Santiago Abascal (Bilbao, 1976) se ha convertido en el animador principal de una campaña electoral que ningún otro dirigente sabe muy bien cómo afrontar y cuyas dudas están provocando errores no forzados que pueden resultarles caros. El presidente y candidato de Vox, el partido ultraderechista que ha surgido de las profundidades ideológicas más inconfesables del PP, es el único que tiene clara la estrategia y sabe que, en su cruzada por el rescate de las esencias patrias, sus errores no le contabilizan en contra. Su parroquia se queda con aquello de sus propuestas que más le atrae o le interesa especialmente, y pasa por alto cualquier otro elemento, incluidos los que no le gusten o no les convenzan, porque en una campaña a la contra y en la que el ruido mediático será siempre un aliado, sacará provecho de todo. Es un candidato omnívoro que se está merendando a sus principales adversarios políticos: no solo rasca votos del PP y de Cs, que le han seguido la corriente en una estrategia suicida, sino que arrastrará hasta las urnas a un sector antisistema de derechas tradicionalmente abstencionista.

Abascal, que paradójicamente se ve obligado a celebrar sus cumpleaños el día de la conmemoración de la Segunda República, el 14 de abril de cada año, parece sentirse cómodo en esa estampa caricaturesca que pintan de él tanto los medios de comunicación como algunos dirigentes políticos. Asume su perfil de caballero cruzado con caballo y pistola que dice barbaridades y disparates sobre la mayoría de asuntos que aborda, pero no es tan tonto como lo pintan y se está desvelando como bastante mejor estratega que muchos de sus contrincantes. Sin renunciar a esa imagen de franquista recauchutado con ideas que conectan sus neuronas con la entrepierna, está jugando una baza bastante más pensada que lo que se le presupone, porque no sólo apela a determinados elementos de la política española actual que moviliza a los sectores más ultramontanos, sino que está logrando enganchar a Vox, a su discurso y a sus mensajes, con el movimiento nacionalpopulista que recorre Europa y el mundo.

Internacional ultraderechista

No resultaba normal que España se quedara al margen de ese movimiento que está sacudiendo las estructuras políticas e institucionales de tantos países con democracias asentadas, y Abascal, al amparo del malestar social por la crisis económica y por la crisis territorial en Cataluña, ha despertado los demonios que dormitaban hasta ahora en un partido, el PP, en el que él militó 25 años muy cercano a algunos de sus dirigentes más importantes, como Esperanza Aguirre, Mayor Oreja o María San Gil. Vox es ya un socio más de la internacional ultraderechista que se cobija bajo el paraguas ideológico de Steve Bannon y la tropa de Trump y que tiene organizada una auténtica conjura identitaria nacionalista y una cruzada europeista al rescate del viejo Estado autoritario en lo político y social, pero neoliberal a ultranza en lo económico.

Abascal, sobre todo desde la irrupción de su formación en las elecciones andaluzas de diciembre, en las que logró 12 diputados y pactó sus condiciones para hacer presidente de la Junta al popular Juan Manuel Moreno, es ya por tanto la referencia clara en España del club que ya integran Marine Le Pen, Matteo Salvini, el Viktor Orban húngaro, el UKIP inglés que ganó el brexit, la Alternativa por Alemania, el Amanecer Dorado griego, y un largo y peligroso etcétera a lo largo de toda la UE.

Sin necesidad de una identificación directa con el fascismo de los años 30 del siglo pasado, el presidente de Vox ha construido una imagen y un ideario para su partido que remite sin embargo a claras políticas autoritarias, de restricción de libertades y cuestionamiento de principios constitucionales.

