Los resultados electorales ofrecen a Pedro Sánchez la opción de un gobierno monocolor. Probablemente es lo que va a intentar hacer incorporando independientes al futuro ejecutivo. Ya lo había adelantado en los debates electorales. Es de todas las posibilidades la que menos quebraderos de cabeza supuestamente le daría, la más fiable y rentable desde el punto de vista del reparto interno, buscando acuerdos puntuales y promoviendo desacuerdos cuando le convenga. Si lo logró, tras la moción de censura, con 85 diputados, con 123 le aguarda una relativa comodidad muelle. Este PSOE, acostumbrado a la interinidad, no tiene prisa en formar gobierno. No lo hará seguramente hasta julio, como adelantó su presidenta Cristina Narbona, una vez se complete el ciclo electoral. Hasta entonces puede repartir juego, jugar todas las partidas y con todas las barajas. Los triunfos sonríen a Sánchez.

De igual manera que el tiempo angustia al Partido Popular, que emprende una travesía del desierto con el liderazgo muy debilitado y sin posibilidad de rearmarse ante una inminente cita en la que podría perder poder territorial. Las desgracias a veces vienen juntas. Quedarse sin más de la mitad de los escaños no es un varapalo fácil de digerir para una dirección bisoña que no obtendrá conxuros en Galicia ni enMadrid. El enemigo está dentro. Lo más recurrente y fácil es buscar la responsabilidad exclusiva de la debacle del domingo en Pablo Casado pero no se sabe exactamente si la estrepitosa caída, multiplicada por el efecto electoral negativo de la Ley D'Hondt, se debe al tiempo en que el PP navegó inadecuadamente con Rajoy o al más inmediato y breve en que lo hizo con el nuevo timonel.

Hay dos circunstancias, en todo caso, que no se pueden obviar. Una de ellas es que gracias a Rajoy, Sánchez pudo contar con la ventaja de convocar unas elecciones desde el Gobierno. Otra, que al dontancredismo del expresidente popular y al sorayismo se debe la furiosa eclosión de Vox. Sin ellos seguramente la ultraderecha no habría aflorado de esa manera ni podido justificar su presencia frente a un electorado confuso y necesitado de verborrea patriótica. Fue el propio Mariano Rajoy, además, el que anticipó la desbandada en aquel congreso de Valencia, donde invitó a los conservadores a irse al Partido Conservador, a los liberales a fundar un Partido Liberal y a los populares a quedarse en el PP. Así fue como sucedió, los ultraconservadores eligieron a Abascal y los liberales escaparon en dirección Ciudadanos. Los populares puede que sigan a bordo pero con una cotas de popularidad muy reducidas.

¿Qué es realmente Vox? Desde luego una amenaza mucho menor de lo que los socialistas aireaban por razones estrictas de conveniencia. En cualquier caso un fenómeno surgido, como otros en Europa, de las alcantarillas del descontento. Vox ha escogido el ruido y la furia para vivir. Se nutre de la inestabilidad catalana. Estará hasta que el ruido y la furia permanezcan en la vida social. En el tablero de la españolidad que maneja, cualquier otra de las piezas que mueve no le son favorables mayoritariamente y sólo generan una contrariedad manifiesta: inmigración y feminazis, por poner dos ejemplos.

La próxima presencia de Vox en el Congreso de la Carrera deSan Jerónimo garantiza gresca, aspavientos y dramatización deEspaña, de la manera en que la nueva política busca con juego pirotécnico una salida teatral. Pronto podremos verlos como una réplica tragicómica de la Lega Nord que, en las elecciones generales de1992, emergió como un actor político relevante en Italia y mandó a sus diputados electos a la Asamblea, igual que Mussolini lo hizo con sus escuadristas en la famosa marcha sobreRoma. Su futuro depende del fango que comen los peces y de la capacidad que le quede al Partido Popular de rehacerse y volver a absorber su lado oscuro más inquietante.

Abascal ha dicho que ni van a cambiar el discurso ni a reintegrarse con sus antiguos compañeros de la derecha; el problema es que en el populismo nacionalista que articula Vox los decibelios de los discursos llegan hasta donde la realidad les permite seguir siendo eficaces como fruto de la enajenación momentánea de los incautos. Sucedió con Podemos que denunciaba la Casta hasta que la fuerza se le fue por la boca perdiendo el apoyo de los crédulos, que le hizo crecer y posicionarse como una opción diferente al resto. Ciudadanos tendrá que administrar con astucia esa lluvia fina que aparentemente le favorece y permite postularse como una alternativa centrista y liberal de oposición al nuevo socialismo que encarna Sánchez. Ello se consigue con presencia en las administraciones públicas. Las autonómicas y municipales pueden ser la oportunidad de reafirmarse como la principal fuerza del centroderecha. Madrid es una baza capital. El partido de Rivera no moverá ficha hasta pasada la inmediata convocatoria electoral y seguirá aguantando la presión de quienes les empujan a contraer el acuerdo con Sánchez que reclaman los mercados y que la propia Inés Arrimadas se encargó ayer de exorcizar. No habrá otro "pacto del abrazo". Más adelante, con un PSOE transitando la por la senda constitucional, cabría la posibilidad de desdecirse. Tanto Albert Rivera como Pedro Sánchez han mostrado en más de una ocasión suficientes aptitudes y reflejos para mantener una cosa hoy y otra distinta, mañana.

La razón de sobrevivir y sobreponerse a la sangría de votos de Unidas Podemos parece que es pisar moqueta y formar parte del Gobierno. Para ello, Pablo Iglesias inició la vía de la moderación en el tono, no se sabe si como treta electoral o para adaptarse a unos nuevos tiempos en los que no basta con propinarle patada tras patada al caldero. El PSOE no le quiere conceder, al menos de momento, una integración en el proyecto común de la izquierda. Es más, una vez conjurado el riesgo de sorpasso, podrá seguir minando su fuerza hasta convertirlo en lo que significó IU: una especie de carrete del que tirar en circunstancias muy extraordinarias. Los socialistas se hallan ahora en condiciones de cerrarle el paso en un ejecutivo como parece va a ocurrir y según se desprende de las primeras palabras de Carmen Calvo. Eso sí, Sánchez tendrá que mantener a Iglesias de su lado en votaciones donde no le resultará demasiado complicado convencerlo. En otras, el Gobierno monocolor podrá permitirse el lujo de volver la vista a la derecha.

¿Qué queda de los nacionalistas? ¿Qué oportunidades tiene el separatismo catalán de obtener réditos de la nueva situación tras las urnas del domingo? Casi al mismo tiempo que Pablo Iglesias reintroducía en el debate el mantra de la España plurinacional, Gabriel Rufián, deERC, el partido que se ha impuesto en Cataluña por primera vez, insistía en que, pese a los resultados generales, el PSOEestá obligado a volver a la mesa de negociación con el independentismo para discutir la celebración del referéndum. Mientras no se demuestre lo contrario no hay que esperar del mundo hiperventilado de los patriotas catalanes marcha atrás en sus intenciones de romper el consenso territorial por el simple hecho de que sean los republicanos los más dotados para el diálogo por su pretendido pragmatismo. El procés seguirá adelante con las condenas pendientes de dictarse contra sus dirigentes y un apetito incontenible por la posibilidad de que el Gobierno indulte a quienes intentaron poner en jaque al Estado desde las propias instituciones. En elPaís Vasco, la crecida de EHBildu podría empujar al PNV de Urkullu a la radicalización. Entonces resurgiría el frente del Norte. El compás hasta las autonómicas y la celebración de estas prefigurará, como es lógico, el futuro.