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Fulbright, la diplomacia ‘cum laude’

85 canarios han sido seleccionados desde los años 60 para disfrutar de una de las becas más prestigiosas del mundo, una máquina educativa que ha generado 62 premios Nobel

Fulbrigh, la diplomacia‘cum laude’

Los canarios Arturo Corujo, Gabriel Hernández y Helena Cortina Fernández están preparando los bártulos para formar parte de una élite que ha dado a la historia 62 premios Nobel, 89 Pulitzer y seis Príncipe de Asturias.

Son personalidades que desde el año 1946 han sido reconocidas a lo largo y ancho del planeta tras ser becados por el Programa Fulbright, considerado como una de las mejores herramientas diplomáticas del mundo occidental y la beca más prestigiosa de todos los tiempos.

Arturo Corujo, natural de La Laguna, es premio extraordinario de fin de titulación en la ULL, tras su paso por la Facultad de Humanidades, y ha sido becado como investigador predoctoral de Literatura en la Universidad de Berkeley, California. Gabriel Hernández, que continuará sus estudios en la Universidad de Yale, es arquitecto, de la capital grancanaria, profesor asociado del Departamento de Composición Arquitectónica de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y, entre otros cargos, fue director de Investigación y Educación de la Fundación Norman Foster; y Helena Cortina, que viajará a Estados Unidos en la primavera que viene tras obtener la Fulbright realiza, entre otros proyectos, su investigación predoctoral en la Universidad de La Laguna, en el departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional. Su nuevo destino no será una universidad cualquiera, sino en una de las nueve fundadas en el país norteamericano antes de la Independencia de 1776, la Universidad de Brown, hoy en día considerada como una de las más prestigiosas del planeta.

Ellos tres son, a su vez, los últimos incorporados a la prestigiosa beca de un total de 85 isleños que la han conseguido desde el año 1960, cuando el tinerfeño Francisco Mederos Aparicio es el primer seleccionado de Canarias del Programa Fulbright para finalizar sus estudios de Agronomía en la Universidad del Estado de Kansas.

Pero para entender la potencia nuclear de esta arma de educación masiva que ha formado a casi 400.000 estudiantes del globo y cuyos efectos se expanden en más de 160 países, hay que remontarse a la figura del senador James William Fulbright, nacido en Sumner, un pequeño pueblo rural del estado de Misuri en el año 1905.

El programa fue aprobado por el Congreso de los Estados Unidos en 1946 como una herramienta para «que las naciones aprendan a vivir en paz y amistad»

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Con solo veinte años de edad, Fulbright se graduaba en Ciencias Políticas en la Universidad de Arkansas, y es precisamente a través de una ayuda educativa, la Rhodes Scholar, del programa internacional de becas más antiguo que existe, la que le permite viajar a Gran Bretaña para cursar un grado durante tres años en la Universidad de Oxford.

El efecto fue similar al de los jóvenes de la aristocracia que experimentaron el singular hallazgo británico conocido como el Grand Tour en el siglo XVII, aquél que sacaba a viajar de las islas británicas a los estudiantes que cumplían 21 años por las principales plazas culturales de Europa, como forma de entender el mundo desde otra perspectiva completando su ciclo educativo más allá del entorno inmediato. Aquellas oleadas de exploradores que se adentraban en el continente pronto demandaron destinos más exóticos y, en consecuencia, se comenzó por primera vez a entender y aprehender, en el sentido más filosófico del término, las distintas culturas como una suma, y no como una resta, de la civilización.

Así es como James William se siente atrapado, cuando no fascinado, por el país que le acoge, e incluso por Francia, donde incursiona con asiduidad durante sus estancias veraniegas en Europa.

En ese periplo se empapa de la doctrina, y sobre todo de la amistad, de un personaje clave en su pensamiento y filosofía política: Ronald Buchanan McCallum, y su visión del mundo como un ente interconectado donde la evolución o involución de una parte incide en el todo. Esa estancia en Gran Bretaña pues, fue la auténtica clave de bóveda para que la mirada de un estudiante nacido en un remoto pueblo de Misuri fuera capaz de emerger sobre el horizonte para circunnavegar libre por los cinco continentes.

