India, el gigante hermano de Canarias

La comunidad indostánica en las islas afronta nuevos retos en el año en que el subcontinente se convierte en el país más poblado del mundo

India, el gigante hermano de Canarias

India, el gigante hermano de Canarias / Juanjo Jiménez

El último día del año 1600 la reina Isabel I de Inglaterra firmaba la Carta Real que otorgaba a la Compañía Británica de las Indias Orientales licencia para comerciar en exclusiva con el subcontinente indio, convirtiendo a la empresa en un monstruo que llega a monopolizar la mitad del tráfico mundial de bienes y materias primas, a ostentar la soberanía territorial de la India y a establecer su autoridad sobre un quinto de la población de mediados del siglo XIX, si se le suman los territorios de Hong Kong, Birmania y Singapur.

Con ejército privado, choca contra las fuerzas baluch de Talpur Amirs de Sindh el 17 de febrero de 1843, en la Batalla de Miani, logrando así la primera posesión de la Compañía de las Indias en el actual Pakistán. Murió medio centenar de soldados ingleses..., y 5.000 del ejército baluch. Pero también murió, con ellos, la inocencia de su capital, Hyderabad, sin consuelo «ante esta fuente insaciable de dolor», como describía una revista británica el estado de los soldados capturados.

Solo 14 años después, la Compañía pierde el mandato en la India y el Gobierno del Reino Unido asume la administración del país. Nace así el Raj Británico, que sostiene su poderío hurgando en las diferencias religiosas, sociales y raciales de un milenario país tan diverso como fascinante.

E incidió especialmente en el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes, de modo que en 1905 traza una línea divisoria en Bengala, la provincia más extensa del subcontinente, para separar a las dos mayorías, creando así los primeros conatos independentistas liderados por Mahatma Gandhi, en el que todos tenían cabida, hasta que el líder de la también independentista Liga Musulmana, Muhammad Ali Jinnah, exige territorio propio para los suyos.

Pero a mitad del siglo XX el Raj Británico está desmoronándose. Una brutal hambruna en Bengala se salda con millones de muertos por desnutrición en 1943. Y en 1946, Jinnah convoca una protesta en Calcuta para exigir una India dividida, -o en su defecto, destruida-, que acaba en un sangriento enfrentamiento entre hindúes y musulmanes que se salda tres días después con 4.000 muertos, 10.000 heridos y 100.000 personas sin hogar. Aún con ello, lo peor estaba por llegar.

Y llega de la mano del nuevo virrey de la India, Lord Mountbatten, enviado por su primo Jorge VI, y de la del abogado Cyril Radcliffe, encargados de proceder a la retirada británica, no sin antes dibujar la frontera que separaría a musulmanes e hindúes en el nuevo caminar independiente.

Sin experiencia previa del territorio ni de sus peculiaridades, Mountbatten y Radcliffe trazan la línea -y también la de los bienes, servicios y patrimonios estatales-, en cuestión de semanas, creando un gran Pakistán para los musulmanes, y la actual India para los hindúes y sijs.

Esto, en una sociedad en la que ambas mayorías tenían una gran presencia en un lado y otro. Es la Partición.

Entre el 14 y el 15 de agosto de 1947 se anuncia que Reino Unido declara dominios británicos a Pakistán e India, como primer paso a la soñada independencia, celebrada con júbilo en ambas partes. Pero hay un problema. Mountbatten no enseña los mapas con la conocida como Línea RadCliffe hasta 48 horas después, y el pánico se adueña de una población que exactamente no sabía si se encontraba en el lado correcto o en el equivocado.

El efecto es dantesco. Los musulmanes de los nuevos estados hindúes huyen hacia Pakistán, y viceversa, sindhis incluidos, en lo que se convirtió a día de hoy en la mayor movilización de población de la historia, con más de 14 millones de personas buscando un lugar seguro acorde con su religión, mientras se sucedían las masacres protagonizadas por las distintas facciones, con más de tres millones de muertos.

Los pioneros

Estos dos episodios de la historia de la India y Pakistán, la Batalla de Miani y la Partición, marcan a fuego el futuro de generaciones de los sijs de Hyderabad, el mayor estado de la India, que para esas fechas de la independencia era una potencia en sí misma por su red de ferrocarriles, su potente ejército, sus medios de comunicación e incluso una aerolínea propia. Y es de ahí de donde sale buena parte de los componentes de las comunidades indostánicas que se asientan por todo el globo.

