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Pesca

Un día en alta mar con los pescadores: "Volvemos a faenar en un mar de dudas"

Se ahogan con las subidas de los precios de los carburantes y otros componentes | Tampoco tienen relevo generacional

Un día en alta mar con los pescadores de Mallorca.

Pescador es aquel que aprende a vivir en un mar de dudas. Lejos de casa. Ante la adversidad, el pescador ni se lamenta ni abdica. Tiene la psicología inexpugnable de quien se la juega diariamente en un trabajo físico muy adverso, que maltrata el cuerpo. Son las 4.30 de la mañana en el Moll Vell del puerto de Palma. El patrón Toni Bonet acaba de encender las luces de 'Es Llevant' (21 metros), una de las tres barcas de bou que quedan en Ciutat (en 2014 había hasta 28 en toda Mallorca), "aunque ya sólo somos dos las que practicamos la pesca de arrastre", explica. Poco antes de las 5, embarcan los marineros Toni Martínez, Aissa El Kounami y Mohamed Mchicho. Es noche cerrada, sueltan amarras. Mientras, en la cabina del patrón y propietario del navío se establece la ruta y el caladero, "lo haces un poco a ciegas porque nunca sabes dónde habrá pescado", asegura Bonet. El habitáculo de control se ha ido tecnificando hasta adquirir el aspecto de una mesa de ingeniero telemático. "Ahora además de patrón has de ser informático", gruñe rodeado de pantallas y radares. "El pronóstico meteorológico no es malo, volveremos donde ayer, pongamos rumbo a Cabrera", dispone. Marca los puntos con el ratón -clic, clic-: la previsión de navegación es de dos horas y veinte minutos. Hay tranquilidad. Sobrevuela la sensación de que la jornada será pacífica, pero el mar es aún una piel dormida que no se ha manifestado.

En cubierta, Aissa y Mohamed conversan. En el trayecto para salir del puerto, 'Es Llevant' pasa a escasos metros del colosal Zen, yate de diseño del multimillonario chino Jack Ma que se repara en Palma. Los marineros pasean la mirada sobre sus 88 metros y esbozan media sonrisa: son conscientes de que en Mallorca cada vez hay más espacio para los megayates y los lujos y menos para los humildes. "Yo no quiero que mis hijos se queden en España", masculla Mohamed Mchicho. "La situación es negativa para los que tenemos poco y queremos trabajar", denuncia. "En este barco estoy bien, pero estuve en otro hace años donde por dos semanas de faena me pagaron 25 euros, no volví. Luego hice también sardina y boquerón por las noches en otra barca, pero el sueldo era de 840 y no me daba para pagar alquiler y comida. Tengo tres hijos", relata. Moha (así le llaman todos) sabe lo que es huir de casa. En Rabat un día soñó que vivía en España y hablaba castellano. Tanto las circunstancias personales como la persecución de esa alucinación nocturna, le llevaron a esconderse junto a otros dos jóvenes en un contenedor de metal de un camión que hacía la ruta marítima Tánger-Algeciras. "Entré de forma irregular en el país y empecé a trabajar en el campo en Almería". Luego consiguió contratos en la construcción hasta que tomó el curso de marinero y se enroló en la flota pesquera de Mallorca.

170 días al año para faenar

La tripulación cumple con la rutina: Aissa y Mohamed se acuestan en el camarote inferior. Arriba, en la cabina de mando, está de guardia Toni Martínez. "Cuando falten 12 minutos para llegar al caladero aviso a los niños", cuenta. "Necesitamos mucha profundidad para echar las redes", subraya. "Ahora no salimos diariamente por las restricciones que hay con la pesca, pero yo en los años noventa salía todos los días de seis de la mañana a ocho de la noche", narra. Toni nació en Santa Pola (Alicante) hace 51 años, pero se mudó a la isla con cuatro. La pesca le viene de cuna. "Mi padre también salía a faenar: partía de casa a las 3 de la madrugada y no regresaba hasta las 21 horas. Casi no lo veía", evoca. Antes de echarse un rato, el patrón Bonet está enfrascado en el DEA o diario electrónico de a bordo. "Ya hemos pedido permiso a Madrid para salir. Ahora he de introducir en este sistema las capturas de ayer. Hacer diariamente estos partes informáticos me aburre muchísimo", espeta entre risas. Le molesta la informática, no el frío, la humedad o los embates de las olas cuando el mar se encabrita. 