A su vuelta a Estados Unidos el folio de su currículum se dilata de forma exponencial desde que lograra su flamante título de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad George Washington en el año 1934.

Fue letrado de la División Antimonopolio del Departamento de Justicia; presidente, el más joven hasta la fecha, de la Universidad de Arkansas; y, entre otros cargos, miembro del Consejo Fundador del Instituto Americano Rothermere de la Universidad de Oxford, hasta que da su salto a la política en 1942 como congresista en la Cámara de Representantes por el Partido Demócrata.

Desde su fundación, tras la propuesta del senador James William Fulbright, se han beneficiado de las ayudas casi 400.000 personas de más de 160 países

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Su primer éxito político, de los muchos que vendrían después, tiene lugar con la conocida como Resolución Fulbright, que alentaba a los Estados Unidos ha tomar las iniciativas necesarias para el fomento de la paz y la unión entre los países, lo que dio lugar a la génesis de las Naciones Unidas en 1943. Pero es como senador, cuando en 1946 logra la aprobación del Programa Fulbright, que será sufragado por la Oficina de Asuntos Educativos de Los Estados Unidos, el sector privado y las tesorerías de los países que quisieran adherirse al proyecto de intercambio de estudiantes y profesores norteamericanos al resto del mundo y viceversa.

El senador defendió su implantación afirmando que con su iniciativa proponía «aportar un poco más de conocimiento, un poco más de razón y un poco más de compasión a los asuntos mundiales y aumentar de esa manera la posibilidad de que al fin las naciones aprendan a vivir en paz y amistad».

Una de esas naciones que se encontraban en el objetivo de Estados Unidos era España. Pero era la España de Franco, en la práctica, una isla fascista a remolque del continente europeo.

Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla es investigador científico del Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y relata el cómo el gobierno estadounidense despliega esta suerte de diplomacia cum laude con dos objetivos. Uno, para poner una pica en la península ibérica en forma de bases militares, algo a lo que aspiraba la Casa Blanca desde los primeros años de la década de los 50, y dos, ir descafeinando el régimen autoritario mediante el intercambio educativo y cultural de los más brillantes estudiantes y profesores de ambos lados de la orilla.

El efecto Corea

Y la espoleta que dio pie a dar los primeros pasos en este sentido, se activaba a más de diez mil kilómetros de distancia de Madrid, en Corea, donde estalla una guerra fratricida entre el norte y el sur, en la que se implica Estados Unidos y que convierte en perentorio lo que antes fue un anhelo. En realidad el interés por España en esa vertiente era eminentemente geográfico, que es lo que sitúa a la península «en el mapa mundial, al menos en el que manejaban los políticos y estrategas norteamericanos».

Afirma Delgado Gómez-Escalonilla que de las primeras negociaciones mantenidas entre ambos gobiernos obligaba a reconsiderar si existía un amplio respaldo en España a los intereses norteamericanos, y que en el plano informativo así era, con la publicación de boletines en los medios de difusión o en la audiencia programas radiofónicos como la Voz de América, entre otros vectores.

«Pero no ocurría lo mismo con la acción educativa y cultural. Se carecía de un sistema de intercambio de conocimientos científicos y técnicos entre ambos países», sentencia el historiador.

Y en ese último campo, España era un erial. Sin dólares, con unos estudiantes que no tenían el inglés como asignatura en pos de un castellano considerado entonces lengua universal casi por designio divino y una sociedad taponada a cal y canto a la influencia externa, la implantación de un sistema de intercambio era todo un desafío.

Esto en la columna del ‘debe’, porque en la del ‘haber’, sí que confluían curiosamente otras ‘cualidades’ de la dictadura, «lo que hacía innecesario neutralizar la propaganda comunista, pues el régimen franquista ya se ocupaba de ello con extremado rigor».

