Elecciones 28M

Un mitin de, por, para, si, sobre y tras la militancia

La ministra viene a contarte algo terrible, oscuro, atravesado por una potente luz de esperanza que es, casualmente, Unidas Podemos

Irene Montero, en el acto de Unidas Podemos celebrado ayer en el TEA de Santa Cruz.

Irene Montero, en el acto de Unidas Podemos celebrado ayer en el TEA de Santa Cruz. / MARÍA PISACA

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Hace treinta años los mítines se celebraban para convencer a la gente. Hoy, en cambio, son un acto de celebración de los ya convencidos y un dispositivo para captar la atención de los medios y generar productos audiovisuales para su circulación en medios tradicionales y redes sociales. Como en Unidas Podemos están convencidos de que existe y culebrea y se agiganta día a día una vasta conspiración de financieros, grandes empresarios y medios de comunicación que quieren exterminarlos. Como están rodeados también por antiguos compañeros que se han vendido a la cobardía del PSOE y montarán otro chiringuito en las generales de diciembre, lo que han hecho es llamar a los suyos, como hacía el Séptimo de Caballería en las películas de vaqueros, tocando el clarín o el clarinete. Así consiguieron reunir ayer a cerca de 300 personas en Santa Cruz de Tenerife, en su inmensa mayoría cargos, cuadros y militantes de Podemos, de Izquierda Unida y de Sí se puede, que con su decisión de incorporarse a la coalición le han hecho un favor inmenso a Podemos, sobre todo, en la isla de Tenerife.

También contaba la invitada de excepción, la ministra de Igualdad, Irene Montero. También fue la ministra la responsable de que se trasladaran a la capital tinerfeña personalidades moradas a las que rara vez se ve por aquí, como Victoria Rosell, delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, o Gemma Martínez Soliño, candidata al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. En la Edad Media existía la creencia que si lograbas tocar a un rey Capeto te curaba la escrófula; se conoce que tocar un ministro de Podemos te impide caer en tentaciones como pactar con el PP o encontrar simpática a Yolanda Díaz. A la derecha del escenario central encontraron asiento algunas venerables figuras del PCE e Izquierda Unida que hace un lustro todavía echaban pestes de Podemos, pero que ahora mismo se han resignado a entusiasmarse con lo que hay. Detrás de los oradores, como es costumbre, un grupito de secundarios, entre los que distinguí a un gaznápiro, todavía concejal decorativo, para el que el insulto vociferante es una suerte de actividad sexual. Cuando empezó el acto y la gente coreó la canción de campaña y finalmente se gritó «¡sí-se-puede-sí-se-puede!» al gaznápiro se le llenaron los ojos de lágrimas. Los sinvergüenzas suelen ser muy sentimentales.

Un niño chiquito y avejentado, Ramón Trujillo, ofició brevemente como anfitrión (después daría bastante la turra) para presentar a la ministra Montero, recibida entre aplausos estruendosos y nuevos coros con su nombre revoloteando en el aire. La televisión confunde mucho y la ministra es una mujer más bien bajita y extremadamente delgada. Es una oradora de cuarto de carrera aunque con muchas asambleas a sus espaldas. No usa el humor. Ni ironía ni sarcasmo. Ni metáforas ni imágenes. Una oratoria de pico y pala, reiterativa, insistente y siempre grave, irritada, reduciendo los ojitos a dos puntos de fuego. Viene a contarte algo terrible, oscuro y miserable, atravesado por una potente luz de esperanza que es, casualmente, Unidas Podemos, y por eso odian a UP todos los poderes malignos del inframundo. Jamás mencionó al PSOE. Lo llamó «el centro». ¿El centro es bueno? Si se deja conducir por el rigor y la generosidad de la verdadera izquierda, sí. Pero el centro es, por naturaleza, cobarde y acomodaticio. Por eso hay que votar a la izquierda, que es la que representa Montero, para mover al centro, como un mueble pesado, hasta donde debe estar. Por eso hay que votar a Noemí Santana, a la que, por cierto, y en un lapsus que no fue corregido por nadie, la ministra llamó vicepresidenta del Gobierno canario. Resulta realmente incómodo ignorar si se trata de un error o si realmente la compañera Irene conoce tan bien la realidad política canaria que cree que Santana es vicepresidenta. La tropa respondía con aplausos y coreaba nombres y consignas con orden y precisión. No, no parecía exactamente un mitin, sino un congreso de partido o la isla del Doctor Moreau.

