Washington, ¿por qué tan serio?

Washington, ¿por qué tan serio?

Washington, ¿por qué tan serio? / Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

El que fuera primer presidente de los Estados Unidos y uno de los padres fundadores, George Washington, es también recordado como un hombre que nunca sonrió en público. Los retratos que se conservan de él le muestran con un semblante serio, por lo que pasó a la historia como por su carácter apático. Pero en realidad su circunspección se debía más un asunto estético que a su personalidad.

El presidente padeció problemas bucodentales desde muy joven. A los 22 años empezó a perder dientes y llegó a la presidencia con 56 y ni un solo canino inferior. En uno de sus diarios cuenta cómo en 1756, cuando tenía 24 años, pagó cinco chelines a un doctor, de nombre Watson, para que le sacara un diente por primera vez. Hay quienes atribuyen su pésima salud bucal al tratamiento a base de cloruro de mercurio que le administraron para curarle la viruela que padeció.

La solución no dista mucho de la que se da actualmente a los pacientes con el mismo problema: una dentadura postiza, la primera de muchas, que le produjo graves dolores ya que estaba tan poco equilibrada que le deformó la mandíbula. De hecho, si se observan las imágenes que han llegado hasta nuestros días de Washington se puede percibir en él un ligero bulto en la parte inferior de la boca, como si algo luchase por salir de ella.

Los dentistas que lo trataron probaron diferentes materiales para fabricar sus dentaduras, pero en contra de la creencia popular, ninguna fue de madera. Sí que se las hicieron de metal y hasta de con piezas de distintos animales. Se probó con diente de vacas, burros o caballos pero, aunque se perfilaron, estéticamente eran demasiado grandes para la boca de un humano. Sin duda la más conocida es la que le hicieron de marfil de hipopótamo, realizada por el Doctor John Greenwood. El odontólogo dejó un pequeño hueco para que cupiera el solitario diente que conservaba el presidente. Estas prótesis solían tener resortes para hacer que se abrieran sin que el paciente tuviera que forzar la mandíbula.

A la colección añadió Washington una muy políticamente correcta hecha con dientes humanos. Más concretamente de esclavos. Gracias a un libro de cuentas de 1784 se sabe que el presidente pagó 122 chelines por nueve dientes de esclavos de una plantación de su propiedad en Virginia. En el siglo XVIII fue muy frecuente la compra de piezas dentales de esclavos por cantidades irrisorias. A veces también los vagabundos vendían alguna para ganar algo de dinero e incluso hay investigadores que valoran la posibilidad de que algunos dientes se hubiesen extraído de cadáveres.

Actualmente se exponen en el Museo Nacional de Odontología Dr. Samuel D. Harris, en Baltimore (Maryland), varias dentaduras postizas que usó el presidente. En la Academia de Medicina de Nueva York se conserva una prótesis de la mandíbula inferior con seis dientes reales, posiblemente de neoyorquinos pobres o de esclavos. En el expositor en el que se encuentra aparece la siguiente inscripción: «Esta fue la dentadura del Gran George Washington».

La fabricación de dentaduras postizas tomó un cariz más espeluznante si cabe en 1815, cuando los británicos decidieron reparar las prótesis de los ricos con piezas extraídas a los muertos de la Batalla de Waterloo. Con el aumento del consumo de azúcar entre la población más pudiente, aumentaron también los problemas dentales y empezaron a probarse entonces los primeros tratamientos de blanqueamiento que perjudicaban a la dentina y al esmalte por el uso de soluciones ácidas, así que una sola persona podía usar varias prótesis durante toda su vida, por lo que la fabricación de dentaduras postizas se convirtió en un auténtico negocio.

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