El doctor en Neurobiología, José Regidor, o Ana Díaz, Ingeniera que estuvo a punto de ser astronauta, son algunos de los isleños seleccionados

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Con ese panorama, al que se añadía la animadversión de todo aquello que emanara del denominado ‘mundo libre’, los primeros intentos por implantar el programa Fulbright se aparcaron para no espantar a Franco con «la promoción de los valores democráticos, las libertades individuales y el bienestar material», tan propios del decálogo propagandístico norteamericano.

A pesar de ello, la primera incursión se realiza en 1952 a través del Foreign Leaders Program, cuya doctrina pasa por becar a personalidades con capacidad de modelar a la opinión pública a favor de Estados Unidos.

Y así, tras la ratificación de los pactos entre ambos países en 1953, se incrementa el flujo de estudiantes y profesionales, e incluso militares, mediante distintos programas que por fin abrieron el camino para proponer a España que se incorpore a las becas Fulbright en 1956. Aún con todo, el gobierno español tardó dos años en decidirse, para comenzar a funcionar en 1959, en ese primer momento financiado por las contrapartidas de la ayuda de Estados Unidos a los excedentes agrícolas.

Así fue como un año después volaba el tinerfeño Francisco Mederos Aparicio a la Universidad de Kansas. Y desde entonces, todo un elenco de nombres que han dejado su impronta en todos los ámbitos sociales en España, como Miguel Delibes, Fernando Lázaro Carreter, Mariano Barbacid, Federico García Moliner, Carmen Iglesias Cano, Gloria Fuertes, Vicente Todolí, Miguel Falomir, Montserrat Domínguez, Borja García Villel, María Ángeles Espinosa, Guillermo Fesser, Felipe Sahagún, Ángeles González-Sinde Reig, Javier Solana, Pilar del Castillo, Josep Borrell o Pasqual Maragall.

O el exrector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, José Regidor. El también doctor en Neurobiología logra la beca en 1979, y salta con su mujer y sus dos pequeñas hijas a Boston, «gracias también a unos ahorrillos», apunta. La casa la consiguió a través de una pareja de isleños, ella de La Aldea y él de Tejeda, «y nos reímos un rato por la casualidad».

En la Universidad de Boston investiga con su director de departamento, el prestigioso biólogo británico Alan Peters, el desarrollo de la corteza visual del gato, empleando técnicas de Ramón y Cajal, trabajo que llega a publicar conjuntamente en 1981 en The Journal of Comparative Neurology bajo el título Una reevaluación de las formas de las neuronas no piramidales en el área 17 de la corteza visual del gato. Pero entre gato y gato recuerda aún con entusiasmo el Ford Torino que le logró por 600 dólares otro isleño, un cubano al que engatusó con una botella de Ron Arehucas, y el momento en el que sus niñas vieron nevar por primera vez, en una experiencia Fulbright inolvidable.

De las islas a la Luna

Lo mismo que le ocurre a la grancanaria Ana Díaz Artiles, Ingeniería Aeronáutica por la Politécnica de Madrid. Hoy profesora del Laboratorio de Bioastronáutica y Rendimiento Humano de la Universidad Texas A&M (TAMU), logró una beca Fulbright con el que no solo logra el doctorado de Aeronáutica y Astronáutica en Massachusetts Institute of Technology (MIT), sino que también se hace con el Premio NIAC de la NASA por su investigación sobre el SmartSuit, un traje espacial para Marte.

Y precisamente este pasado martes, Ana Díaz se bajaba del Airbus A310 Zero-G de la Agencia Espacial Europea tras su tercer vuelo parabólico para realizar experimentos en microgravedad.

Asevera que la beca le marcó el rumbo, el del mixturado entre la biología e ingeniería aeroespacial, «una maravilla en un momento en el que en Europa ni siquiera en Estados Unidos habían tanto lugares donde estudiar» un área tan exclusiva que casi la lleva a las estrellas. No en balde fue de los últimos cinco finalistas, de un total de más de 20.000 candidatos y tras dos años de pruebas y exámenes físicos, de esta última promoción de astronautas la Agencia Espacial Europea para volar al espacio.

O en otras palabras, quizá casi a punto de poner un pie canario en la Luna.

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