Desde las elecciones andaluzas y, más recientemente, desde su participación junto a los líderes del PP, Pablo Casado, y de Cs, Albert Rivera, en la concentración de las banderas en la plaza de Colón de Madrid, el pasado 10 de febrero, Santiago Abascal y Vox han entrado sin embargo blanqueados, y muy reforzados por las encuestas, en la campaña electoral, hasta tal punto de que nadie en el centro-derecha español cuestiona su participación para hacer posible un gobierno de estas tres formaciones si suman los 176 escaños necesarios en el Congreso. Durante la campaña, tanto los populares como la formación naranja no solo evitan entrar en confrontación con él para no enemistar al electorado que se disputan, sino que han seguido algunos de sus debates y le cobijarán en la hipotética alianza para "salvar a España" y echar del Gobierno al socialista Pedro Sánchez. Es un triunfo en toda regla para Vox y Abascal ya antes de la jornada electoral.

El líder ultra a veces se esfuerza por no parecer aquello de lo que se le acusa, pero lo hace de una forma que viene a asumir y a ratificar tal condición o actitud, como ocurre cuando alguien niega ser racista o xenófobo cada vez que habla con desprecio de un persona de otra etnia o cultura, o de los peligros de la inmigración. Combativo hacia las leyes contra la violencia de genero, es partidario del derecho a la tenencia de armas en los domicilios particulares para autodefensa y el mismo alardea de ir siempre con una Smith &Wesson en el bolsillo. Defensor excluyente y exclusivo de sus valores cristianos, y de borrar cualquier vestigio de memoria histórica que no sea la propia, el debate territorial en España lo resume en un discurso visceral contra el Estado Autonómico y de recentralización de competencias en el Gobierno estatal.

El cobijo de Aguirre

Abascal, sin embargo, no ha caído del cielo ni cultivó su pensamiento ultra hace dos días, tiene tras de sí una dilatada carrera política en las filas del PP. Procedente de una familia de Amurrio con algunos de sus miembros (su padre y uno de sus abuelos) con cargos franquistas, el candidato de Vox se afilió al PP con 18 años y fue presidente de las Nuevas Generaciones del País Vasco durante cinco años. Con 23 años, resultó electo para su primer cargo público como concejal del PP en el Ayuntamiento de Llodio (Álava), cargo que ejerció en dos corporaciones consecutivas. Desde entonces ocupó distintos puestos internos y públicos en el PP vasco, siempre alineado con el sector de Mayor Oreja que entonces dominaba el partido.

Cuando el moderado Antonio Basagoiti se hizo con las riendas del partido en el País Vasco, dando un giro a la línea dura de su antecesor, Abascal se vio obligado a emigrar a otras latitudes más cálidas para su pensamiento e ideología. Y encontró refugio y confort en las liberales y muy bien financiadas filas del PP madrileño a cuyo mando se encontraba la cazatalentos Esperanza Aguirre.

Allí, en abril de 2013, fue nombrado director de la Agencia de Protección de Datos de la comunidad, y más tarde gerente de la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social, fundación con un único trabajador además del propio Abascal y sin actividad conocida y que ese mismo año recibió de Comunidad de Madrid una subvención de 183.600 euros, de los cuales destinó 82.491 al sueldo de su presidente. El mismo día que se disolvió la institución se constituyó Vox como partido.

En noviembre de ese año abandonó el PP y en enero de 2014 participó ya en la presentación pública de Vox, inscrito desde diciembre de 2013 en el registro de partidos del Ministerio del Interior, junto a José Antonio Ortega Lara (el funcionario de prisiones burgalés que estuvo secuestrado por ETA 532 días entre 1996 y 1997), el filósofo conservador José Luis González Quirós, y otros ex militantes del PP. El nuevo partido se postulaba, de cara a las elecciones europeas de ese año, como una alternativa a la partitocracia del PP y del PSOE, para regenerar la democracia, acercar la política a los ciudadanos y defender la unidad de la nación española. Abascal se hizo por su parte en pocos meses con la presidencia y el liderazgo del partido.

Sin éxito en sus primeras participaciones electorales, la crisis catalana del 2017 y la fiebre identitaria desatada en la nueva cultura política española está dando alas, si los ciudadanos y la democracia no lo impiden, a un partido que sueña con la Reconquista de una quimérica patria desde la cumbres de Covadonga, y a un líder que patéticamente fantasea con Don Pelayo.