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Canarias busca ‘millennials’ para sostener el estado de bienestar

La precariedad de los jóvenes, que se agrava en las Islas, vacía la clase media y compromete el futuro de los servicios públicos

La educadora social Yaiza Martín. | LP/DLP

«Mi contrato más largo ha sido para diez meses», explica Yaiza Martín. A sus 32 años, esta joven educadora social de Gran Canaria vive en una permanente y paradójica temporalidad. «Todos los contratos han estado vinculados a proyectos», se resigna. «Nunca he estado en un trabajo sin saber que se va a acabar, nunca he tenido estabilidad». Y ello pese a que está dispuesta a emplearse en otras actividades por más que no tengan nada que ver con la educación social o la animación sociocultural, un ámbito en el que también se ha desempeñado. Ante este panorama, no extraña que una vida como la de sus padres, una vida de casa propia, coche y familia, le parezca casi una quimera. «¡Qué va, ni de broma!, ¡qué ilusos nosotros!», se lamenta. Con todo, Yaiza al menos ha conseguido emanciparse; eso sí, gracias a su pareja y de alquiler, algo que en los tiempos que corren es «un lujo», dice con más pena que satisfacción. Cada día tiene más claro que escapar de la temporalidad y la inestabilidad pasa por prepararse una oposición.

Canarias busca ‘millennials’ para sostener el estado de bienestar M. Á. Montero

Virginia Santos es otra joven millennial, en su caso de esa mayoría que no ha logrado emanciparse. Con 25 años, esta tinerfeña lleva trabajando desde septiembre en una institución pública. Pero trabaja gracias a una beca, con lo que sus ingresos mensuales son muy modestos. Virginia, que es diseñadora gráfica, se ha visto envuelta en el círculo vicioso de la experiencia laboral: «Te piden experiencia, pero no se puede tener experiencia si no te dan antes una oportunidad». Como a Yaiza, también a ella le resulta un ejercicio vano imaginar una estabilidad como la de generaciones anteriores. «Llevo siete años con mi pareja, y estamos intentando encontrar algo de alquiler, pero para lo que nos podemos permitir, es mejor quedarse en casa». Así que lo de tener una propiedad como la que a su edad ya tenían sus progenitores es un imposible: «Eso será en todo caso en un futuro muy muy lejano». A Virginia no le queda más que resistir y «vivir día a día».

Estas dos jóvenes canarias, ambas con formación superior y un sano entorno social, serían perfectas candidatas, como tantos otros millennials isleños, a engrosar la clase media. Sin embargo, ninguna cumple las dos grandes características que siempre ha tenido el colectivo social más numeroso en la Europa contemporánea: un trabajo estable y una vivienda en propiedad. Bastante tienen Yaiza y Virginia con llegar a fin de mes. Por eso la clase media en España es cada vez más pequeña. No hay relevo generacional. En muchos casos, los millennials no pueden ni soñar con la vida que tuvieron sus padres. Y como en casi todo, la situación en el Archipiélago es aún peor que en el conjunto del país. Si la clase media española languidece, la clase media canaria está herida de muerte.

Radiografía de medio siglo de desigualdad en España es el título de un reciente informe del Observatorio Social de la Fundación la Caixa. Una investigación de los profesores Luis Ayala, de la UNED, y Olga Cantó, de la Universidad de Alcalá, que pone de manifiesto la progresiva depauperación de la clase media. O dicho de otro modo: que muestra cómo la clase media viene perdiendo integrantes que pasan a formar parte de la clase media-baja o directamente baja, lo que es casi tanto como dirigirse hacia el suicidio social. «Las generaciones que se incorporaron en las dos últimas décadas al mercado laboral han tenido menos oportunidades debido a un estancamiento generalizado de la productividad y a la pérdida estructural de calidad en el empleo», concluye el informe de la Fundación la Caixa, que añade que en otros países europeos, «estas generaciones más jóvenes han tenido mejores oportunidades para acceder a las rentas medias».

Los expertos apuntan así dos factores determinantes del adelgazamiento de la clase media en España: la baja productividad y la baja calidad del empleo. Y resulta que en ambos factores Canarias está, una vez más, en el último vagón. Es decir, Canarias está a la cola dentro de un país que está a la cola de Europa. A la cola de la cola. En lo relativo al mercado laboral, basta con recordar que las Islas padecen la tasa de paro juvenil más alta del país, con un 56,2% de desempleados entre los menores de 25 años. En ninguna otra Comunidad Autónoma se llega, ni de lejos, al 50%, y en regiones como Navarra es del 16,3%. Y tres cuartos de lo mismo ocurre si se sube algo la edad. La tasa de paro entre los menores de 29 años ronda el 40%, también a la cabeza del país. Con semejantes niveles de desempleo juvenil es evidente que la temporalidad también está por las nubes, y la temporalidad no es compatible con la clase media. En cuanto a la productividad, hay un dato demoledor: el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita en el Archipiélago está a años luz de la media nacional, que a su vez está muy lejos de la de los países del entorno. La renta media por individuo en España es de 23.693 euros; en Canarias, de 17.448 euros. Es verdad que estos últimos datos son los de 2020, año de pandemia, pero la radiografía es la misma si se toman como referencia los números de 2019, cuando el PIB per cápita nacional fue de 26.417 euros y el regional, de 21.387. Una brecha enorme que, además –y esto es lo peor–, lleva agrandándose de manera irremediable desde hace más de 20 años, cuando la Comunidad Autónoma estuvo a punto de converger con la media nacional. El PIB per cápita en Alemania, Países Bajos, Finlandia o Suecia supera los 40.000 euros. En definitiva, Canarias no solo pierde clase media, sino que pierde una clase media que está muy lejos de los niveles de riqueza de la Europa aventajada.

