Pablo Iglesias resiste. Y queda de manifiesto que quien resiste gana, como advirtió Camilo José Cela. Hoy puede vender, al menos, dos éxitos: el primero, que de la elocuente soledad en el debate televisivo se ha mantenido como alternativa por la izquierda y socio necesario de un gobierno socialista; y el segundo, que el resultado le permite olvidarse de la ruptura de Íñigo Errejón con un suelo electoral sólido.

Iglesias, que no vaciló en comprarse un chalé en Galapagar, al fin y al cabo nació burgués, como Marx, y lo ha sido toda la vida, se ha mostrado superior a Sánchez y a Errejón; al uno porque le falta modestia y al otro porque no dejó de padecer envidia por el liderazgo de la pareja Iglesias-Montero. Pese a que denunciar el supuesto pacto de PSOE y PP no le ha dado el resultado esperado, con la fuerza de sus 26 diputados, Unidas Podemos aspira con más legitimidad, si cabe, que antes a formar parte de un Gobierno de coalición. Nada que quite el sueño, como se ha visto en siete comunidades autónomas y miles de ayuntamientos. Pablo Iglesias, el más leído y escrito de los candidatos a presidente del Gobierno, y el que con más dignidad y derecho puede usar eso de "profesor doctor", tiende la mano a Pedro Sánchez con un programa basado en la justicia social y en la Constitución, y con el apoyo de la gente que le garantiza el porvenir en un escenario con el bipartidismo enterrado en Mingorrubio.

Icono del malestar ciudadano progresista y de los que han sufrido la crisis económica, el líder de Podemos sale hoy dispuesto a alcanzar un acuerdo de gobierno que articule a la izquierda y frene a la extrema derecha. De no ser así, quizás, tras un prolongado insomnio de Sánchez, vayamos a terceras elecciones Y al final, como creen muchos socialistas, el error de Pablo Iglesias, tal vez, haya sido no militar en el PSOE, como el homónimo fundador.

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