Opinión

No, usted no habla fatal

Los hablantes rurales hablan una variedad del español que, como las demás, conserva rasgos antiguos

No, usted no habla fatal

No, usted no habla fatal / Carlota de Benito Moreno

Carlota de Benito Moreno

«Yo es que hablo fatal, mejor pregunten a otro. Hablen con el maestro, con el maestro mejor». ¿Cuántas veces no habré oído esa respuesta cuando, visitando pueblos de toda España, intento entrevistar a alguien? Por eso no nos explayamos mucho al mencionar que lo nos interesa son sus formas de hablar. Necesitamos que nuestros entrevistados hablen de la forma más natural posible, porque esas formas de hablar no están mal, ni son peores que otras.

La idea de que lo son viene de una confusión muy extendida, tristemente propagada por las escuelas. Los seres humanos aprendemos a hablar de forma natural, gracias a la simple exposición al lenguaje humano. Desde antes de nacer estamos atentos a los sonidos que traspasan las paredes del vientre materno y, una vez fuera, vamos adquiriendo la lengua que nos rodea. Primero parloteamos, imitando los sonidos que escuchamos, luego nos atrevemos con nuestras primeras palabras y, poco a poco, aprendemos todas las reglas fonéticas y gramaticales de nuestra lengua, hasta que, hacia los seis o siete años de edad, ya la dominamos casi tan bien como un adulto.

Por lo tanto, en la escuela no nos enseñan a hablar, porque ya sabemos —y sabemos hacerlo perfectamente—. En la clase de Lengua aprendemos a escribir (¡y no es poca cosa!). También aprendemos a reflexionar sobre nuestro idioma: en clase nos explican lo que es un sujeto, un verbo, un subjuntivo o un afijo derivativo, pero nosotros sabemos concordar el sujeto con el verbo, usar el subjuntivo y crear nuevas palabras por medio de afijos derivativos antes de saberlo, igual que una planta hace la fotosíntesis sin saber qué es la fotosíntesis. Y, por último, en la clase de Lengua nos enseñan la norma.

Con la norma nos referimos a las formas de hablar que una institución, como la Real Academia Española, ha seleccionado en su fijación de la lengua estándar, que es la que se emplea en los contextos más formales (como las conferencias, las obras literarias o los artículos de periódico). Y de aquí sale la terrible confusión de que algunas formas de hablar son peores que otras y que aquellos que las emplean no saben hablar. Es frecuente referirse a la lengua estándar como la «lengua de las personas cultas», porque la RAE, para fijar esa variedad estándar, observaba la lengua que usaban los escritores de más prestigio. De esta forma, se creó un círculo vicioso: aquello que usaba un grupo social concreto pasó a considerarse la norma y, si uno quería pertenecer a ese grupo social concreto, lo mejor que podía hacer era adaptarse a esa norma.

Sin embargo, esto nos puede llevar a pensar que hay unas formas de hablar que son intrínsecamente más cultas que otras, lo que no es cierto. Pensemos en una expresión como «¡Que les vaiga bien!», frecuente en el campo canario. Vaiga es una de las posibles formas del presente de subjuntivo del verbo ir: la otra es vaya. Que vaya, igual que haya, sean las formas propias del estándar (frente a vaiga o haiga) es producto del puro azar, puesto que sí decimos oiga y caiga, a pesar de que originariamente se decía oya y caya: Rogamoste que nos oyas, leemos en la General Estoria de Alfonso X. Por mucho que el rey que encargó este texto fuera conocido como «el Sabio», hubo un momento en que oya dejó de formar parte del habla culta y fue sustituida por oiga. Nada justifica una superioridad de oiga frente a haiga: la única diferencia es que haiga y vaiga son formas más modernas y ¿todavía? no han tenido el mismo éxito que oiga o caiga. El azar juega un papel importantísimo en la norma.

El caso de vaiga y haiga, además, demuestra que un cambio morfológico que empezó en español medieval sigue activo hasta nuestros días: la lengua está viva y, por suerte, no podemos encerrarla en diccionarios y gramáticas.

Sumergiéndonos en el habla del campo encontramos auténticos tesoros. Es conocido que en América y en Canarias se usa exclusivamente ustedes para referirse a la segunda persona del plural. Es decir, no se usa vosotros, frente a lo que ocurre en la península. Sin embargo, la realidad es, como casi siempre, un poco más compleja. En Andalucía occidental, vosotros tiene poco uso, aunque ustedes puede combinarse con sus formas verbales: así, no es sorprendente escuchar «¿Ustedes se vais?» disfrutando de un poco de pescaíto frito en Cádiz y a todos nos resuena en los oídos el «¡Si me queréis, irse!» de la Faraona en la boda de Lolita. En estos ejemplos se usa ustedes y su pronombre reflexivo se, pero las formas verbales (vais, queréis) son las propias de vosotros.

Para complicar la cosa todavía más, el campo canario nos ofrece una situación parecida, pero no idéntica. Este verano, en nuestra campaña de entrevistas en La Palma, escuchamos a muchos palmeros (sobre todo de Barlovento y Garafía) frases como «¿Ustedes vos vais?» o «¿Ustedes os vais?», en las que ustedes otra vez se combina con una forma verbal propia de vosotros, pero también con el pronombre reflexivo propio de esta forma (vos es la forma antigua de os, que también se conserva en el habla rural del occidente de la península). Estas combinaciones no se han documentado en América, a pesar de que allí tiene mucha vitalidad el voseo, que también tiene un comportamiento mixto, ya que vos se combina con te: «¿Vos te querés ir ya?». Y, desde luego, a nadie se le ocurre ya desterrar el voseo de la norma.

El español llegó a las islas Canarias prácticamente al mismo tiempo que al continente americano y lo hizo, por cierto, de la mano de muchos andaluces y canarios. Por ello, el andaluz occidental y el canario se consideran puentes hacia el español de América y para el caso de ustedes siempre se ha sostenido que el español canario funcionaba igual que el americano: el estudio del habla rural en La Palma y La Gomera nos muestra que todavía queda mucho por decir a ese respecto.

En fin, los hablantes rurales no hablan fatal, ni mucho menos. Hablan una variedad del español, que, como todas las demás, conserva algunos rasgos antiguos, pero también muestra innovaciones. Esos rasgos no están mal, aunque puedan no ser normativos. Al revés: son valiosísimos y estudiarlos nos permite entender mejor nuestra lengua y su historia, igual que emplearlos puede suponer preservar antiguas tradiciones o ampliar tendencias de la lengua. La lengua, que es de todos.

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