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Le llaman capitalismo y no lo es

Movimientos internacionales como BCorp promueven empresas que busquen el valor a largo plazo

Le llaman capitalismo y no lo es.

Preparando esta semana una charla que he impartido en el ‘Impact Hub’ de Madrid ante un grupo de organizaciones y empresas comprometidas con el movimiento en favor de un capitalismo con propósito que busque transformar la sociedad y el planeta provocando impactos reales positivos aprovechando la fuerza de las empresas y sus decisiones, me acordé de ese personaje de Molière que llevaba cuarenta años hablando en prosa, sin saberlo ('El burgués gentilhombre'). Porque a veces, la historia no evoluciona mediante cortes bruscos y saltos radicales, sino que las transformaciones, incluso las más disruptivas, se van desplegando durante años, a veces décadas, hasta que, de repente, te das cuenta de que, por ejemplo, la Inteligencia Artificial ya es una presencia irreversible en nuestra manera de organizar cosas.

Algo similar ocurre con las reflexiones prescriptivas que, incluso desde foros conservadores como Davos o el Business Roundtable, se viene haciendo sobre las mutaciones que está experimentando nuestro sistema económico. Hasta el punto que creo llegado el momento de constatar que se ha producido un salto cualitativo, por acumulación de cambios interrelacionados, que nos sitúan en un escenario que no se puede calificar, en puridad, como capitalista. Al menos, no sin añadirle muchos adjetivos.

Empecemos por describir lo que se nos ha enseñado como capitalismo y que los liberales siguen defendiendo hoy: un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción, con empresas que son el motor del crecimiento, que tienen dueños privados que buscan maximizar sus beneficios y con ello, gracias a la competencia y a la mano invisible del mercado, se consigue el óptimo social. Todo ello lleva aparejado, de manera intrínseca, aspectos esenciales como: presencia mínima del estado y de lo público (liberalizar es positivo, el estado es el problema y los impuestos son un robo); relación de suma cero entre empresarios y trabajadores a la hora de reducir costes y repartirse el excedente; sistema económico que no tiene en cuenta el planeta, salvo como recursos naturales privatizables y como efectos externos, positivos o negativos.

Alejado de los modelos

El panorama actual está muy alejado de esa caricatura. Lo está, desde luego, en los modelos de capitalismo autocrático de estado (China, Rusia) o en los de capitalismo de la corrupción en aquellos países donde la droga y la delincuencia son los que marcan la vida económica, social y política. Pero está también muy alejado de los modelos europeos e incluso norteamericano de capitalismo. Empezando por lo más evidente: el papel del Estado como agente determinante en positivo al ofrecer cohesión social y democracia política, pero, también, regulación, supervisión y control de las reglas del juego o más recientemente, aportando bienes públicos como formación, innovación, o infraestructuras, asuntos que permiten mejorar el desempeño de las empresas privadas que se aprovechan de ello, dando sentido a esa frase clásica de que los impuestos es el precio que pagamos por la civilización.

Mariana Mazzucato ha sido la autora que, de manera más convincente ha defendido el papel del Estado como emprendedor, más allá de su papel de regulador o de gran seguro público ante la enfermedad, el paro o la jubilación, demostrando cómo buena parte de los capitales privados, sobre todo en las nuevas tecnologías, se han aprovechado de la inversión pública previa sin la que no hubieran sido posibles las grandes empresas tecnológicas de hoy. Esa simbiosis entre lo público y lo privado, muy alejado del simplismo de una relación de suma cero, era algo ya constatado por todas las empresas contratistas del Estado en sectores tan decisivos como la defensa o las infraestructuras, que se amplía a la economía del conocimiento.

Sin embargo, el cambio más importante a la hora de redefinir el capitalismo de los manuales, se está produciendo en el marco de los mercados y de la competencia ante el predominio de las grandes empresas tecnológicas que se están constituyendo en verdaderas alternativas a los estado-nación (Estado-plataforma se les empieza a llamar) y cuyo principal activo es intangible (capitalismo sin capital) consistente en datos, tecnología, algoritmos. Pero, sobre todo, hay que destacar el cambio sobre el propio sentido, función y propósito de la empresa en una economía globalizada y en plena emergencia climática.

Cuestionar los principios clásicos

Ahora, movimientos internacionales como BCorp o, en España, SpainNab, promueven empresas que busquen el valor a largo plazo, teniendo en cuenta las necesidades de todas las partes implicadas y de la sociedad en su conjunto. Defienden inversiones de impacto, realizadas con el propósito de generar mejoras en el medio ambiente y en la sociedad, a la vez que rédito económico. De manera explícita se reconoce dos hechos que contradicen los principios clásicos de las empresas en el capitalismo de manual: en primer lugar, que los accionistas (dueños) son muy importantes, pero no son los únicos importantes ya que la empresa moviliza también a otros ‘stakeholders’: trabajadores, proveedores, clientes, sociedad en general, cuyos intereses deben alinearse mediante estrategias adecuadas de lo que se ha llamado capitalismo de ‘stakeholders’ que incluye la adecuada transparencia y el cumplimiento estricto de la legalidad, incluyendo la tributaria.

En segundo lugar, utilizar el poder, el talento, los contactos y la experiencia de las empresas para ponerlos al servicio de resolver problemas sociales o medioambientales, en una concepción que va más allá del filantrocapitalismo que, a su vez, ya es un avance respecto a la clásica caridad. Al utilizar la fuerza de las empresas como motor capaz de provocar cambios positivos, se promueve un modelo de colaboración público-privada que supera los antagonismos simplistas.

Este movimiento transciende el concepto de sostenibilidad como algo reducido al medio ambiente y sitúa a las empresas como agentes imprescindibles para el cumplimiento de compromisos globales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, o los de reducción de emisiones de CO2 para luchar contra el cambio climático o los de revertir la desigualdad creciente que está alimentando a los populismos y poniendo en riesgo nuestras democracias. 

El cambio de paradigma respecto al viejo capitalismo, es evidente. Sobre todo, cuando viene empujado por los financiadores (bancos, fondos de inversión…) o los propios accionistas y no solo desde las autoridades de regulación. Queda mucho camino por recorrer. Empezando por asentarlo o por armonizar las diferentes métricas de todos estos impactos. Pero debemos seguir con la extensión de este modelo desde las empresas cotizadas, al conjunto de empresas y sectores. Entonces, aunque sigamos hablando de capitalismos, ya no lo será porque se habrá transmutado en otra cosa. Distinta y mejor. Y todo empieza, por implantarle un alma, al viejo capitalismo. Y eso, reordena también los dogmas de las viejas ideologías. Veremos.

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