Lo hacen en dos oleadas principales. En la primera, tras la ocupación de la provincia de Sind en 1843, una treintena de sijs ya eran localizados en puntos como Singapur, Gibraltar o Panamá, en lo que ya tan tempranamente apunta a su tendencia a buscar las ventajas de los principales puertos comerciales del mundo.

Y en la segunda, durante el caos de 1947, los nuevos emigrantes pusieron el ojo donde los primeros ya habían establecido plazas comerciales a manos de los eficaces sindhis. El antropólogo de la Universidad de Malta, Mark-Anthony Falzon, en su artículo Los sindhis y el comercio en el Mediterráneo, detalla cómo las tres grandes firmas comerciales que se habían establecido en Bombay -Chanrai, Chellaram y Choitram-, solicitaban enmedio de esa transición de mitad del siglo XX en la India, personal joven para representar sus empresas comerciales por todo el globo: son los sindworkis.

Aquellos pioneros iban de puerto en puerto hasta ir acercándose a Europa, estableciéndose en puntos como Barcelona, Melilla, Valencia, Málaga, Gibraltar, Tánger..., y de ahí a Canarias. En la revista Cidob dÁfers Internacionals, la científica titular en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Ana María López Sala, y el profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de La Laguna, Valeriano Esteban Sánchez, ofrecen un exhaustivo -y delicioso-, recorrido de la llegada, asimilación y éxito de la comunidad en las islas. Desde la llegada de los primeros, con apellidos como Metharam o Chanrai, asentados en las dos islas capitalinas antes de que acabara el XIX, hasta la actualidad.

A ese trabajo documental que sigue las huellas de la comunidad indostánica en el archipiélago se suma la exhaustiva tesis doctoral de María Jesús Déniz Santana titulada Estudio sociolingüístico de la comunidad indostánica de Las Palmas de Gran Canaria, en la que plasma una entrevista en Diario de Las Palmas en 1987 al que fuera cónsul en las islas, Chanan Bulchand, y en la que afina que la primera familia instalada en Las Palmas de Gran Canaria ya había llegado en 1852 «para vender artículos exóticos, marfiles o sedas».

Fechas aparte, en cualquier caso la expansión es rápida. Así, para 1902, siempre según estas fuentes, en el archipiélago ya existían ocho firmas relevantes, tres en la isla de Tenerife y cinco en Las Palmas, «que emplean a 70 hombres de su propia nacionalidad».

Son bazares de un notable exotismo para la época, que despachan «seda, artículos de arpillería, plata labrada, bordados orientales, madera de sándalo, artículos de algodón, objetos orientales de latón, porcelanas y vajillas y tejidos de Cachemira», por un valor anual de 25.000 libras esterlinas al año. «La mayor parte de sus mercancías se transbordan a Gibraltar para estas islas y su negocio se dirige sobre todo a los pasajeros en tránsito».

El escaparate prodigioso

Pero si algo llama la atención es que, detrás de las puertas de lo que parecía un bazar en una calle comercial de las capitales isleñas, en realidad no es más que el zaguán de un gigantesco y asombroso entramado con ramificaciones a lo largo y ancho del planeta.

La novedad no pasaba desapercibida en la población isleña y así, el poeta Tomás Morales dibuja la Triana de esa primera época en uno de sus poemas de Las Rosas de Hércules, cuyos dos tomos están escritos desde 1919 y 1922: «Todo aquí es extranjero: las celosas gentes que van tras el negocio cuerdo, las tiendas de los indios, prodigiosas, y el Bank of British, de especial recuerdo...».

Rodríguez Medina también localiza un anuncio de 1923 en La Provincia en el que Chanrai anuncia la inauguración de una de esas tiendas de Triana, y en el que detalla la red comercial, todo un mapamundi, en la que se apoyaba su negocio: la casa principal se localiza en Hyderabad Sin; la central en Gibraltar; y las sucursales en Bombay, Hong Kong, Canton, Shanghái, Kobi, Yokohama, Ceuta, Tetuán, Melilla, Larache, Alcázar, Casablanca, Mekenas, Fez, Mogador, Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Panamá, Kingstwon, Punta Arenas, Sierra Leona, Lagos, Accra, Monrovia y Congo,