La educadora social Yaiza Martín. | | LP/DLP M. Á. Montero

¿Qué consecuencias tiene para una región o un país la crisis de su clase media? «Sin clase media, el Estado pierde capacidad de financiación de las grandes políticas de cohesión, como son la sanidad, la educación y las pensiones, lo que acaba provocando una segregación entre unos servicios públicos cada vez de menor calidad, debido a esa falta de recursos, y unos servicios privados a los que acceden las clases altas, que intentan dejar de contribuir a esos servicios públicos porque ya se pagan los suyos privados». Así lo explica la propia Olga Cantó, una de las autoras del informe, en declaraciones a El Periódico. «Es una bomba de relojería», sentencia. Se produce, por tanto, una polarización de la sociedad que se ha acelerado desde la crisis financiera que estalló a finales de 2007. La brecha entre los ricos y los pobres se agudiza porque cada vez son menos los que están en el medio, y no precisamente por subir en el ascensor social, sino por bajar. Los casos de Yaiza, Virginia y tantísimos millennials son un claro ejemplo de cómo las conquistas de sus padres –la casa en propiedad, el coche familiar y, sobre todo, la estabilidad laboral– son cosa del pasado.

El análisis de Ayala y Cantó también concluye que España es el país de la Unión Europea donde más cayeron las rentas del 10% más pobre de la población en relación con el 10% más rico. Algo que también puede observarse en Canarias con más claridad si cabe. No en vano, el 0,3% de los ciudadanos acumula una riqueza equivalente a la mitad del PIB del Archipiélago; 6.477 isleños que atesoran la friolera de 22.417,5 millones de euros, según los últimos datos de la Agencia Tributaria, los correspondientes al ejercicio fiscal de 2019. En la última década, es decir, desde los peores años de la crisis financiera, el número de grandes fortunas se incrementó en la región un 10,4%. Un hecho que contrasta con otra realidad muy diferente: la de los 811.000 canarios en riesgo de pobreza y/o exclusión social según los cálculos de la European Anti-Poverty Network. En 2.236.992 habitantes hay un 0,3% de superricos y más de un 36% de personas pobres o al borde de serlo. El espacio para la clase media es cada vez menor.

Lo anterior está relacionado con otra de las tesis que sostiene el informe. Canarias es una de las Comunidades Autónomas que más sufrió la Gran Recesión de 2008-2014 y es la Comunidad Autónoma, junto con Baleares y con mucha diferencia, que más está sufriendo la crisis del coronavirus por su altísima dependencia del turismo. ¿Pero y si no fuera este el mayor de los problemas para la castigada clase media? Peor que caer es no levantarse. O levantarse mal, que es justo en lo que ponen énfasis los autores del informe. El caso es que la economía española no es capaz de superar del todo las crisis, y menos aún la canaria, donde los males se agudizan. ¿Esto qué significa? Pues que la desigualdad crece en los períodos de estrecheces más de lo que se reduce en las fases de recuperación y bonanza. Tras cada crisis crece así la brecha entre ricos y pobres y se acelera el trasvase de personas de la clase media a la clase baja o media-baja. La razón de esta incapacidad para recuperarse plenamente de las crisis es «la limitada capacidad redistributiva de impuestos y prestaciones, que apenas aumentó entre 2015 y 2019». Dicho de otro modo: ni los tributos son tan eficaces como deberían para redistribuir la renta ni las ayudas sociales –por ejemplo para los desempleados o para las familias que se ven sin ingresos durante un período de recesión– son suficientes para evitar que muchas personas sean expulsadas de la clase media. En su mayoría esos trabajadores jóvenes y con contratos temporales, como Yaiza y Virginia. Víctimas de una dualidad laboral entre los privilegiados indefinidos, que como tal mantienen sus puestos, y los castigados temporales, que en tiempos de vacas flacas son los primeros en perder el empleo, lo que a su vez aumenta la desigualdad social entre crisis y crisis.

¿Cuál es la solución para restaurar la clase media? Lo cierto es que no hay recetas mágicas, sino las que siempre ha recomendado la ortodoxia keynesiana, al menos a juicio de los autores del informe. «Para reducir ese diferencial es necesario aumentar el tamaño y la progresividad del sistema fiscal y extender la protección no contributiva, especialmente la dirigida a los jóvenes y a los hogares con menores». Por un lado, más recaudación por la vía de una mayor progresividad, es decir, que los que más tienen contribuyan más de lo que lo están haciendo; por otro, incrementar con esos mayores recursos las ayudas y subsidios extraordinarios. No obstante, las políticas públicas, por sí solas, no corregirán el problema. Si la estructura productiva de Canarias no cambia, los jóvenes se alejarán cada vez más de la clase media y de la estabilidad que disfrutaron sus padres, y así lo atestiguan esas dos décadas que el Archipiélago lleva alejándose de la riqueza media nacional. «Rebajar los altos niveles de desigualdad pasa por modificar la distribución de las rentas que reciben los hogares antes de la intervención del sector público. Sin cambios en la estructura productiva, será difícil moderar las diferencias», insisten.

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