Los insectos se quedan sin tiempo

La pérdida de espacio, el deterioro ambiental y las especies invasoras abocan a la desaparición a una de las piezas claves

para garantizar la supervivencia de los ecosistemas canarios

Los insectos figuran entre los olvidados de la sexta gran extinción de especies.

Los insectos figuran entre los olvidados de la sexta gran extinción de especies. / Erik Karits en Pixabay.

Verónica Pavés

Verónica Pavés

Los insectos se quedan sin tiempo. Desde un pequeño arácnido que vive en soledad en una abrupta y oscura cueva de Fuerteventura, hasta el saltamontes que rebota en una única ladera del suroeste de La Palma, pasando por las negras abejas canarias que polinizan los tajinastes del Teide. Para todos ellos, y otros tantos artrópodos en las Islas, la supervivencia se ha convertido en una carrera de obstáculos insalvables. El opilión cavernícola majorero (Maiorerus randoi), el cigarrón palo palmero (Acrostira euphorbiae) y el abejón canario (Bombus canariensis) forman parte de las 112 especies de artrópodos de las Islas –conocidos– que sufren un eterno y silencioso declive que se acelera y en el que nadie parece reparar ni interesarse por ello.

"Caos ecológico". Es la descripción que más repiten los expertos cuando se les cuestiona por las consecuencias de la desaparición de los artrópodos. Porque los insectos a veces pueden resultar molestos, poco atractivos y, a veces, hasta dañinos para el ser humano, pero la realidad es que el trabajo que desempeñan es lo que mantiene nuestros espacios naturales a flote. Son tan importantes que, de extinguirse, podrían ocasionar el principio del fin de los entornos naturales tal y como los conocemos.

Es un problema mundial. Según un estudio de 2019 publicado en la revista Biological Conservation, el 41% de las especies de insectos están desapareciendo alrededor del planeta y un tercio de ellas está al borde de la extinción. En Canarias hay al menos 8.699 invertebrados conocidos (de ellos 6.872 insectos) y, según los datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), 116 están en una situación vulnerable o en peligro de extinción. Pero los números bailan. El Catálogo de Especies Protegidas de Canarias tan solo concede esta consideración especial a 38 especies de artrópodos endémicos. Según la información oficial, por tanto, se estaría hablando de que entre el 0,4 y el 1% de los insectos canarios están en peligro. Pero la situación, como advierte el catedrático en Zoología de la Universidad de La Laguna (ULL), Pedro Oromí, es mucho más compleja.

"Son muchos más", asegura Oromí, aunque admite que no hay datos que permitan estimar hasta qué punto puede haber enraizado el declive abrupto y rápido de los artrópodos. Lo que sí sabe, gracias a su dilatada experiencia y los cientos de trabajos de campo que ha realizado durante su carrera, es que esto lleva sucediéndo en Canarias más de cincuenta años. Pero el ocaso de los insectos se ha acelerado en los últimos diez. "La diversidad de insectos de los años 70 u 80 era mucho mayor que ahora", ratifica el investigador y destaca que "hay especies que antes te hacía ilusión ver y que ya, por mucho que busques, no aparecen por ninguna parte".

Las estimaciones son poco concretas, pero no es raro que así sea. En lo que se refiere a estos animales diminutos, es casi imposible llevar un control pormenorizado del declive que están sufriendo sus poblaciones. El problema principal es que son muchos –se desconoce cuántos individuos y especies hay en realidad– y están tan bien escondidos que los científicos carecen de herramientas suficientes como para llevar un control exhaustivo.

Pero no por ello cesan en su empeño de cazarlos a todos. La ciencia está haciendo un esfuerzo ingente para tratar de caracterizar cada una de las especies de invertebrados que existen en Canarias antes de que puedan desaparecer. De hecho, es este uno de los mayores retos de la entomología. Más aún teniendo en cuenta la clara injerencia que está teniendo ya el cambio climático en los ecosistemas. Y es que, si no se conoce el animal, también es imposible saber qué hacían antes de morir y si su función era relevante.

Pero no es una tarea fácil. Aún son muchos los organismos que quedan por descubrir. Sin ir más lejos, a lo largo de 2022 se describieron 32 insectos nuevos en Canarias, todos ellos endémicos. De ahí que en el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA-CSIC) los investigadores hayan empezado a apoyarse en la inteligencia artificial para acelerar la clasificación de insectos. Pero incluso haciendo uso de la tecnología más avanzada, a todas luces parece que muchos de ellos se extinguirán antes siquiera de llegarse a conocer.

