Portugal en el horizonte. Esa es la obsesión de Unidas Podemos y de su líder y candidato a la Presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias, desde que vieron al alcance de su mano la posibilidad de tocar poder, de mandar. El asalto a los cielos era estar en el Consejo de Ministros. La experiencia del pacto de progreso en el país vecino entre los socialistas y el bloque de izquierdas en el que se refleja la formación morada es el argumento central de toda su estrategia desde que empezó a negociar con el PSOE la, a la postre, frustrada investidura de Pedro Sánchez en julio. Y lo sigue siendo en esta campaña electoral de segunda vuelta en la que insisten en que no aceptaron sillones cuando les ofrecieron una vicepresidencia y tres ministerios porque no podían desarrollar su programa político por carecer de competencias, y que si Unidas Podemos no es imprescindible, no habrá gobierno progresista tras el 10 N. O porque gane la derecha, o porque el PSOE se apoyará en el PP o Cs, aseguran.

Esta es la línea argumental con la que, en definitiva, se está justificando el no a la investidura de Sánchez y se pone la carga de la prueba sobre la repetición electoral en el propio líder socialista. Es sabido que importantes sectores de la formación morada y de IU consideran un error no haber aceptado en julio la oferta del PSOE, y que Iglesias falló en su cálculo de que la oportunidad volvería a repetirse en septiembre para salvar la legislatura, pero nadie le enmienda la plana al líder en público. Esa disciplina férrea en torno a Iglesias y la aparente fidelidad del electorado que conserva, tras la pérdida de más de un millón de votos en abril, es lo que está haciendo resistir a Unidas Podemos en esta compleja campaña. Una difícil resistencia desde la trinchera, de la que han huido o han sido expulsados varios de sus dirigentes fundadores, que, según todas las encuestas, incluida la del CIS, le mantienen en el entorno de los escaños conseguidos en abril (42), sumando todas las mareas territoriales que aún le son afines y en especial los comunes catalanes de Ada Colau.

Canarias ha sido en todo este tiempo una de esas referencias a las que apelaba Iglesias y la cúpula podemita para justificar su exigencia de entrar en el Consejo de Ministro de Sánchez. Ha sido uno de los territorios donde los socialistas han pactado con otras formaciones a su izquierda, en este caso en llamado pacto de las flores junto a NC y ASG, y formando un Ejecutivo en el que Podemos ha asumido competencias para "cambiar la vida de la gente", como argumentó Iglesias en su reciente visita a Canarias. Y lo paradójico es que es en Canarias, con un proyecto de presupuestos regionales para 2020 que prima las políticas sociales en manos de la consejera de Podemos, Noemí Santana, donde la izquierda alternativa podría tener problemas para conservar sus apoyos anteriores, según al menos la macroencuesta del CIS, porque podría perder su segundo escaño en Las Palmas, circunscripción en la que la formación morada se ha mostrado muy fuerte desde su nacimiento y logrado siempre dos diputados. Pero lo cierto es que en abril sólo tuvo de margen 5.500 votos sobre el último de los escaños asignados (el segundo del PP), y 3.500 sobre el que ya se quedó fuera del reparto, el segundo de Cs. En esta ocasión, los ultraderechistas de Vox y la alianza nacionalista entre CC-NC le podrían quitar ese escaño.

De producirse este resultado, sería Meri Pita la que perdería su escaño, dejando como única representante de la provincia oriental a la jueza en excedencia Victoria Rosell, a la que el propio Iglesias recuperó en abril tras su abandono previo de la política por la querella de que fue objeto en la legislatura anterior y que el Tribunal Supremo acabó archivando. Si cuando Rosell asumió la cabecera de lista para el 28 A no había temor a que la número dos quedara fuera, ahora la situación es distinta y la eventual pérdida del escaño de Pita puede resultar un problema para la formación. El cabeza de lista por Santa Cruz de Tenerife, Alberto Rodríguez, parece tener garantizada se elección y seguirá compaginando su escaño con la labor de secretario general de Podemos para la que fue elegido por el propio Iglesias a principios de junio.

Unidas Podemos, y en particular el propio Iglesias, se han tomado esta repetición de las elecciones generales como una especie de prueba del algodón de que ellos tenían razón en el rechazo a la investidura de Sánchez en julio. Para la formación morada, en realidad éste quería pactar con la derecha ya entonces y su intención se mantiene para después del 10 N. Sincera o no, parece evidente que esa es la única línea argumental en la que pueden apoyarse para su estrategia de campaña, en la que el PSOE, y en menor medida el Más País de Íñigo Errejón, su antiguo compañero de militancia, está centrando la mayoría de sus críticas colocándolo prácticamente en el frente de las derechas a las que combatir. Y eso que son socios de gobierno en Canarias y otras cinco comunidades autónomas.

Los morados buscan el perfil social y económico del debate electoral y huyen de otros argumentos que le pueden meter en dificultades, por muy de actualidad que estén. Se sienten por ello incómodos abordando aspectos como la situación en Cataluña y la exhumación de Franco.

Con Cataluña, la formación busca un terreno de nadie o equidistancia que le permita seguir defendiendo el "derecho a decidir" de los catalanes y un referéndum pactado "que no tiene por qué ser de una sola pregunta", pero al tiempo desmarcándose de la dinámica actual de los partidos independentistas y, por supuesto, de la acción del Govern de la Generalitat. Pero es un asunto que, en el actual contexto, sólo le pueden aportar malas noticias electorales.