También le mosquean las restricciones. "Hace dos años entró en vigor la normativa de que sólo se podía salir a pescar entre 160 y 170 días al año", revela. Unas limitaciones que la UE impuso a la flota de arrastre, que supusieron una reducción del 17,5% de días en 2021 y de un 6% adicional en 2022. Unas cortapisas que le obligan a chupar tierra más allá de sus deseos. "Cuando hicimos huelga la semana pasada, lo pasé muy mal porque ya veníamos de una semana en la que no habíamos podido salir por el mal tiempo. Creo que llevaba como diez días sin sentir el mar y me deprimí, necesitaba reencontrarme con mi vieja compañera de viaje", confiesa. "No me pude aguantar y salimos el mismo viernes después del paro. Fue una jornada difícil por el temporal, pero regresé feliz a casa". Cuando dice "difícil", el armador, que evade el drama y contiene el sentimiento, se refiere a que engancharon el bou y tuvo que acudir en su ayuda Salvamento Marítimo. Los pescadores no son de la épica cuando narran sus percances o cuitas. No son héroes. Son jornaleros que portan la sabiduría de un oficio antiguo. 

"Salimos a trabajar a pérdidas"

La travesía hacia Cabrera arranca a oscuras. Hay que tener siempre un ojo puesto en el radar, que avisa de los buques que se acercan. Cruza la bahía uno imponente de la naviera Grimaldi a las 5.15 de la mañana. 'Es Llevant', que ya suma 22 años, se pone a una velocidad de 10,2 millas. "A nosotros no nos favorece en nada que el precio del pescado en la Lonja se mantenga, lo vendemos por el mismo importe desde hace 20 años, y todo lo demás ha subido: gasoil, piezas de recambio, el aceite un 40%... Y muchos días ya vas a trabajar a pérdidas", lamenta el marinero y también mecánico naval Toni Martínez. "Nosotros tenemos poco margen de beneficio, ganan más los intermediarios", esgrime. "A causa de la subida del combustible ya no vamos más allá de las 25 millas, cuando hace años hemos llegado a estar a 52", reseña el patrón Bonet. "Cada año desembolso también 4.000 euros cuando he de sacar la barca al varadero para hacerle una puesta a punto", alude. "Mis hijos no quieren dedicarse a esto y ante todas estas subidas de precios, restricciones y vedas pues estoy pensando en jubilarme, podría hacerlo dentro de 22 meses", insinúa Toni, que actualmente tiene 56 años. "Desde la guerra de Ucrania, salir a pescar me cuesta unos 400 euros más de gasoil al día. Por jornada, son unos 700 sólo de carburante", calcula.

Un día en alta mar con los pescadores de Mallorca. Bernardo Arzayus

El otro problema de la pesca es la falta de relevo generacional. "Somos los últimos mohicanos. El curso de marinero cuesta 900 euros, quienes lo hacen sólo quieren ir a los yates y golondrinas: ganan más y es menos hostil. Nadie quiere venir a faenar con las redes", expone Martínez. Los extranjeros son ahora parte de la solución para cubrir los puestos de marinería en la flota pesquera. "La mayoría son jóvenes que provienen de Marruecos y Senegal, donde también hay mucha tradición con las artes de la pesca".

"El mar te recuerda lo pequeño que eres"

El sol asoma a las siete y media de la mañana, el día es gris con toques violáceos. 'Es Llevant' está solo en un mar inmenso que destella irisaciones opalinas. "Te recuerda lo pequeño que eres, ¿verdad?", razona Martínez en voz alta. Se acabó el descanso. Suben el patrón y los marineros. Es el momento de soltar 3.600 metros de cable, las redes y las puertas del bou, de 600 kilos cada una. Se precisa fuerza y músculo en cubierta. Hay 312 metros de profundidad. Después de 16 minutos, ya con la enorme bolsa extendida en el agua, se empieza a pescar. Son tres horas arando el fondo del mar. 

En la cocina, Mohamed y Aissa preparan el desayuno. Tostadas con aceite y café con leche. Dialogan. La marejadilla que mece el navío no les afecta al sistema vestibular. No saben qué es un mareo. "Mi madre me parió prácticamente en el mar", relata Aissa, que nació hace 47 años en Cabo Chico (Nador), a 15 kilómetros de Melilla. Su padre era pescador. De niño recuerda haber participado en su país en la pesca de boliche sin barca y con el propio cuerpo: los pescadores eran los que sostenían los extremos de la red y luego tiraban de unas cuerdas mientras se iba cerrando hasta sacar las capturas. "Un día llegamos a conseguir así 400 cajas de besugo", evoca.