No es de extrañar que la prensa nacional se hiciera eco del fenómeno. Así, en el suplemento dominical Blanco y Negro de Abc, fechado en mayo de 1934, se ofrece la siguiente perla sobre el propio Chanrai, del que destaca que está radicado en las islas desde 1860. El autor del texto relata con indisimulado entusiasmo: «Estar en Canarias y no visitar los establecimientos de los indios, es inconcebible. El mejor aliciente para un peninsular y para un extranjero es acercarse a estos mostradores sobre los cuales brillan las curiosidades japonesas e indostánicas y se ofrecen los pañolones de Manila legítimos, y los kimonos de seda, y las mantillas españolas, y los tapices de Persia, y los encajes de Malta, mostrando además, los perfumes de Oriente que embriagan, y las mil bagatelas de Egipto, de Turquía, etc., a precios tan sugestivos que claudica el avaro más empedernido. Esta casa, situada en el número 54 de la calle Triana, corazón de la ciudad, despliega tanta amabilidad con el visitante, que el que, al salir, no lleva un paquete bajo el brazo, es que ha dejado las señas del hotel para que se lo envíen. La casa J.T. Chanrai cuenta con magníficas sucursales por todo el mundo, Tenerife, Gibraltar, Ceuta, Melilla, Panamá, Yokohama, Singapore, etc., etc., todas las cuales pueden ser visitadas sin compromiso de compra».

Con el andar del tiempo se produce una tercera oleada. La expansión del comercio liderado por los ciudadanos indios y la profunda crisis económica que sufre el subcontinente por distintos factores, y que lo convierte en unos de los países más pobres del planeta, imanta a nuevas remesas a los puntos internacionales en los que ya están más que establecidos, y que hace a Canarias más apetecible que nunca por su condición de puerto franco, el potente boom turístico y la explosión del comercio electrónico, sobre todo a remolque del Milagro Japonés, periodo que abarca desde mediados de los 50 a mediados de los 70, y que llena los escaparates y gavetas de esos bazares de alucinantes productos nunca vistos, como cámaras, calculadoras, o radio transistores, entre otros muchos, más propios del Espacio exterior que del planeta Tierra.

El Casio Casiotron

Chellsons, «del agente exclusivo K. Chellaram», con domicilio social en Gibraltar, ofrecía a su distinguido público, tanto de Tenerife como de Gran Canaria tal día como hoy domingo de hace 58 años, el radio transistor Sanyo, (marca creada en 1947 por Toshio Iue, cuñado de Konosuke Matsushita, fundador de Panasonic, y disuelta en 2012). En aquél momento esa radio japonesa era un prodigio de la tecnología, concretamente el modelo 8S-P2, con sus «ocho transistores, dos ondas, antena telescópica y máxima selectividad».

Igual de golosos son los tomavistas Canon Dial 35, con fotómetro incorporado, de 1968; el Magnetófono Compacto Cassette National RQ-221S, de 1971; las cámaras réflex Nikkorex F1, de ese mismo año, ¡con tiempos de obturación de hasta 1/2.000 de segundo!

Pero el bombazo llegaba tres años después. Casio inventaba su primer reloj digital de cuarzo, el Casiotron, con sus tres botones de ajuste, reseteo, dual y fecha, con funciones de cronómetros y hasta luz, un alarde de la tecnología que Shakira Mebarak no ha evaluado en su justa medida. Los soldados que hacían la mili en las islas, que no daban crédito a esos números digitales que cambiaban de forma en aquellas diminutas pantallas LCD, los compraban por tongas para llegar a la península y sorprender a amigos y familiares, o cuando no, sacarse una plusvalía.

A iconos como el Teide, el Roque Nublo, Taburiente, Garajonay, La Restinga, Timanfaya, La Graciosa o las Grandes Playas majoreras, se unía ahora el otro gran atractivo de Canarias: electrónica de vanguardia a precio de saldo.

Pero para entender esa capacidad de canalizar en exclusiva el trasiego comercial entre Asia y el resto del mundo, que sin duda ha generado riqueza en el archipiélago canario, hay que recurrir a lo que se define como comunidades diaspóricas, que son aquellas capaces de mantener durante años y años sus vínculos familiares y de amistad entre ellos y a su vez sostener vivo el cordón umbilical con sus comunidades de origen, visitándolas con frecuencia y periodicidad religiosa.

Esto permite engrasar alianzas, matrimonios de conveniencia incluidos, para blindar el conocimiento y los canales de comercialización establecidos. Son capaces de introducirse en las sociedades de destino, sí, pero bajo la premisa del ‘juntos pero no revueltos’. Al menos durante las primeras dos grandes oleadas.

También es de recibo subrayar que la sociedad canaria, de algún modo, mantenía una cierta distancia, no en balde hasta no hace muchos años se les restringía la membresía en las entidades más elitistas del archipiélago.

