No para Alberto Garzón de advertirnos que "si la izquierda se queda en casa pasará lo mismo que en Andalucía". Vamos por partes. No es lo mismo quedarse en una casa tipo chalé de Galapagar que en un, sí, desmovilizador, piso pequeño del extrarradio mal comunicado. Que mala prensa tiene quedarse en casa, oiga, con lo bien que se está en el fortín, alejado del ruido y la furia.

Y lo que pasó en Andalucía, que el PSOE perdió el poder tras cuarenta años, fue motivado por tres factores: el propio hartazgo de ver siempre a los mismos, la percepción del deterioro de algunos servicios públicos y el error de alimentar y dar bola y cancha, televisión y entidad a Vox, que supo nutrirse del alimento que se le daba gratis. Con todo, habría que recordar que el PSOE ganó aquellas elecciones. Aunque fuera la derecha la que sumara más. Un tripartito al que el PP, que fue apalizado y derrotado, aporta la mitad de diputados de los que años ha obtuvo Javier Arenas. Aquel de la victoria relativa, derrota absoluta. Lo que pasó en Andalucía fue también que se reafirmó la regla de que ya no importa ganar o perder, y sí sumar mayorías. Ser hábil negociando. Es la capacidad de hacer socios lo que hace triunfar. Curioso que unos sociópatas sean incapaces de asociarse y llegar a acuerdos. Da igual que la izquierda no se quede en casa. De nada sirve si suman y no forman gobierno. Pasará de nuevo si se da el resultado. No habrá un gobierno de coalición de izquierdas (otra cosa es que Podemos apoye externamente) mientras los de Iglesias defiendan el referéndum en Cataluña. Que no van a dejar de defenderlo. Ese es el elefante en la habitación, que dicen los ingleses. Y las viejas de mi pueblo. El tabú, vamos. Sánchez no va a sentar a un solo partidario del referéndum en la reunión ministerial de los viernes. Ni a sentar ni a poner de pie. De pie se ponen, eso, cada viernes tras la reunión del Consejo, para tomar un refrigerio, asientos fuera, caña en la mano, croqueta a la boca, algunos con la maletita en un rincón de la sala para, coche oficial, ir raudo al aeropuerto o la estación y llegar pronto a provincias, cada uno a la suya, a la caída de la tarde. En esa frontera con la noche en la que los afanes del día se van disipando y el ánimo cambia, sobre todo si es viernes. Luego, grupo de whatsapp, comparten atardeceres. Esos como con el sol desangrándose de La Mancha, aquellos infinitamente subyugantes de las Baleares, los sobrecogedores y mágicos de la Costa da Morte. Los mediterráneos y cantábricos, incluso los atardeceres mesetarios o de suburbio de clase media, que pueden oler a ultramarino, oficinista cansado y columpio roto. Todos se dan al croquetismo y el canapeo, la aceitunidad y el lomo ibérico menos el portavoz. Sea el que sea. Que ha de ir a dar la rueda de prensa. Por eso siempre los portavoces son gente delgada o más delgada que el resto. Por eso no puede ser Iglesias ministro portavoz, su sueño, porque defiende un referéndum y además ya está suficientemente delgado. Y no se va a quedar en su casa. Ni en vísperas del debate de mañana lunes en TVE para prepararlo. De hecho, hoy domingo estará en A Coruña. Tal vez se encuentre con Carolina Bescansa, que ayer dijo que echaba de menos el Podemos de antes. Muchos elucubran con lo que ha dado de sí la amistad de un grupo de jóvenes profesores de Políticas. Pero no: la verdadera cuestión asombrosa es cómo sus desavenencias han podido dar para tanto.