Un año de contienda

El efecto de la guerra de Ucrania en los negocios de España: "Vendo más pero no llego a final de mes"

Un panadero, una industrial, un comerciante y un restaurador relatan los efectos de la inflación y otros impactos del conflicto bélico en su día a día

El efecto de la guerra de Ucrania en los negocios de España: "Vendo más pero no llego a final de mes".

El efecto de la guerra de Ucrania en los negocios de España: "Vendo más pero no llego a final de mes".

Gabriel Ubieto | Paula Clemente | Sara Ledo

Más de 3.000 kilómetros de distancia entre Kiev y Barcelona no han impedido que los efectos de la invasión rusa calen en el tejido empresarial. La luz cuatro veces más cara, la inflación en niveles de récord, el transporte por las nubes y muchas materias primas disparadas de precio por la escasez. A la tormenta que desató el covid solo le faltaba un conflicto bélico en el este de Europa. Y, un año después, las pymes aún lo notan: alguna para bien, la mayoría para mal.

Manel Llaràs, panadero: “Vendo como nunca, pero no llego a final de mes”

Manel Llaràs, en su panadería.

Manel Llaràs, en su panadería.

Cuando Manel Llaràs atendió a EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, en marzo del 2022, pocos días después de que Vladímir Putin decidiera invadir Ucrania, estaba haciendo números para ver si tenía que despedir o no a uno de sus trabajadores para cuadrar balances. A este panadero las facturas del gas y de la harina se le habían disparado con el conflicto en el Este y no veía otra opción para sortear los números rojos. “Al final tuve que hacerlo, no podía pagar todos los costes”, reconoce.

Su familia hace tres generaciones que se dedica en el centro de Lleida a uno de los oficios más antiguos de la humanidad y actualmente regenta dos panaderías y una plantilla de 10 empleados. Cuando las tropas rusas cruzaron la frontera ucraniana los costes se le habían duplicado. Hoy son tres veces más altos que antes de la guerra.

Llaràs ha logrado taponar la posible fuga de clientes, tentados por los supermercados y su peor pero más barato pan. Y eso que no le ha quedado otra que subir precios, un 12%, en dos tandas, durante el ejercicio anterior. Una cifra por debajo de la media, atendiendo que el pan se ha encarecido un 13,5% en el último año, según los datos del IPC de enero.

“De momento intento aguantar sin volver a subir precios. Sé que este año tendré que volver a hacerlo, otro 6%, pero no se aun cuándo, estoy valorando el mejor momento para no perjudicar a los clientes”, afirma.

Hace 20 años Llaràs pasó de alimentar sus hornos con leña, como se había hecho toda la vida en su familia, al gas. Más limpio y práctico, pero hoy en el centro de la espiral de precios. “Llevamos un año de una agonía financiera importante. Con un desgaste acumulado… Estoy contento porque ‘solo’ pago la luz un 200% más cara que el año pasado. No más. ¡Pero es que los precios no hay manera que bajen!”, se queja. 

El consumo ha aguantado y la hecatombe económica que más de uno pronosticó para este año todavía no se ha producido. El consumo aguanta por ahora y Llaràs cuenta que ha contratado a otra persona para suplir a la que tuvo que despedir. “Estas navidades hemos vendido mucho, como nunca, pero luego echas cuentas y no salen. A final de mes he tenido que pedir aplazar algunos pagos”, explica. “No tengo buenas sensaciones para este 2023”, añade.

Susanna Visauta, industrial: “Las expectativas son buenas, la incertidumbre total”

Susanna Visauta, en el almacén de Suinsa.

Susanna Visauta, en el almacén de Suinsa. / ANNA MAS TALENS

El optimismo o el pesimismo entre las empresas ante la persistente crisis de precios van por barrios. De la misma manera que el panadero Llaràs no manifestaba buenas sensaciones para este año, la directora de administración de SuinsaSusanna Visauta, se dice “ilusionada”. “Tenemos buenas perspectivas, teníamos varios proyectos en desarrollo que hemos empezado ya a fabricar y hay mercados que teníamos parados durante la pandemia y que se nos han reactivado”, explica esta industrial, especializada en la fabricación mecánica de piezas de alto valor añadido.

No obstante, reconoce que el runrún que le llega de socios y clientes “no es bueno” y que afronta el año con “prudencia”. Su empresa, una pyme de 35 empleados –cuando atendió el año pasado a EL PERIÓDICO eran 30- es altamente dependiente del acero, importado desde Ucrania, y de la energía, con los precios todavía disparados. Visauta cuenta que el año pasado logró mantener un contrato fijo para la electricidad durante todo el año, lo que le permitió, pese a la subida, tener la certeza de a cuánto pagaría el kilovatio. Hoy no lo ha podido renovar en las mismas condiciones y cada mes chequea el contador para saber a cuánto le ascienden las facturas. “Cuando llamas para un pedido te dan un precio cuando preguntas y otro cuando vuelves a llamar para encargarlo. El del transporte hasta el mismo día que sale el camión no puede asegurarte el precio. Vivo en la incertidumbre total”, manifiesta.

