Pablo Iglesias (Madrid, 1978) entró en campaña de golpetón, un poco a la desesperada. El líder de Podemos, tras cuatro meses de baja por paternidad, retomó la actividad política coincidiendo con la convocatoria de elecciones para el 28 de abril y ha buscado por todos los caminos y vías posibles hacerse presente y recordar que está en política y que tiene una candidatura a la presidencia del Gobierno que proponer y que defender. Sus allegados lo tenían preparado muy a su estilo, con una puesta en escena digna de la causa y del personaje. VUELVE, rezaba el cartel con una gran foto suya brazo en alto arengando a las masas con el que el partido quería celebrar a través de las redes sociales el regreso del líder carismático y del gurú de la izquierda del 15-M. Fue retirado de inmediato tras muchas críticas y chanzas por lo ridículo de la idea en sí y la inconveniencia del lema y su grafía, que convertía la sílaba central de la palabra en algo así como el pronombre del prohombre y en un acto explícito y exagerado de culto al líder. Pero de alguna manera ha sido un elemento que define al personaje, o al menos la idea que de él tiene el núcleo duro de Podemos y, en consecuencia, el tipo de formación política hacia el que está derivando el proyecto.

El otrora azote de esa "casta" política que ocupaba 350 escaños en el Congreso y que no les representaba ha cambiado algo el punto de mira desde que él y decenas de sus compañeros de partido han entrado en esas instituciones democráticas que denostaban. Ahora el enemigo a batir son los "poderosos", una amalgama de empresarios, políticos y medios de comunicación cuya actividad atenta contra los intereses del pueblo y menoscaba los pilares de la democracia española. El nuevo argumento ha tomado cuerpo impulsado desde fuera, en concreto, quién lo iba a decir, por las propias cloacas del Estado y de los anteriores responsables del Ministerio del Interior con el Gobierno del PP. El escándalo de la construcción de pruebas falsas contra Podemos, por supuesta financiación desde Venezuela, por parte una policía patriótica a las órdenes de los mandos políticos de Interior, ha dado alas a algunas de esas teorías, y ha metido en campaña a una formación en sus horas más bajas y que amenaza ruina electoral si se atiende a lo que dicen las encuestas.

Los enfrentamientos internos, las disidencias, las fugas y las traiciones producidas en el seno del partido tras la triunfante victoria de Iglesias y su equipo en Vistaalegre II (febrero de 2017) sobre el sector crítico liderado por Íñigo Errejón han diluido el proyecto. De tal forma es así que, de aspirar hace tres años al famoso sorpasso con el PSOE, ha pasado ahora a mendigar una representación parlamentaria que les sea útil para sumar al resultado socialista y poder conformar una mayoría progresista en el Congreso.

Lejos quedan los tiempos en los que Iglesias y su círculo se plantaron en la sala de prensa del Palacio de la Carrera de San Jerónimo tras las elecciones de diciembre de 2015, mientras el socialista Pedro Sánchez despachaba con el Rey en la Zarzuela, ofreciendo un pacto al PSOE en el que era él, Iglesias, quien repartía los cargos del futuro gobierno y se reservaba para sí la vicepresidencia y el CNI.

Desbandada

Todo un alarde que proyectaba luz sobre el verdadero perfil del personaje y de su estrategia política y que derivó enseguida en el famoso rechazo al pacto entre PSOE y Cs para la investidura de Sánchez, obligando a nuevas elecciones en las que buscaba superar a los socialistas y convertirse en la referencia política de la izquierda en España. No solo no lo logró, sino que perdió un millón de votos y propició que Rajoy gobernara tres años más. Un año después quiso echarlo de La Moncloa a través de una pirueta política que se definió como la quintaesencia del postureo estratégico de Podemos, una moción de censura, con Iglesias de candidato alternativo, a sabiendas de que no contaba con los apoyos suficientes.

