Sector primario
El campo como alternativa a una vida laboral marcada por el estrés
Canarios urbanos y con carrera cambian su estilo de vida para dedicarse al sector primario

Pilar Carballo con sus ovejas en la finca que tiene en Arafo, Tenerife. / LP/DLP

Atascos, control horario y estrés frente a naturaleza, animales y paz mental. Cada vez son más los canarios que deciden cambiar la oficina en la ciudad por una parcelita en el campo buscando una mayor calidad de vida. Estudiaron carreras universitarias que nada tienen que ver con el sector primario y comenzaron su vida profesional lejos del campo, pero han acabado dejando aparcados sus estudios e invirtiendo en proyectos agrarios y ganaderos. El cambio, en muchos casos, no ha mejorado sus economías, pero sí les ha hecho sentirse más felices y realizados.
Pilar Carballo sabe bien lo que significa vivir con el estrés a flor de piel. Durante 18 años trabajó en el 112 de Canarias, los últimos ocho como secretaria de dirección, hasta que un día su cuerpo y su mente dijeron basta y colgó el teléfono. «Tuve un pico de estrés y me dije: tengo que hacer un cambio de vida, no puedo seguir aquí», recuerda. En realidad, la semilla de ese cambio ya estaba plantada desde hacía tiempo: en el año 2000 había comprado un pequeño terreno en Arafo, Tenerife, para que sus cuatro hijos pudieran tener contacto con la naturaleza y criar unas cuantas gallinas para casa.
Nicho de mercado
Lo que comenzó como un entretenimiento familiar acabó convirtiéndose en un proyecto vital y profesional. «Tenía unas gallinitas y veía que los huevos sobraban, pero la gente me pedía huevos camperos, huevos de campo… y ahí vi que había un nicho de mercado». Y poco a poco nació la Finca Ecológica La Jara, que primero se enfocó en gallinas y producción de huevos ecológicos.
El camino de esta canaria dio un giro inesperado cuando, ya integrada en el sector, conoció a la oveja canaria de pelo o pelibuey, una raza autóctona en peligro de extinción y fue amor a primera vista. «Nunca había visto una oveja en mi vida, pero cuando vi aquella fue como un enamoramiento. Dije: yo quiero tener ovejas», confiesa entre risas. A partir de ahí, no hubo marcha atrás. Hoy cría ejemplares de esta raza y también de oveja palmera, de la que apenas quedan 200 ejemplares en todo el Archipiélago. Cuenta con una finca de unas 12 hectáreas y el Instituto Canario de Investigaciones Agrarias ha apoyado su proyecto desde el principio cediéndole un rebaño.
El camino no ha estado exento de dificultades. Este mismo año sufrió un ataque de perros que acabó con 14 de sus animales, un golpe duro que, sin embargo, no frenó sus ganas de seguir adelante. «No me para nada. Ahora mismo las ovejas están a punto de parir y sigo con la misma ilusión del principio», afirma.
Además de la cría de ganado, Carballo ha apostado por diversificar su negocio con productos únicos en Canarias, como esponjas y jabones artesanales elaborados con lana de oveja palmera. «Siempre digo que para emprender en el sector primario tienes que aplicar mi teoría de las 3D: diversificar, diferenciarse y dignificar. Solo así se puede hacer rentable un negocio de este tipo».
Largas jornadas
Aunque reconoce que el trabajo en el campo exige largas jornadas y sacrificios, la satisfacción personal no tiene comparación. «La diferencia es que ahora trabajo para mí. Antes le daba mi tiempo a una empresa que me daba un sueldo; ahora mi esfuerzo se traduce en una empresa propia, un sueldo y, sobre todo, la satisfacción de hacer lo que me gusta», apunta.
Carballo dejó un puesto importante con un buen sueldo por una vida ligada a la naturaleza. Eso sí, advierte de que el romanticismo del campo no debe ocultar la dureza que hay detrás. «Existe lo que yo llamo el estrés rural: la burocracia, los papeleos, la normativa… No somos hippies, somos empresarios del sector primario que pagamos impuestos y cumplimos controles como cualquier otra empresa», aclara.
Nadie en su familia se había dedicado antes a la agricultura o la ganadería, pero hoy Carballo se reconoce con orgullo como agroganadera. Sus cuatro hijos han tomado otros caminos –uno de ellos ligado a la agricultura en el extranjero– y no sabe si alguno continuará con el proyecto, pero no le preocupa. «Lo importante es que este sector sea atractivo para cualquier joven, que se vea como una empresa rentable y digna, no como una esclavitud», afirma.
La mala fama que arrastra el sector lleva a que la mayoría tilde de «loco» a cualquiera que se le ocurra ligar su futuro al campo. Rubén Castellano lo vivió en sus propias carnes. Hace un año animó a su novio a montar una granja y ahora combina su trabajo de periodista en RNE con el cuidado de cabras y el cultivo de higueras y olivos. Su aventura comenzó en La Palma y hace tres meses se trasladaron a Tejeda (Gran Canaria). Allí los vecinos los apodaron «los dos jóvenes medios locos que han comprado una granja». «Me choca que la gente diga siempre que al campo le falta gente joven pero después cuando te metes en esto nadie te entiende ni te apoya», se queja el joven.
Con gusto
Castellano no se arrepiente de nada. El estrés que le provoca su trabajo como periodista desaparece cuando pone un pie en su finca. Siempre tiene alguna tarea que hacer, lo que le impide «sobrepensar» los problemas del día a día y le permite desconectar de sus responsabilidades en la redacción. Trabaja más horas, pero lo hace con gusto. «Se me pasa el tiempo volando, estoy concentrado en la tarea y cuando me doy cuenta se me ha pasado el día», afirma.