Pese a esa niebla, la actividad de Suinsa va al alza. Ahora empiezan a fabricar para Boeing piezas para el tren de aterrizaje de los aviones, un sector que durante el covid estuvo parado y que ahora vuelve a despegar. A ello se suman nuevos encargos de dispositivos médicos para oftalmología o blísteres para una conocida multinacional farmacéutica. “Estoy ilusionada, pero también soy prudente. Los costes laborales nos han subido mucho con la renovación del convenio del metal. Y sé que dependo de más gente, que si a ellos no les va bien pueden enviar al traste mis previsiones. No descarto nada para este año”, afirma.

Robert Cot, comerciante: “La guerra ha influido como excusa: si quisiéramos, no nos afectaría en nada"

Robert Cot, en su tienda Autòctons.

Robert Cot, en su tienda Autòctons. / ZOWY VOETEN

Apenas 11 años de trayectoria, y en cosa de días, cuando cierre su vecino, se convertirá en el tercer establecimiento más antiguo de la principal calle comercial del barrio de El Clot, en Barcelona. “Algo va mal”, opina el autónomo en cuestión, Robert Cot, dueño del colmado Autòctons. Claro que de esta década larga, los últimos 3 años han sido de tormenta absoluta: la pandemia -que de entrada le benefició por ser una tienda alimentaria- combinada con la guerra en Ucrania se ha acabado convirtiendo en un aumento de costes sin precedentes. “Estuve de mayo a noviembre pagando más de 1.300 euros de luz al mes, cuando mi gasto habitual eran unos 300 euros y mi máximo histórico habían sido 700 euros”, recuerda este pequeño empresario, que también ha visto subir el precio del producto que le llega.

Y eso que su negocio se basa en la venta de alimentación que venga sí o sí de Catalunya, como límite de lo que él entiende por producto de km0. Es decir que, a priori, no tendría por qué haber notado un aumento de precio derivado del encarecimiento del transporte de larga distancia o del déficit de según qué productos al cortar el grifo Rusia y Ucrania. Y sin embargo, así ha sido. “Somos un país muy rico pero dependemos mucho de las exportaciones, eso marca un precio de mercado, y los de aquí se han subido al carro”, analiza Cot. “Se ha hecho una metástasis de un pequeño cáncer y ahora ya estamos todos en la rueda del ‘si tu cobras 1 euros, yo 20 céntimos más’”, asegura el mismo. 

“La guerra ha influenciado, sí, pero como excusa, si realmente quisiéramos, no nos afectaría en nada”, lanza Cot, que incluso con esta condición de proximidad lleva meses comprando más caro. 

La consecuencia ha sido ver reducidísimos sus márgenes, porque ha intentado subir el precio lo justo, y transformar el contrato a tiempo completo de su único empleado en uno a media jornada. “El que tenga un poco de colchón lo puede soportar, el que no lo tenga, imposible”, opina Cot. “Los costes están muy altos y el libre mercado no es tan libre”, lamenta, en una lectura en la que no hay resquicio de optimismo: “Esto cuando vuelva el IVA no cambiará, y cuando acabe la guerra en Ucrania, tampoco”. 

Leandro Izquierdo, restaurador: “Estoy lleno todos los días y llevo tres años perdiendo dinero”

Leandro Izquierdo, propietario de un bar en el centro de Madrid.

Leandro Izquierdo, propietario de un bar en el centro de Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA

La pandemia fue un 'shock' para el turismo y la restauración, uno de los sectores más afectados por la crisis del coronavirus al tener que cerrar a cal y canto sus establecimientos. Es el caso del restaurante a.n.E.l., dirigido por Leandro Izquierdo, ubicado cerca de la Puerta de Alcalá madrileña y destino de clientes habituales de las empresas de alrededor y de turistas que visitan la ciudad. “Estoy lleno todos los días y llevo tres años perdiendo dinero”, declara Izquierdo a EL PERIÓDICO.

El empresario tiene una fecha marcada en su mente: julio de 2021. Anel solía pagar una factura de la luz de 1.600 euros al mes, que a partir de esa fecha pasó a ser de 3.500 euros y en agosto de 2021 se disparó a 5.000 euros. “Se ha más que triplicado la factura. La luz siempre ha sido un gasto alto para nosotros, pero más de 5.000 euros para un restaurante es una barbaridad”, explica. “Antes de empezar la guerra ya todos los precios habían subido una barbaridad. Pero muchos proveedores estaban aguantando para no repercutir la subida a sus clientes, pensando que sería algo coyuntural, pero han pasado los meses y no ha habido solución”, añade.

Entre los productos que mayor incremento de costes han tenido, Izquierdo enumera el aceite, el azúcar, la leche y, sobre todo, las verduras. “Al proveedor de verdura le estoy pagando prácticamente lo mismo que al de pescado y al de carne, cuando antes era prácticamente la mitad”, explica Izquierdo, que descarta que el incremento por este producto haya sido de un 10% o un 20%, sino que “se ha doblado el precio”.

Y con los costes subiendo, la consecuencia única que ha podido barajar era subir los precios. “Si recorto en personal, no doy buen servicio; si no doy buen servicio, los clientes dejan de venir. En calidad tampoco puedo recortar porque si recorto calidad los clientes van a ver que el restaurante ha cambiado, con lo cual también perderíamos clientes. La única forma de estabilizar y mantenernos es subiendo precios porque a los proveedores tampoco los podemos achuchar. Somos conscientes de que ellos bastante se han ajustado y apretado durante muchísimos meses sin subir los precios cuando a ellos les estaba subiendo todo”, explica.

Suscríbete para seguir leyendo