Un reto inabarcable

Con una lista de insectos canarios tan larga y en continuo crecimiento, no es de extrañar que ninguna administración se vea capaz de asumir el declive de cada uno de los insectos que lo están experimentando. Porque, además, cada vez que una especie es etiquetada como "protegida", las acciones que deben seguir las administraciones para garantizar su supervivencia suponen una inversión incómoda de asumir. Para mitigar esta situación, en Canarias se ha optado por realizar acciones de conservación con las consideradas "especies paraguas". Se denomina así a aquellas tareas de protección que, al realizarse en una especie concreta, pueden garantizar la supervivencia de otras que forman parte de su entorno.

"Así y todo la selección que se ha hecho en Canarias no es muy correcta", lamenta el investigador, que recuerda que los años siguen pasando, el problema se acrecienta, "y aún no se ha llegado a corregir este listado" cuya única revisión data del año 2010. En este sentido, un grupo de investigadores de la Universidad de La Laguna se ha embarcado en un minucioso trabajo para "pulir" la lista para quitar aquellas especies que sobran e incluir aquellas que requieren una mayor consideración.

Son diferentes las causas que conllevan a la desaparición progresiva de los artrópodos, aunque en todas ellas la mano negra del ser humano ha estado o está presente. La primera es la pérdida de espacio. El desarrollismo desmedido y la urbanización de las zonas que frecuentaban antaño estos animales ha provocado que se tengan que refugiar en lugares cada vez más acotados. Víctima de este fenómeno ha sido por ejemplo el Opilión cavernícola majorero, una especie singular que tan solo se encuentra en un punto muy concreto de Fuerteventura: la Cueva del Llano. Además de proclamar la cueva como turística –hoy en día se encuentra cerrada al visitante–, las autoridades del Gobierno de Canarias llegaron a intentar descatalogar al pequeño arácnido para poder construir encima de la cueva. "No pudieron, pero solo porque el opilión también se encuentra en el Catálogo Español de Especies Amenazadas", explica Oromí.

Una historia de lucha contra el desarrollismo es la que envuelve también al gran Cigarrón palo palmero (Acrostira euphorbiae), un raro tipo de saltamontes escaso y en peligro crítico que tan solo frecuenta un sitio muy concreto de las Islas: una ladera ubicada al suroeste de La Palma. "Querían construir un campo de golf en la zona", recuerda Oromí, que rememora el gran revuelo que se formó en aquel entonces por parte de sus promotores.

La contaminación, el uso indiscriminado de insecticidas y las aguas fecales son otros de los factores detrás de este rápido deterioro, pues los ecosistemas que hoy frecuentan están mucho más dañados que hace unas décadas. Y aunque han sido muchas las víctimas del deterioro ambiental de las Islas, destaca el cárabo de Gran Canaria (Carabus coarctatus). "Este escarabajo está desapareciendo porque hemos estropeado el ambiente de la laurisilva y otros bosques en la isla con talas masivas", destaca el investigador.

El último de los factores es la llegada de especies invasoras, que les hurtan el espacio y compiten por sus recursos. Solo en estos últimos tres años se han descubierto más de 80 especies de invertebrados que no pertenecen a Canarias. "En total deben ser más de 1.000", calcula Oromí. ¿Cómo arriban a las islas? El catedrático en Zoología es categórico: "los metemos nosotros de manera descarada". Y la vía principal es el comercio de plantas y de otras mercancías.

El milpies negro (Ommatoiulus moreleti) es una de esas especies que llegaron a las zonas urbanas Canarias sin proponérselo. En pocas décadas han invadido ya no solo los hogares durante los días lluviosos, sino que incluso han llegado a uno de los ecosistemas esenciales de Canarias: la laurisilva. "Antes los veíamos en los días más húmedos en las casas, pero ahora ya están por todas partes causando la desaparición de otras tantas especies, como los milpies endémicos de la laurisilva", indica Oromí.

La que también llegó como polizona en una de esas plantas exóticas fue la araña cazadora roja (Dysdera crocata). Una especie nativa de Europa, de llamativos colores blancos y rojos, que ha conquistando los ambientes naturales isleños, acorralando a otros aráncidos endémicos del género Dysdera.

Pero hay casos en los que la invasión de especies exóticas se agrava por las propias actividades humanas. Quizás el caso más conocido en Canarias es el de las abejas del Parque Nacional del Teide. Los investigadores llevan años advirtiendo del deterioro ecológico que está soportando la flora única de las cumbres de Tenerife –como las retamas, las tabaibas y los tajinastes– debido a la introducción de abejas domésticas (Apis mellifera) durante la primavera como parte de un ritual’ agrícola.

