Opinión

Lingüística del reguetón

Lingüística del reguetón

Lingüística del reguetón / Adae Santana

Humberto Hernández

Humberto Hernández

El reguetón, originario de Puerto Rico y heredero del reggae y del rap en español, recoge en sus canciones la rabia del marginado que quiere ser escuchado, pues se consideró que el lenguaje crudo de la música, la sexualidad explícita y la jerga áspera callejera, no eran menos obscenos, violentos o moralmente cuestionables que el Puerto Rico de entonces, según criterio de Negrón Muntaner, citado por Gervasio Luis García en su intervención en el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (Cádiz, 2023). Leonardo Padura considera que es la consecuencia de una desintegración social, una expresión de esa relación con la sociedad a través de una manifestación artística en el que la vulgaridad, lo soez, lo promiscuo, el machismo agresivo tiene un espacio demasiado importante. Vulgaridad y desorden que se interpretaron como un modo de protesta ante una sociedad injusta, cuyo impacto mediático (a través de redes sociales, sobre todo) ha alcanzado una enorme trascendencia que, observada desde una perspectiva razonable desde nuestro punto de vista, no resulta fácilmente explicable.

Aunque tanto la música como la letra son componentes originales del reguetón, nos centraremos en los aspectos lingüísticos, que constituyen el motivo central de este artículo, dado el interés que ha suscitado la extraordinaria difusión del género, pues no puede menos que provocar asombro el hecho de que un tema como Despacito haya alcanzado una de las mayores visualizaciones en YouTube: ocho mil millones, nada menos. Es comprensible, pues, la preocupación, desde el punto de vista filológico, por desentrañar, si las hubiera, las claves y las razones que justifiquen su descomunal difusión.

Por lo pronto, y esto puede resultar significativo, hemos observado un inicial interés por tratar de unificar la denominación del género: reggaeton, reggaetón, regueton y reguetón, cuatro formas de palabra que alternaban, dos más generales ortografiadas a la inglesa (sin tilde) y otras dos (con tilde) a la manera española. La propia Academia Puertorriqueña de la Lengua Española tomó cartas en el asunto decantándose por la variante reguetón, forma que propuso como la canónica a la Real Academia Española para la inclusión en su Diccionario (DLE). Así aparece ya, por primera vez, en su última edición con los sentidos de «Música de origen caribeño e influencia afroamericana, que se caracteriza por un estilo recitativo y un ritmo sincopado producido electrónicamente», y «Baile que se ejecuta al son del reguetón». También, el Diccionario del español actual (DEA), de Manuel Seco, le da entrada con la siguiente definición: «Música de origen caribeño, basada en el reggae y que se baila con movimientos muy sensuales. También su baile». En todos los casos se nos indica su origen y algunas de las características formales, rítmicas y estilísticas de las canciones y del baile, mas ninguno entra en caracterizar los poco aleccionadores temas tratados ni la calidad del lenguaje utilizado. También los repertorios léxicos registran otras voces relacionadas, como el derivado reguetonero (en DEA) o perreo, que recoge el mismo DLE («Baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón, con eróticos movimientos de caderas, y en el que, cuando se baila por parejas, el hombre se coloca habitualmente detrás de la mujer con los cuerpos muy juntos»), y, por supuesto, la acepción correspondiente para el verbo perrear: «Bailar perreo».

Si bien la preocupación lexicográfica por definir el género parece justificada, nos llama la atención el aventurado despropósito de quienes consideran el reguetón como principal motivo de la expansión actual del español. El director de la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid, por ejemplo, ha afirmado en unas declaraciones, poco afortunadas a mi juicio, que el reguetón (y Shakira) han hecho más por el español que el Instituto Cervantes, por no citar la anécdota de que en el último Congreso Internacional de la Lengua Española, antes citado, mientras el presidente de la Real Academia pronunciaba su discurso de clausura, aparecían como fondo las imágenes de algunos reguetoneros, y no, como cabría esperar, las de ilustres representantes de nuestra lengua y de nuestra cultura, que ¡vaya si los hay!

