algunos jóvenes denuncian cómo se sienten al salir con sus amigos de fiesta y pedirse un vaso de agua.
«Esta decisión hace que quien la toma se sienta como pez fuera del agua e incluso cierto rechazo que en ningún caso está premeditado», insiste García. Además este comportamiento abstemio suele suscitar preguntas, burlas e incluso presión por parte del grupo que genera incomodidad y desasosiego en quien lo sufre. «Es un elemento de socialización y no consumir alcohol te desplaza de determinados espacios y dinámicas», añade, por su parte, Mesa. «Al igual que el tabaco, muchos empiezan a beber de forma social y muy temprano», insiste el sociólogo de la ULL. A largo plazo, este vínculo entre la socialización y el alcohol se afianza y resulta difícil de romper.
Así, en una sociedad que ha abrazado y hasta romantizado la embriaguez, difícilmente el alcohol pasará a formar parte de esas drogas que caen en el olvido por un estigma concreto. Pero querer beber «hasta perder el control», como cantaban Los Secretos a finales de los 80, puede que ya no sea la fórmula del éxito.
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