En cualquier caso, desde su llegada se esfuerzan por hacer patente su colaboración activa con el pueblo de acogida con campañas de solidaridad, ayudando a sufragar obras de interés común, participando de efemérides y festividades isleñas o invitando a las suyas, y son ya clásicos las vistosas y coloridas ofrendas de toneladas de productos para los más desfavorecidos a la Virgen del Pino, a la Candelaria, así como las que realizan con Casa de Galicia para los regalos de Reyes, entre otras muchas iniciativas, mientras su comunidad se mantiene cohesionada con celebraciones propias como el Diwali, o en los llamados clubs indostánicos repartidos por las islas.

La influencia canaria en sus comunidades de origen es también notable. A modo de anécdota, en un viaje realizado por este periodista a la ciudad de Agra para visitar el Taj Mahal, Goya, el guía, tras preguntar por el país natal de la visita enseña «una medalla de una de las patronas de Canarias», según detalla. Se la saca del bolsillo y exclama: «La Virgen del Pino».

Esa querencia por los símbolos y los iconos isleños la lleva al límite Bhoju Belani, (Bombay, 1965). Hinduísta y llegado a Canarias con 16 años, u pasión por la Virgen del Pino le llevó a adquirir una casona en Teror frente a la basílica, donde abre un restaurante, PinoMa, tras su promesa de acompañarla todos los domingos de su vida. Eso incluye la precaución al programar sus recurrentes viajes a Asia, Oriente Medio y Europa para no faltar a su palabra: «salgo el lunes, vuelvo el sábado».

Tras tres y hasta cuatro generaciones de singhs en Canarias, la transformación es notable. La desaparición de los puertos francos y la transformación de los canales y códigos comerciales, así como la asimilación de esos hijos y nietos a una Canarias que ahora les ve nacer, han ido remodelando usos, costumbres y medios de vida. No han desaparecido los contactos, y antes al contrario, ahora forman parte de un entramado internacional de tráfico de mercancías que mueven fortunas en facturación, que a su vez apalanca un mayor peso en el sector financiero, a lo que se suman los servicios digitales, un área con un potencial casi infinito de desarrollo para ellos que no tiene nada de casual. Nace con la creación, justo después de la independencia del país, del Instituto de Tecnología de India, impulsado por Nehru, el primer presidente de un país que presume de un peculiar desparpajo con el pensamiento matemático, no en balde son los que introducen el cero en la aritmética.

El boom demográfico

Sus ingenieros informáticos son parte del staff de las principales tecnológicas de Silicon Valley, y la alfabetización digital en la India alcanza a 900 millones de personas que se encuentran en edad laboral y que, para más señas, son angloparlantes.

Pero aún hay más, porque de un momento a otro, presumiblemente antes de primavera, se hará el anuncio oficial de que la India supera en población a China, con más de 1.425 millones de habitantes, -cuando hace 75 años ‘solo’ eran 500-, un hito que la coloca como el país más populoso del mundo, justo cuando desde 2022 está colocada como quinta potencia mundial tras dos décadas incrementando su Producto Interior Bruto con una cadencia anual del seis por ciento. Si nada se tuerce, en 2026 desbanca a Alemania. Y a Japón en 2032, para liderar el mundo junto con China en 2050 .

Gope Bhagwandas Mahtani Harjani, (1942, Hyderabad), hoy representa como cónsul general de la India en el archipiélago a los casi 9.000 ciudadanos indios que viven en Canarias, a los que hay que sumar otros 4.000 que han adoptado la nacionalidad española, según sus cifras.

Mahtani confirma el imparable auge económico y demográfico del gigante asiático, y simboliza este reflejo en «la presidencia de India en el G20 durante este año 2023», lo que describe como «un gran honor para la India, que ha conseguido así demostrar su gran capacidad de progreso y cambio».

Destaca los avances en todo tipo de infraestructuras -«cada año se inaugura un nuevo aeropuerto», ilustra-, así como en los medios de comunicación, de telefonía, o en el transporte por mar y tierra, y «que contaba con apenas cuatro o cinco líneas aéreas hasta no hace mucho, frente a las 25 que tenemos ahora».

El cónsul, en línea con la tradición marca de la casa, se desplaza cada año o cada dos a su país natal «y créame, que cada vez que llego allá me sorprendo por los cambios, siempre a mejor, eso sí. También es cierto que voy a ver a mi familia por un periodo de un mes, pero le confieso que a la semana, semana y media, ya estoy echando de menos a Canarias».

En ese punto de la conversación Gope Mahtani traza un paralelismo entre el imparable avance asiático con el que va de la mano de las nuevas generaciones de descendientes de los hindúes en las islas, como sus propios dos hijos, ambos profesionales de la medicina, y además muy reconocidos. Esto último es algo que es vox populi, pero que él no cita en ningún momento de la entrevista por pura modestia.

