Opinión

¿Por qué no se quedan en África?

¿Por qué no se quedan en África?

¿Por qué no se quedan en África? / M. Moreiras

Jaume Portell

Quedarse quieto es difícil cuando tu plato de comida se va vaciando. Ese es, hasta cierto punto, el motor de los movimientos migratorios. Aunque parezca mentira, un hilo invisible une los discursos de la extrema derecha europea con los sentimientos de los africanos que llegan a Europa. Cuando los primeros invitan a los africanos a «irse a su país y quedarse allí», muchos africanos no pueden más que pensar en su fuero interno que ojalá fuera así. Ese es su auténtico sueño.

En Senegal y Gambia he escuchado decenas de veces el mismo relato, la historia fundacional: «me iré a Europa a ganar mucho dinero, estaré unos años y luego volveré». El futuro migrante no ha ni salido de su país y ya se imagina volviendo, su viaje a Europa no es más que un peaje necesario –y temporal– para ser feliz en su país. Es una promesa que se hace, que el paso de los años convertirá en una mentira: ni conseguirá su objetivo en pocos años, ni ganará tanto dinero, ni podrá regresar a su país -quizá, si puede, lo hará de visita. El migrante acabará viviendo en un limbo perpetuo, en un país que no es el suyo, soñando y amando una tierra que ya solo existe en su imaginación: cuando esté de vuelta, los senegaleses y gambianos serán los primeros en hacerle notar que él tampoco es de allí. Ya no.

Este 2023, Canarias ha vivido un nuevo récord. Han llegado más de 36.000 personas, superando de esta manera la cifra de la crisis de los cayucos del 2006. La mayoría eran senegaleses, pero seguimos sin saber por qué motivos vienen. La derecha pide mano dura contra los migrantes; la izquierda pide solidaridad o repite «qué desastre» hasta el infinito, sin dar ninguna solución concreta. Desde 2006 hasta hoy, hemos obtenido las mismas respuestas en el debate migratorio porque nos hemos asegurado de que nadie nos cambie las preguntas. Un tercio del petróleo que se consume en España es de origen africano, pero la mayoría de los españoles se pregunta qué haría África sin la ayuda de Europa. Nadie se pregunta qué sería de Europa sin África. En Senegal, los motivos que han desencadenado esta crisis no dejan de ser la evolución de un problema fundacional: las decisiones más importantes nunca se han tomado pensando en el bienestar de la mayoría de su población. Acompáñenme al aeropuerto.

Los nombres de las calles en Senegal tienen una norma no escrita. Suelen homenajear a autores, políticos y personalidades francesas. En el caso de los senegaleses, merecen homenajes siempre y cuando hayan sido próximos a París. Si han sido más rebeldes, quedan proscritos de la historia o se les homenajea una vez hayan muerto y ese hecho biológico les haya desactivado políticamente. El aeropuerto de Dakar homenajea a Blaise Diagne, el primer diputado senegalés en la asamblea francesa. Una vez sales del aeropuerto, pasas por una autopista –con peaje– controlada por Eiffage, una empresa francesa. Cuando llegues a Dakar y quieras repostar, irás a una gasolinera Total, otra empresa francesa. Puede que te gastes el poco efectivo que tengas, y entonces tengas que ir a un banco –en Senegal, pocos comercios aceptan los pagos con tarjeta, excepto los supermercados Auchan, otra empresa francesa–. Para sacar dinero encontrarás muchos cajeros de Société Générale, y no digo de qué país es porque ya lo saben. De todas maneras, da igual qué banco elijas, la moneda que obtendrás será el franco CFA, ligado a Francia a través de su paridad fija con el euro –antes, con el franco francés–.

Ndongo Samba Sylla, un economista senegalés, define con acierto los pasos que el colonialismo siguió en Senegal y otros países africanos. Una vez conquistados militarmente, los colonialistas querían imponer una serie de cultivos a los africanos. Era imposible hacerlo solamente por las armas, habría sido demasiado caro. La coerción monetaria es más sutil y efectiva. Los colonialistas rompieron los flujos comerciales existentes entre los africanos, prohibieron sus monedas e impusieron nuevos impuestos. Estos debían pagarse en la moneda impuesta por la metrópolis, y solo había una manera de conseguirla: cultivando aquello que dijeran los colonialistas. Hoy en día, países como Senegal y Gambia cultivan y exportan lo mismo que hacían entonces: cacahuetes. Cada hectárea de cacahuete es una hectárea menos que se dedica al arroz, al sorgo o al cultivo de alimentos destinados a la población local. Ni Senegal ni Gambia producen todo el arroz que necesitan para alimentarse, así que lo que les falta debe comprarse fuera. Estas importaciones implican un gasto en dólares, reanudando un ciclo perpetuo de endeudamiento en monedas que ambos países no fabrican. ¿Cómo pueden conseguir dólares Gambia y Senegal? Cultivando aquello que les recomiende el FMI –donde los grandes accionistas son los países ricos–. Cada vez que encuentren una materia prima –oro, petróleo, gas, en el caso senegalés–, esta seguirá la misma tendencia: su extracción servirá para pagar la deuda. La economía crecerá, y los beneficios fluirán hacia el exterior.

La mayoría de los platos más conocidos de la cocina senegalesa llevan arroz. El mafe, arroz con carne y salsa de cacahuete, es un fiel reflejo de la historia colonial: el arroz fue introducido por Francia durante el colonialismo –necesitaban vender sus stocks de arroz de Indochina, actual Vietnam, y decidieron introducirlo en Senegal. Y el cacahuete fue el cultivo colonial por excelencia –aún hoy, un tercio de las tierras agrícolas cultivadas en Senegal se dedican al cacahuete, según la FAO. El thieboudienne (ceeb au jën, en wólof, significa arroz con pescado) es el plato nacional de Senegal, y desde hace años está sufriendo golpes. El pescado cada vez es más caro y escaso: la llegada de barcos europeos y asiáticos ha reducido las cantidades disponibles para los pescadores locales. España, a través del acuerdo de pesca UE-Senegal, ha sido una de las grandes beneficiarias de esta situación. A principios de los años 90, en Senegal y España se comía la misma cantidad de pescado por habitante al año: unos 35 kilos. En 2021, esa cifra había cambiado: un español comía de media unos 40 kilos de pescado al año; un senegalés, 12 kilos. Las cocineras callejeras de Dakar han reflejado este problema reduciendo la cantidad de pescado en su thieboudienne. Añaden otras verduras, picante, condimentos. Otra amenaza se cierne sobre el horizonte: la India, primer exportador de arroz mundial, ha decidido prohibir parte de sus exportaciones para controlar la inflación local antes de sus elecciones. La India es uno de los principales proveedores de arroz en Senegal. Veremos como resuelven este nuevo embate las cocineras senegalesas. De momento, algunos de sus hijos se juegan la vida para que puedan pagarlo.

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