Visibilidad mundial

Es verdad que la extraordinaria expansión del reguetón ha servido para darle mayor visibilidad a nuestro idioma en dominios, hasta ahora, exclusivos de la lengua inglesa, y para demostrar, pues parece que todavía es necesario hacerlo, que el seseo es un rasgo característico del español general frente a la distinción de los sonidos s y z, que se mantiene en muy pocas zonas del mundo hispanohablante. Y ha sido el tan reproducido Despacito el que ha dado pie para ilustrar el hecho de la mayor extensión del seseo (¡a ver quién no canta «despasito», con nuestra s predorsal!). Sin embargo, a pesar de estas positivas consecuencias, habría que plantearse si el tipo de lengua elegida por los reguetoneros constituye una modélica referencia, digna representante, de la enorme riqueza de nuestro milenario idioma.

Confieso que me costaría reconocer como prototípico del español, por muy evolucionada que fuera la modalidad caribeña de partida, la gangosa sonoridad, casi generalizada (tal vez por efecto del AutoTune, que permite corregir la afinación en la música), la escasa tensión articulatoria y el debilitamiento de los sonidos, con pérdidas de marcas de pluralidad que hacen dificultosa la comprensión («A vece», «Tú ere’ mi muher», «Aquí somo’ lo’ mehore’»; «To’o lo hombre’ somo’ iguale’»), o la pérdida generalizada de la /d/ intervocálica («to’as», «jodi’o»).

El léxico

En el terreno del léxico, se observa un buen número de americanismos, aunque a veces resulta difícil diferenciar lo jergal de lo dialectal: ajorar (‘apresurarse’ o ‘causar enfado’), bichote (‘narcotraficante’), chingar (‘practicar el coito’), enzorrar (‘molestar, fastidiar’), frontear (presumir), janguear (‘salir a divertirse’), roncar (‘provocar’), o la utilización injustificada de anglicismos (los weekenes, sorry, dirty) y de palabras vulgares con una elevada frecuencia y fuera de contexto (hijueputa y cabrón, son muy comunes). Confieso que he ido en busca de aspectos que pudiera ofrecer como ejemplos de un uso original del lenguaje reguetoniano, ¿lo habrá tal vez en el ritmo (tal vez)?; en la rima, desde luego no, la monorrima y el ripio son los procedimientos dominantes: «Queda de ti que lo perdone/ El que lo olvides o que lo abandone / Porque con llorar no se compone». O esta otra estrofa: «Esto es pa’ que quede, lo que yo hago dura / Demasiada’ noches de travesura’/ Vivo rápido y no tengo cura / Iré joven pa’ la sepultura».

Y, si bien, a tenor de lo que se esperaba por su origen de género rebelde y contestario como se anunciaba, solo encuentro mensajes socialmente reprobables: «Estoy enamorado de cuatro beibis / Siempre me dan lo que quiero / Chingan cuando yo le’ digo / Ninguna me ponen pero’ / Dos son casadas / Hay una soltera / La otra medio psycho / Y si no la llamo se desespera / Polvo corrido siempre echamo’ tre’». Y nada de falsas e hipócritas moralejas, sinceridad ante todo: «Si antes yo era un hijueputa ahora soy peor»; «Pal’ carajo el amor verdadero, yo solo pienso en hacer dinero»; «Tó lo’ hombre’ somo’ iguale / Solo queremo’ montar en un MacLaren / Dinero, mujere’ y abdominale’».

He leído que en la promoción del español alguien situaba en el mismo nivel de influencia el reguetón que las telenovelas, que en el pasado fueron fuente de nuevos interesados por nuestra lengua en la Europa del Este, y yo me resisto a creerlo, del mismo modo que no comparto del todo la idea de que haya jóvenes estadounidenses que quieran aprender hoy español por la influencia del reguetón.

Quizás deberíamos ser menos triunfalistas y no dejarnos deslumbrar por la perversa fatuidad y las millonarias cifras de las redes sociales; prefiero seguir pensando que el Instituto Cervantes, aun reconociendo que puede hacer todavía más por el idioma, no tiene por qué competir con modelos pobres y facilones, rayanos en la vulgaridad, alejados de los atemporales cánones de la estética y del buen gusto y con los que difícilmente podríamos ejercer el pensamiento científico ni intervenir en la economía mundial.

Y de la música, ¿qué? Pues, con la música, a otra parte.

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