Cuatro elecciones generales en cuatro años se pueden convertir en una fiesta de la democracia poco divertida y con una resaca considerable que tenga un efecto desolador, el de convertir al 10N del próximo domingo en los comicios con menos participación de la historia de España. Las quejas que reinan en las redes sociales y en las conversaciones mundanas se oficializan en el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que cifra en nueve puntos menos el número de electores que acudirán a votar, un 67,3%, respecto al las elecciones del 28 de abril. Es decir, que casi un 35% de los ciudadanos censados podrían dar la espalda a las urnas. Una abstención que se presenta como la clara consecuencia del hastío y el rechazo que provoca en la ciudadanía la incapacidad política de conformar un Gobierno en mayoría, con toda la inestabilidad que ello conlleva.

"Existe un alto riesgo de que haya una baja participación el 10 N y los partidos van a tener que esforzarse a la hora de movilizar a sus potenciales votantes", asegura Vicente Navarro, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de La Laguna. Por ahora, los políticos ya han perdido la primera batalla, la del voto por correo. El viernes se cerraba el plazo para ejercer el sufragio por vía postal y el descenso respecto al 28A es muy llamativo pues -sin contar con las peticiones realizadas el último día- éstas han descendido casi un 30%, pasando de las 1.310.706 solicitudes de hace siete meses a las 918.455 actuales.

Esta atmósfera de enfado de gran parte de la sociedad se debe también a la cerrazón de los partidos políticos, tal y como explica José María Peredo, catedrático de Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid: "Ha habido numerosas elecciones en las que el electorado ha dejado claro que el bipartidismo no es una opción y eso no se sabe afrontar".

Tráfico de votos

Precisamente, la existencia de más formaciones políticas entre las que elegir otorga 'alas' a las papeletas:?"Los partidos tienen que intentar mantener el apoyo de sus fieles ante una posible movilidad del voto", expone Peredo. El tráfico de sufragios resulta incontrolable: transitan entre Ciudadanos y el Partido Popular, entre el PSOE y Ciudadanos, entre Podemos y Más País, entre Vox y el PP. "Hay abiertas una gran cantidad de rutas para que el voto vaya de un lado a otro y estas rutas tienen que ser bloqueadas por los partidos para que sus militantes no se escapen por ellas".

Retener a los simpatizantes

Conseguir retener a sus simpatizantes será una tarea que los políticos tendrán que realizar en la mitad de tiempo pues, gracias a una modificación de la ley electoral, la campaña durará sólo ocho días en lugar de quince, con la intención de no cansar todavía más al electorado y reducir el alto coste económico que conllevan los nuevos comicios. "Además, se supone que los discursos de las diferentes formaciones se conocen porque tuvieron la oportunidad de explicarlos durante la última campaña", argumenta Vicente Navarro.

Los partidos que tendrán que realizar un mayor esfuerzo, según el profesor de la ULL, serán los liderados por Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, a quienes se les puede culpar de manera indirecta o directa del fracaso a la hora de conformar Gobierno. Además, la abstención, históricamente, siempre ha perjudicado a las formaciones de izquierdas, cuyos votantes no son tan constantes como los de derechas, mucho más entregados a la causa. "Esta baja participación puede beneficiar al PP y, de hecho, da la sensación de que ha realizado una precampaña de perfil bajo para ver cómo recoge beneficios de esta situación", asegura José María Peredo que, de todas formas, considera que finalmente los niveles de abstención que arrojan las encuestas disminuirán el 10N porque muchos de los electores indecisos finalmente optarán por ejercer su derecho a voto.

Los que a regañadientes se acerquen a las urnas podrán mostrar su enfado con los partidos mediante dos fórmulas:?el voto en blanco o el voto nulo. Cada elector tendrá que decidir qué opción le convence más, algo que sólo podrá realizar si maneja toda la información. "Alrededor del sufragio en blanco hay muchos mitos urbanos que circulan por la red, que dicen que va directamente al partido más votado y eso no es cierto, es un disparate", se queja Navarro. La culpa de este malentendido lo tiene el siempre cuestionado sistema electoral español, que se rige por la Ley D'Hont. "Lo que ocurre es que un voto en blanco es válido y computa, pero sin color político, y es cierto que el sistema D'Hont tiene cierta tendencia a favorecer a las formaciones más votadas en las circunscripciones pequeñas, al margen de que haya más o menos sufragios en blanco".

El problema radica en que estas papeletas también cuentan y, por lo tanto, se lo ponen un poco más difícil a los partidos muy pequeños que quieren superar la barrera del 3 por ciento para no quedarse fuera del Congreso. "Pero el efecto es mínimo", insiste el profesor de Derecho Constitucional de la ULL, que recuerda que, si bien el voto nulo se puede interpretar como un voto de enfado hacia el sistema -porque las razones de la abstención pueden ser más variadas- "éste no se traduce en nada concreto porque al final la decisión la van a tomar quienes sí hayan votado a una opción política". La cuestión es cuántos ciudadanos se acercarán finalmente a unas urnas que podrían quedarse más vacías que nunca.