Una de las grandes novedades de la política española es que ahora no se disimula el asco que no pocos dirigentes se tienen entre sí. Un asco palpable, físico, insoslayable y, lo peor, indisimulado a conciencia. Un asco que se huele y del que se barruntan sus consecuencias. Antes (no digamos en el 36) los dirigentes políticos también se profesaban un asco importante, pero llevábamos décadas, desde la muerte del exhumado, en las que ese sentimiento no estaba presente, bueno, se disimulaba, se sublimaba, la gente se daba la mano después de debatir broncamente. Se deseaban suerte, se tomaban un café juntos en el Congreso sin que hubiera escándalo por ello. El paradigma era Fraga presentando en el Club Siglo XXI a Carrillo. No es añoranza de la Transición. Lo es de la civilidad y urbanidad. Aparte de que no tenemos tanta edad para eso.

Ahora, quizás lo vio usted también por ejemplo en La Sexta la otra noche, se dan asco con balcones a la calle. Se insultaban, se deseaban lo peor, os vamos a ilegalizar, decía Ortega Smith a Aitor Esteban, hombre de moda, santurrón transversal ("tres de mis cuatro apellidos son castellanos"). Sois un partido momia, pontificaba el de Vox. Me incomoda su sola presencia aquí, proclamaba Laura Borrás a Smith, mirando a su vez, Borrás, con avinagramiento infinito a la representante de Ciudadanos, que se entretenía matando con la mirada a Rufián. Por cierto que ya podría buscar el PSOE a otro representante. No estuvo Felipe Sicilia a la altura ante tanta invectiva a su partido, el debate pasaba por él todo el tiempo. El que no pasaba tanto por el debate era él.

Asco decimos. Lo vieron el otro día en TVE, cuando Aitor Esteban no quiso dar la mano a Espinosa de los Monteros, que expresaba su asco por esos ya manidos, y odiosos, párrafos de Arana. Esteban podría, sacar otros textos fundacionales de, bueno, ya saben, y así ad infinitum hasta que todos nos ilustráramos sobre la burrez imperante en siglos pasados. Nuestros dirigentes no leen, escarban en deleznables textos del pasado. Salvo Torra, que los escribe.

Pero como hablar del asco lo produce, vamos a hablar de otra sensación: la de repetición o bucle o marmota. Bloqueo. A tenor de la encuesta que publicábamos ayer ese bloqueo se repite. Quedaríamos mejor haciendo un pronóstico demoscópico, nueva especialidad de la pirotecnia, pero hemos de confesar, sin asco, que no tenemos ni idea de cómo puede ser el arreón final, lo que los sociólogos llaman afloramiento de las corrientes de opinión subterráneas. Está por ver si en el campo de la derecha la sensación de que Ciudadanos se hunde y el voto útil es al PP cunde aún más; o si es verdad eso de que en realidad la gran fuga del naranjismo es hacia el partido de Abascal; si en la izquierda se impone la sensación de que el partido de Errejón es un cenicero en casa de no fumadores, el PSOE logra la tezanidad o Podemos aguanta, medio aguanta, no se hunde. Tal vez influya algo el debate de hoy. La envidia y la maledicencia ya han sido históricos compañeros de viaje de los españoles. Supongo que también de los nórdicos, no nos vayamos a poner imperofóbicos, pero en nuestro caso hemos sido virtuosos en su práctica. Ahora está también el asco. Viscoso y desagradable, silencioso antaño. Les sale por las orejas y el micrófono, las cejas y el pensamiento. Hoy habrá gestos de asco. No era esto lo acordado. Deberían transmitir propuestas y concordia. Rebajar la crispación. Se está pudriendo algo.