Sin néctar no hay paraíso

"Estas abejas desplazan al resto de polinizadores al captar todo el recurso floral", explica Alfredo Valido, biólogo del Instituto de Productos Naturales y Agrobología (IPNA-CSIC), que acaba de publicar un artículo que versa sobre los problemas que las abejas melíferas están causando en el entorno del Teide.

Cada año suben al Teide al menos 2.700 colmenas al Parque Nacional, cada una de ellas con entre 40.000 y 70.000 abejas obreras. "Es fácil adivinar quien sale perdiendo", remarca Valido. Al no quedar néctar disponible, los polinizadores nativos se ven desplazados hacia otros lugares en busca de flores que, en ocasiones, ni siquiera encuentran. "Las abejas domésticas acaparan todas las visitas florales a una especie de planta", asegura Valido. Palabras que son ratificadas por Oromí quien añade: "suelen ser muy insistentes con una sola planta".

Las abejas melíferas no solo acaparan los recursos de las hasta 36 especies de abejas canarias endémicas del Parque Nacional del Teide, sino que, además, empobrecen el ambiente natural. "Son robadores de néctar, visitan las flores pero ni siquiera contactan con anteras y estigmas de las flores (necesarias para realizar la polinización), por lo que también afectan a la reproducción de las plantas", relata el biólogo.

La forma "insistente" de recolectar néctar impide también la "polinización cruzada" que tanto bien hace a las especies del Teide. Este tipo de prácticas son especialmente peligrosas cuando se trata de una especie de flora en peligro de extinción. Pero los daños de esta invasión de abejas melíferas no se quedan ahí, pues está comprobado que la llegada de estos animales también facilita la transmisión de enfermedades fúngicas y víricas a las abejas nativas.

La misma importancia que tienen las abejas para que las flores puedan reproducirse de manera efectiva, la tienen el conjunto de los insectos. Los atrópodos forman una parte fundamental del "engranaje" de todo tipo de ecosistemas. El 87,5 % de las plantas silvestres con flores dependen de la polinización que realizan los invertebrados. Si desaparecen, el riesgo de colapso de los ecosistemas es inminente. "Los ecosistemas están constituidos por un sinfín de especies –en los que también se encuentran seres más diminutos como bacterias– que conforman una red de interacciones entre ellas", explica Valido.

El valor de un insecto en un ecosistema puede ser la contribución a que las flores puedan reproducirse, pero también que impida que otro animal destroce el frágil equilibrio en el que conviven. La desaparición de una sola especie animal puede alterar las relaciones mutualistas que se daban entre ella y el resto de fauna y flora que lo rodean. La ausencia progresiva de distintas especies rompe el ecosistema, pero, a la vez, también lo empobrece. "Cuantas menos especies conformen un ecosistema, más vulnerable se vuelve", reclama el catedrático de Zoología.

De ahí que no sea lo mismo que falte una especie de insecto en El Hierro que en Tenerife. "En Tenerife hay muchas más especies así que pueden soportar mejor la desaparición de uno de ellos", insiste Oromí. Pero eso no los hace inmunes. Los problemas pueden acrecentarse en el momento en el que desaparezca una especie clave o falten demasiadas especies. Los ecosistemas con menos variedad de especies son más vulnerables a los efectos antrópicos. "Cualquier crisis, como la climática, afectará más rápido a un lugar que tenga menos biodiversidad", afirma Valido.

En Canarias hay lugares más afectados que otros por esta incesante y silenciosa pérdida ecológica. El bosque de la laurisilva y el pinar se encuentran entre los espacios más amenazados. "En el bosque de la laurisilva, donde no llegan los efectos de los insecticidas, hay especies que hace años que no vemos", explica Oromí. En el pinar, sobre todo el del norte de Tenerife, hay un problema de sobrepoblación de pinos. "La capa de pinocha es tan espesa y la densidad de pinos es tan alta que impiden que se desarrolle la biodiversidad".

Mientras el número de insectos disminuye cada año, la humanidad trata de una fórmula para evitar que el daño trascienda al ser humano. En un mundo en el que las abejas y otros insectos voladores desaparecieran por completo, los productores de la aclamada serie Black Mirror, vieron en los drones una forma de suplir la falta de polinizadores. La robotización de estos trabajos está lejos de lograrse pero ya son muchos investigadores que estudian cómo se podría suplir las funciones que los insectos realizan para mantener a flote distintos ecosistemas. Entre las ideas se encuentran la descomposición "manual" del estiércol o la creación de "polinizadores artificiales" a través de la tecnología. Sin embargo, para los investigadores cualquier posibilidad descrita "es inviable" en la naturaleza. "Podrá mantener a flote la economía, pero nunca podrán suplir la importante función que estos animales realizan de forma altruista", sentencia Oromí.

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