Asegura que estos hijos y nietos «han nacido aquí y, por tanto, ya son más canarios que nosotros a pesar que llevamos 60 años viviendo en el archipiélago», y lo achaca a entre otros muchos factores, a la integración mediante la progresiva apertura a los matrimonios mixtos, algo tabú hasta hace bien poco pero que hoy es símbolo de los nuevos tiempos, «lo que permite a los chicos a tomar sus propias decisiones y a estar mucho más abiertos a toda la sociedad isleña».

Transformación y futuro

Así, de un gremio centrado casi en exclusiva en el comercio internacional y la venta minorista, se ha pasado a un potente elenco de «médicos, ingenieros, empresarios y cargos en grandes empresas nacionales y multinacionales, así como en el sector bancario, algo que yo creo es el resultado de unos jóvenes que sacan muy, muy buenas notas y de los que estamos más que satisfechos», sentencia sin disimular su orgullo.

Por todo ello cree que el porvenir de la comunidad indostánica en Canarias es el que augura, «un gran futuro, en el que podrán disfrutar en plenitud de la cultura de las islas pero sin perder nuestras tradiciones».

Y si existe una persona en Canarias con proyección mediática que simbolice ese presente y futuro del que habla el cónsul que arrancó en el siglo XIX en Hyderabad, es el periodista Miguel Ángel Daswani, cuyo recorrido vital calca hilo por pabilo el devenir de la diáspora, pero también con algún salto hacia adelante.

Daswani relata que su padre es el séptimo de ocho hermanos, pero que no salió de Hyderabad como sus abuelos, sino de Tánger, donde nace en 1939. A los 18 años se vino a Canarias, donde termina por afincarse con sus hermanos, tres de ellos en Gran Canaria y cinco en Tenerife. «Todos montan tiendas de indios», relata, «y mi padre, junto con mis tíos, se establece en el centro de Santa Cruz, en las calles de El Castillo, San José y Villalba Hervás».

«Y todo bien. Hasta que decide casarse con una española y lo mandan a Bombay a buscarle un matrimonio concertado. Allá pasa unos meses hasta que se rebela y vuelve». Decide casarse y la familia se enfada. «Rota la sociedad comercial que había establecido con sus hermanos, monta la tienda Admiral en el edificio Olimpo con el dinero de la liquidación, negocio que se convierte en mi sustento y el de mis hermanos».

Miguel Ángel afirma que esa rebeldía, paradójicamente, «nos ha hecho la vida más fácil porque nos libera de esa rigidez a mis hermanos ni a mí», si bien apunta que aún tiene amigos incapaces de formalizar un matrimonio mixto bajo la premisa de que a sus padres «les da un ataque».

Pero ya es algo que va a menos, tanto el código de los enlaces como el de otros detalles culturales que se van limando, cuando no difuminando, de forma que a estas alturas del siglo y como ocurre con la mayoría de sus coetáneos, «nos sentimos integrados en la sociedad occidental, y ni siquiera vendemos radiocasetes: uno de mis hermanos pilota un Boeing 737 en una aerolínea turca, otro es experto en estrategias empresariales europeas, mi hermana es responsable de marketing en la cooperativa farmacéutica Cofarte, y yo soy periodista».

La impronta legada en las islas, tras 170 años de presencia, evoca que el isleño tienda a ver determinados apellidos indostánicos como de lo más familiares, prácticamente propios. Sin ir más lejos, Daswani es el primer apellido de 115 personas en Las Palmas y 73 de segundo, mientras en Santa Cruz de Tenerife 125 lo llevan de primer apellido y 93 como segundo.

A ese diferencial se refiere el también presentador de televisión, quién asegura «que un día que estaba en el Muelle Deportivo de Las Palmas se me acerca un señor que me quería dar las gracias. Yo, extrañado, le pregunto, ¿a mí? Y me contesta, que es neurocirujano del Negrín y saharaui. Y que tú no sabes la cantidad de puertas que le estás abriendo a mis hijas por el simple hecho de que todos los días salgas dando las noticias con tu apellido». Miguel Ángel Daswani -Díaz- asegura que «para mí fue la primera vez que creí en que mi trabajo valía para algo, porque es lo más bonito que me han dicho en mi vida profesional».

Quizá porque, sin saberlo, porte en sus genes el ancestral mandato de los Diez Gurús Sijes: representar a los débiles para luchar por la justicia y la equidad de todos.

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