OPINIÓN

Vivir sola y ser joven no es un sueño americano

Vivir sola y ser joven no es un sueño americano.

Vivir sola y ser joven no es un sueño americano. / Klaus Vedfelt

Cathaysa Fernández

Te levantas por la mañana, te haces un café, miras por la ventana, acaricias a tu gato y te preparas para comenzar el día mientras un dulce y apacible silencio te acompaña. No das explicaciones, no cumples órdenes ni normas de convivencia porque eres tú contigo misma en un espacio que si bien puede ser mejorable, lo sientes tuyo. Un espacio que te has esforzado en decorar, con esos cuadros minimalistas y estanterías de Ikea que te dan a tu minúsculo piso un aspecto de diseño que te hace sentir orgullosa. Los fines de semana buscas algo en Netflix, enciendes una vela que huele a vainilla o galleta, y que, probablemente, te costó la cuarta parte de tu sueldo, pero que quedaba genial con esa cesta de la esquina donde tienes una palmera verde rodeada de una manta en un tono beige, que te dicen en el TikTok que combinados ambos, te permite lucir cualquier espacio como un loft de cualquier influencer. Es tu hogar y te has esforzado muchísimo para ello, para poder decir que vivir sola y ser joven no es un sueño americano, es una realidad.

Esta tendencia a vivir solas y ser independientes es solo el fruto de ser capaces de valorar nuestra salud mental, bienestar y felicidad por encima de las normas y los estereotipos de género

Hace tan solo unas décadas atrás, el solo planteamiento de emanciparte siendo mujer era impensable. Nuestra vida estaba escrita en un folio de prejuicios, estereotipos y supuestos deberes morales, y domésticos, que nos hacían estar presas en nuestras propias familias, fundamentalmente por no poder tener la oportunidad de contar con nuestro propio dinero y, por ende, hacer uso de nuestra libertad. En la actualidad, con nuestra incorporación al mundo laboral, podemos fomentar nuestra propia autorrealización personal, de hecho, en nuestro país, nadie nos prohíbe ni nos mata por querer ser independientes y emanciparnos, y esto también es un privilegio de clase que, lamentablemente, otras mujeres no pueden disfrutar. La sociedad nos vende la idea de que con esfuerzo podemos conseguirlo y no sólo soñarlo, y tener esa posibilidad hace que cada vez más las mujeres jóvenes queramos vivir solas de manera independiente. Sin embargo, cuando lo hacemos y lo conseguimos, que no todas pueden, aunque quieran, también se nos juzga y se nos señala. Tú abuela y tus tías te dicen que, si te mudas a vivir sola, vas a estar «muy solita mi niña, ¿y si te pasa algo?», tu madre quizás se pregunta que cómo puede gustarte esa vida con lo bonito y bueno que es vivir en pareja, y tus amigos/as a lo mejor te tachan de persona fría y distante, una solitaria con cabeza. Sin embargo, la sola idea de entender que nuestra decisión es vivir solas porque nos sentimos así plenas y felices, es como una nebulosa donde hasta se baraja la posibilidad de que tenemos algún problema psicológico o trauma, en vez de considerar que sencillamente cogemos las riendas de nuestra vida, marcamos nuestro proyecto vital y nos esforzamos luchando en contra de los techos de cristal e incluso, asumiendo las mismas responsabilidades históricas de cuidado, para acercarnos a nuestras metas académicas, laborales, sociales y personales. Aun así, pagamos las consecuencias pues seguimos estando señaladas. En terapia, muchas chicas jóvenes se acercan a mí tras una ruptura amorosa, sienten una sensación de fracaso cuando recogen sus pertenencias y se marchan nuevamente a casa de sus padres, porque no pueden vivir solas con su sueldo, y esa sensación de volver a casa de nuestros padres porque la sociedad no te permite ser independiente económicamente genera muchísimo malestar y sufrimiento y, en ocasiones, nos convence incluso de que no podemos, que nuestro camino debe ser estar en pareja como mínimo, ya que afrontar una convivencia solas “no está hecho para nosotras” y nuestro estado de ánimo decae. Sin embargo, en esa pequeña morada que puede ser nuestra habitación de cuando éramos jóvenes y acercándonos a hacer actividades de valor, que nos hagan sentir bien, conectando con una actividad deportiva, retomando la lectura, y pasando tiempo a solas, también ganamos independencia, y quizás, nos ayuda a valorar nuestro bienestar, priorizándonos a nosotras mismas que, sin duda, es el primer paso para disfrutar y reconstruir nuestro proyecto vital hacia una vida feliz y plena, aprendiendo que la soledad no tiene por qué ser sinónimo de problema sino más bien, entendiendo que esos espacios de individualidad que podemos tener cuando vivimos solas son espacios de crecimiento personal, espacios donde podemos conectar con cómo nos sentimos y acercarnos hacia dónde queremos ir desde la seguridad personal, autoestima y una autoimagen saludable.

Nuestra actitud y nuestra forma de enfrentarnos a la vida ha cambiado, de hecho, nos esforzamos y nos estamos educando para que el monólogo machista al que han sometido nuestra identidad personal acabe erradicado y nos acercamos a ello cuando no nos avergonzamos por decidir la soledad como una forma de vida, por tener relaciones esporádicas, por compartir los cuidados o delegarlos. Lo conseguimos también cuando somos capaces de decirle que no al matrimonio y a la maternidad, cuando nos priorizamos y no nos dejamos llevar por las expectativas que nuestra familia tiene sobre nosotras y nuestra propia vida.

Muchas mujeres murieron luchando por la libertad que hoy nosotras disfrutamos y que, aún hoy, seguimos reivindicando en muchos ambientes. Esta tendencia a vivir solas y ser independientes es solo el fruto de ser capaces de valorar nuestra salud mental, bienestar y felicidad por encima de las normas y los estereotipos de género, que no necesitamos compañía para sentirnos bien ya que, vivir solas y relacionarnos con los demás, no son dos cosas incompatibles.

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