Rubén Castellano con sus animales. / LP/DLP
El camino, al igual que para Carballo, no ha sido fácil. El sueño del canario y su pareja Alejandro es montar una quesería, ahora cuentan con 30 cabras y su idea es llegar a tener 80. Esperan que el proyecto tenga rentabilidad en unos tres meses, ya que hasta ahora han tenido que criar a los animales desde que eran baifos. «No pudimos comprar cabras, fue imposible porque con la guerra de Ucrania y la subida de insumos muchos ganaderos canarios quitaron animales», explica el joven.
El proyecto ha arrancado gracias a los ahorros de Castellano, ya que, según explica, las ayudas tardan «muchísimo» en llegar. «Hay que desembolsar muchos billetes para poner una iniciativa así en marcha», reconoce.
El periodista ve el futuro con optimismo y , por el momento, no se plantea dejar aparcado ninguno de sus dos mundos. Ha logrado un equilibrio perfecto. «Este binomio periodismo-ganadería de momento me está gustando mucho, quizás dentro de unos años me voy quemando de un lado o de otro, pero por ahora los quiero a ambos», asegura.
En esa misma línea de jóvenes canarios que han cambiado el rumbo de sus vidas hacia el campo se encuentra Alberto Arencibia, un agricultor de 28 años que dejó atrás su formación en robótica y mecatrónica para seguir los pasos de su familia y apostar por el sector primario. Aunque de pequeño no quería saber nada de tierras ni de ganado, la rutina en la fábrica donde trabajaba acabó por agotarlo y hace ya cinco años decidió dar un giro radical. «Al final siempre era lo mismo. Llegó un punto en que me dije: prefiero esforzarme en algo propio que repetir cada día la misma tarea», cuenta.
Papas y zaharorias
Con esfuerzo y muchas horas de trabajo, Arencibia se ha ido abriendo camino en la agricultura. Comenzó ayudando a su padre en pequeñas producciones y hoy gestiona seis hectáreas repartidas entre Moya y Gáldar, donde cultiva principalmente papas y zanahorias, además de otros productos de temporada como pimientos o tomates. Para levantar su proyecto ha tenido que enfrentarse a múltiples obstáculos: la falta de fincas con agua disponible, la burocracia para acceder a ayudas y el elevado coste de la maquinaria. «Tuve que pelear mucho, incluso por las ayudas y eso te quita mucho tiempo y energías», lamenta.

Alberto Arencibia en su tractor. / LP/DLP
El suyo es un trabajo sin horarios. Reconoce que ha llegado a encadenar jornadas de hasta 21 horas seguidas y que, de media, trabaja unas 14 horas diarias. Tiene tres empleados fijos, pero la carga sigue siendo inmensa. «Aquí no hay festivos ni vacaciones, siempre hay algo que hacer», admite. Aun así, asegura que el esfuerzo merece la pena. «No es lo mismo trabajar para otro que para uno mismo. La voluntad es distinta. Al principio no quería saber nada del campo y ahora no lo cambio por nada», reconoce.
Arencibia no oculta las dificultades económicas: las ventas son irregulares, los precios muchas veces no cubren los costes y la incertidumbre es constante. Pero también encuentra motivaciones que lo empujan a seguir: la independencia, la satisfacción de ver crecer sus cultivos y la aplicación práctica de lo que estudió. «Mis conocimientos de robótica y mecatrónica me sirven cada día. Desde reparar una pieza de la maquinaria hasta diseñar soluciones improvisadas. Eso me ha ahorrado mucho dinero y problemas», explica.
A pesar de las críticas de algunos amigos que lo tildan de «loco» por dedicarse al campo y de las dificultades para conciliar su vida familiar, el canario lo tiene claro: este es su camino. «Días buenos y malos los hay, pero nunca me he arrepentido», asegura.
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