La palabra más repetida de la alocución de la ministra de Igualdad fue «valor». ¿Cuál es la principal característica de la gestión política de Unidos Podemos? El valor. Sus gestores son gente valiente y lucha por los intereses de la mayoría a pesar del tremendo desgaste personal y político que les supone. Un riesgo terrible. Un coste altísimo. Al cronista, la verdad, toda esta victimización le parece hasta un fisquito indecente. Hace poco más de una década Irene Montero era una estudiante de posgrado de Psicología, sin ninguna experiencia laboral destacable, y desde hace tres años es ministra, y vive estupendamente con un salario bruto anual de 80.000 euros, más dietas, porque sospecho que la inmensa mayoría de los días no va a almorzar a su chalet... Perdón, a su casa.

Aunque no parezca darse cuenta, este postureo heroico es tan irritante como ese lema digno de una promoción de Disneylandia: «Nosotros hacemos posible lo imposible». También insistió mucho Montero en que España ya no existe la derecha. Todo es ultraderecha. Todos son fascistas o primos o sobrinos o cuñados de fascistas. Los que voten ahora o a finales de año al PP –cabe deducir– son unos fascistones de cuidado. Se refirió al hermano de Isabel Díaz Ayuso y a su mordida de 300.000 euros; quizás piadosamente sus compañeros no le informaron que el Gobierno autonómico, en el que participa Podemos, perdió cuatro millones de euros en la compra fraudulenta de unas mascarillas que nunca llegaron. En realidad, ni una sola vez habló Montero de un asunto canario. Podría haber estado discurseando en Cuenca. Al final pidió tanta valentía que daba miedo.

Entonces llegó la hora de los teloneros de obediencia canaria, que se presentaban los unos a los otros como vencedores de las próximas elecciones. Rubens Ascanio sembró su habitual y desparpajada cosecha de mentiras, inexactitudes y medias verdades, y como también él es un valiente, llamó a Casimiro Curbelo «el cacique que maneja Visocan». Obviamente nadie le explicó que si Curbelo maneja Visocan es gracias al pacto que suscribió Podemos para entrar en el Gobierno de Canarias. Después tomó la palabra Ramón Trujillo, que denunció un bloqueo mediático, porque los medios de comunicación están comprados por Coalición Canaria. Trujillo no consigue explicarse que no lleva doce años de alcalde de Santa Cruz si no es por una conspiración de periódicos, radios y televisiones. Como no podía quedarse atrás también se enmedalló con gestas valerosas como impedir el pelotazo del frustrado museo Rodin o denunciar a Emmasa o quejarse de la empresa que presta el servicio de basuras. Después habló Nona Perera, directora general de Patrimonio Histórico, y Manuel Marrero, leyendo el nombre de todos los candidatos con unción bíblica, y un pibe que leyó una prosa poética bastante espeluznante y que al parecer es el número uno al Parlamento por Tenerife, y un peninsular extremadamente peninsulero para explicar luchas fraternales como las de Rivas-Vaciamadrid, y Laura Fuentes, recordando cuando marchaba con su madre a las manifestaciones, autobiografiándose humildemente en el camino de fundir su vida con la vida de su pueblo, de su gente, de aquellos que el sábado, en Los Cristianos, pidieron acabar con el turismo sin calidad, y al que tiene calidad, pues también. Y al final, todos lo esperaban con las palmas ya doloridas, Noemí Santana, la futura presidenta de Canarias, quien sintetizó un mes de precampaña y campaña en un cuarto de hora. Como no podía ser menos, ofreció valentía y pidió valentía. Las crónicas de esta izquierda las debería escribir Homero.