Desde entonces la formación morada no ha parado de perder posiciones, también por su empeño en seguir avalando el derecho de autodeterminación de Cataluña y llamando "presos políticos" a los responsables del referéndum ilegal del 1-0 y de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) en esa comunidad autónoma que están siendo ahora juzgados en el Tribunal Supremo.

Pablo Iglesias es el gran hacedor del proyecto desde el principio, y lo es tanto para los días de vino y rosas como para los de la travesía del desierto. Su carisma ha derivado en personalismo, y el asambleísmo del proyecto en sectarismo. Los círculos que daban vida y sostenían el discurso podemita han sido sustituidos por el férreo control desde una dirección política digna de los tiempos del centralismo democrático de los partidos comunistas.

Y junto al abandono o distanciamiento del invento de la mayoría de los fundadores, como el propio Errejón, Luis Alegre, o Carolina Bescansa, o de muchos de sus apoyos y colaboradores posteriores, como el ex fiscal anticorrupción Jiménez Villarejo, se ha producido en los últimos tiempos una desbandada de los grupos territoriales que conformaban las candidaturas de la izquierda alternativa en el conjunto del Estado. Las mareas que en un tiempo alimentaron la oferta de la nueva izquierda a lo largo y ancho del país se han desangrado en peleas internas o enfrentamientos directos con la dirección de Podemos. Otras formaciones, como Compromís en la Comunidad Valenciana, ya no ven rentable ni sumatoria la marca y prefieren ahora ir por su cuenta.

De alguna manera, la cúpula de la formación morada y el propio Iglesias recogen el fruto que sembraron. De la misma forma que se le volvieron en contra, a él y a su pareja sentimental, Irene Montero, número dos del partido, sus antiguas críticas a los políticos que vivían en casas de lujo lejos de los problemas de los ciudadanos. El entramado argumental al respecto se derrumbó cuando la pareja se compró un chalet de 260 metros cuadrados en Galapagar, en la zona exclusiva en las afueras de la capital, por más de 600.000 euros y para cuya adquisición tuvieron que pedir un crédito a la esa banca tan diabólica que conspira junto a la derecha contra el pueblo y que sueñan con nacionalizar.

'Migración' a Galapagar

Abandonar un barrio popular como es Vallecas en Madrid para irse una zona vip es algo a lo que cualquier ciudadano tiene derecho, si ese es su deseo y tiene recursos conseguidos legalmente, pero él estableció una regla de medir que se saltó a la torera para su propia migración a la zona pija cercana a la sierra madrileña. Un paso para el que ha necesitado un capital de entrada de 120.000 euros, y firmar una hipoteca de 500.000 euros a 30 años que ningún banco otorgaría a personas o familias de esas clases populares que Iglesias dice representar.

Ese episodio, por anecdótico que parezca a efectos políticos, marca un antes y un después en la forma en cómo los simpatizantes y la opinión pública en general miran a Podemos y al propio Iglesias, porque impacta de lleno en la línea de flotación de un discurso populista y adanista que pretendía ser la piedra de toque y el vértice de una nueva cultura política en esa izquierda alternativa a la que hizo la Transición y que generó lo que despectivamente llaman en Podemos el "Régimen de 1978".

El estratega que logró junto a un grupo de jóvenes audaces profesores universitarios dar cauce político a los indignados del 15-M parece haber perdido las claves de interpretación del mapa que diseñó para "asaltar el cielo" y se debate ahora entre la recuperación del radicalismo original del movimiento o "tocar poder" y rentabilizar el paso por las instituciones.

El 28-A Iglesias se juega su futuro político personal casi en la misma medida en que se lo juega Podemos. El politólogo, comunicador, profesor universitario y político profesional desde hace cinco años que ha paseado su característica coleta y su verbo encendido por las tribunas mediáticas y políticas a lo largo y ancho del país quiere hacer de esa jornada electoral el primer día de un futuro con Podemos y él mismo en un Gobierno progresista presidido por el socialista Pedro Sánchez, pero asumiendo también que podría ser el último de su liderazgo en la formación morada, y el principio del fin de un proyecto que alumbró un sueño sin peldaños.