eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El ‘drama’ del autónomo canario: el 76% es más jornalero que empresario

La heterogeneidad del colectivo echa por tierra los esfuerzos para fijar un marco tributario común | El autoempleado sin asalariados se lleva la peor parte

Un trabajador autónomo durante la jornada laboral en su taller.

«Yo me enfermaba antes de ser autónoma, pero ya no; el sistema inmunológico de los autónomos se endurece». Grace es parte de los 93.041 trabajadores por cuenta propia que hay en Canarias. Regenta una cafetería en Santa Cruz de Tenerife en la que su madre, Esther, es la única asalariada. «La cotización es excesiva», se lamenta Daniel, autoempleado que ofrece servicios a distancia para varias multinacionales del sector de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Una y otro se desempeñan en actividades que tienen poco que ver entre sí, pero para la Administración pública ambos son lo mismo: autónomos. Una categoría que, en realidad, «solo tiene sentido a efectos de cotización a la Seguridad Social», explica Manuel García Bernárdez, investigador de la Universidad de Sevilla que ha radiografiado a un colectivo de una heterogeneidad tan grande que echa por tierra los esfuerzos para establecer un régimen común. De entrada porque hay una primera gran dicotomía: la del autónomo con asalariados –asalariados propiamente dichos, no los de quienes como Grace cuentan con la ayuda de su pareja o de un familiar porque no tienen más remedio– y la del autónomo sin empleados. Mientras que el primero se asemeja en sus ingresos a un empresario, el segundo está más cerca de un jornalero o aparcero del sector agrícola. Y ocurre que estos últimos, esos trabajadores por cuenta propia sin recursos para contratar a nadie, son la gran mayoría. En las Islas, el 76,3%. Es decir, que tres de cada cuatro autónomos del Archipiélago tienen más en común con un trabajador del campo que con un empresario.

«En España, ser autónomo sin empleados es duro», resume el profesor García Bernárdez, que viene investigando junto con el sociólogo Ildefonso Marqués Perales para desentrañar la realidad de este colectivo. La primera conclusión –«lo obvio es a veces tan obvio que deja de serlo», precisa– es que no hay un colectivo de autónomos o autoempleados, sino que dentro de la definición hay muy distintos colectivos. «Es un espacio tan grande y con tantísima heterogeneidad como la sociedad en su conjunto»; por eso cualquier intento de reformar la fiscalidad y el sistema de cotización de los trabajadores por cuenta propia exige, subraya el experto, categorizarlos. El último intento fue el del ministro José Luis Escrivá, que levantó ampollas con su propuesta de un nuevo marco de cotización. El caso es que la idea de Escrivá, con independencia de su mayor o menor tino, habla una vez más de autónomos, así, en general, y aunque es «evidente» la necesidad de una reforma fiscal y de las cotizaciones sociales, «decir que hace falta esto para los autónomos es tanto como no decir nada», ahonda el investigador de la Universidad de Sevilla. «Hay que establecer categorías, porque estás intentando legislar de una vez para sectores o actividades muy diferentes entre sí», agrega. Grace trabaja en la restauración; Daniel teletrabaja en el ámbito de las TIC; hay autoempleados por herencia; los hay por imposición; existen los que ingresan como un empresario de éxito; y existen otros muchos, los que más, que a duras penas llegan a fin de mes. Demasiados perfiles para meterlos en un mismo saco.

El profesor de la alma mater hispalense expone, tras analizar los ingresos de los autónomos y de los empleados por cuenta ajena a partir de la Encuesta europea sobre salarios y condiciones de vida, que la primera conclusión es clara: el trabajador por cuenta propia puro, ese que no tiene personal a su cargo, está a la cola de la población ocupada en términos de ingresos. De hecho solo está por encima del jornalero agrícola. Y, sin embargo, en lo relativo a la carga fiscal y a la cotización a la Seguridad Social es el segundo más castigado. En otras palabras: al autónomo se lo trata en materia tributaria como a un empresario cuando sus ingresos son los de un trabajador no cualificado. En definitiva, Daniel tiene razón: «No sé si tenemos que tributar o no por los ingresos reales, pero que tributamos en cantidades muy por encima de lo que ganamos es evidente». «España no incentiva a los autónomos, y, además, hay tal cantidad de requisitos que hay que pensárselo mucho antes de emprender», sentencia Grace.

El problema, no obstante, no son ni la carga impositiva ni las cotizaciones. García Bernárdez puntualiza que si la presión fiscal es alto no se debe a que la carga que soporta el autónomo español y canario esté por encima de la media de los países del entorno, sino a que los ingresos sí que están por debajo y hasta muy por debajo de la media. Por eso la presión fiscal no es obstáculo para los autoempleados con asalariados, sobre todo para aquellos con diez o más trabajadores a su cargo. Estos sufren una carga tributaria en la media europea pero tienen unos ingresos que no se parecen en nada a los de los autónomos sin empleados. «En ingresos estos están en tercera posición, suben mucho con respecto a la media», apunta el profesor. «Por eso la categoría de autónomo es inútil; porque si a un lado del eje pones a los empresarios y al otro lado, a los trabajadores no cualificados, los autónomos con más de diez empleados se irán hacia el lado de los empresarios y los que no tienen, hacia el de los no cualificados».

De los 93.041 autónomos isleños, 70.997 se asemejan así al personal sin cualificación. Y entre los 22.044 con empleados, son minoría los que tienen más de diez.

Compartir el artículo

stats