Pronto embarcó en buques de arrastre y pescó por diversas ciudades costeras marroquíes, llegando a estar 20 días seguidos en alta mar. Una de sus peores experiencias fue echar las redes en el Sáhara. "El Frente Polisario mató a muchos compañeros pescadores. Luego el Gobierno de Marruecos autorizó que nos acompañaran militares. Íbamos con ellos, que portaban metralletas, para que no nos dispararan", narra. Aissa llegó a España en 2006, aterrizó en Guadalajara para trabajar en una obra. Pronto se le desmoronó el sueño europeo. Convivió con "escenas espantosas" y de "maltrato" a trabajadores sin contrato. "Mi oficio era el mar y me marché a Tarragona. Luego vine a Mallorca y ya llevo nueve años en esta barca y estoy muy contento con el patrón, porque él nos paga incluso los días que no salimos", dice.

"Aquí tenemos un problema: los días que paramos tenemos una ayuda de 50 euros, pero la pagan con un año de retraso. Mientras, no cobras nada y, encima, como consta que tienes dos pagadores, Hacienda te da un sablazo. Es todo muy difícil, a mi mujer no le dan ninguna prestación. Está enferma y toma muchas pastillas cada día. La factura de la farmacia es elevadísima, no puedo pagarla". El pescador considera que son insuficientes la rebaja de 20 céntimos por litro de combustible y las otras propuestas económicas que se han pactado para el sector con el fin de reducir el impacto de la subida de precios. "Este trabajo es complicado, tampoco tienes un sueldo estable. Yo quiero que Pedro Sánchez venga aquí un día a estar con nosotros", remacha.

73 cajas de pescado y marisco

Mohamed ha preparado una paella de marisco. La sirve en vajilla metálica. En el barco se come por turnos. Hay que prepararse para sacar las capturas. Son las 14.30 horas y el mar salta formando capas de espuma. La cubierta se llena de agua, que se mezcla con el hedor de alga, el salitre y el aceite de los mecanismos. El horizonte es una línea diagonal desde la barcaza. Los pescadores, en katiuskas y chubasquero, suben la red, que parece una gran vejiga que al abrirse escupe frutos del mar rojos, azules y grises. Sobre ellos se abalanzan las manos obreras, que los seleccionan con movimientos coreográficos en cajas de Opmallorcamar, desechando los restos, un festín para las gaviotas. Los embates de las olas desvían la barca de su ruta.

Toni Martínez ajusta el latiguillo de repuesto con una llave inglesa. Bernardo Arzayus

"Agárrense que viene temporal, llegaremos más tarde a puerto", informa el capitán, que se emociona recordando a Gori Fuentes, "el patrón que me lo enseñó todo". "En medio del océano hay que estar preparado para cualquier cosa. Mira qué mala mar hace, pero ¿acaso me ves nervioso? De todas he salido", testifica. Los marineros han colocado todo el pescado: salen 73 cajas, listas para la subasta en la Lonja. Hay gambas, cigalas, rapes, rayas, cap roig, brujas, salmonetes o jureles. ¿Ha valido la pena la salida, patrón? "Bueno, hemos hecho un jornalet". Trece horas después, llegada a puerto, pies en tierra, ojos vidriosos. Los marineros regresan a Ítaca, mañana el viaje volverá a ser largo.

La avería: el temporal revienta un latiguillo hidráulico

Manejar un barco pesquero sin ningún mecánico a bordo es una temeridad. Por eso, en 'Es Llevant' hay dos especialistas en mecánica naval: los dos Tonis (Bonet y Martínez), que se conocen desde los 15 años, cuando coincidieron en la escuela náutica. En la maniobra de recoger el cable, durante la travesía del pasado martes, en la que estuvo presente Diario de Mallorca, se produjo una avería que mantuvo el navío en parada durante más de veinte minutos. El susto fue grande entre los inexpertos en el mar: un latiguillo hidráulico reventó por el temporal causando una deflagración bastante sonora. "Siempre hay que llevar piezas de recambio a bordo", aconseja el patrón previsor. Además de retraso, el aceite derramado añadió peligrosidad al trabajo de los pescadores en la cubierta, convertida ésta en un resbaladero. 

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