Los hermanos Fernández –Agustín, Luis y Francisco–, originarios de Andalucía, emigraron, como otros miles de charnegos, a Cataluña. Y empezaron, a finales de los años sesenta, abriendo un colmado, una pequeña tienda en una populosa zona obrera, en Hospitalet de Llobregat. Ese fue el comienzo de un negocio de distribución y maduración de fruta que hoy se ha convertido en una empresa importante en nuestro país. A comienzos de los años ochenta aterrizaron en Canarias y comenzaron su ya larga relación con estas islas, comprando zonas de cultivo en Tenerife y convirtiéndose también en productores. Agustín Fernández, hijo de uno de esos tres hermanos, vino de turismo pero acabó enamorándose también de esta tierra. Hoy está terminando de arreglar una pequeña vivienda en una zona rural, en La Gomera, que es «un lugar del paraíso en el que merece la pena vivir». Su vida profesional se desarrolló en el terreno del mundo inmobiliario en Barcelona y Madrid, pero aquí en Canarias le tentaron con una oferta diferente: trabajar para conseguir vivienda para quienes no la tienen. «Nunca había pensado en tener nada que ver con el servicio público –confiesa sonriente– pero cuando me lo propusieron lo vi como un reto. Si Canarias tiene un problema gordo es el de la vivienda social. Y me tentó dejar huella en eso. Era como devolverles a estas islas parte de lo que le dieron a mi familia cuando estábamos empezando. Y me dije, pues para adelante». Quien le fichó fue Casimiro Curbelo, porque la Agrupación Socialista Gomera, en el pacto de gobierno de Canarias, tenía la responsabilidad de gestionar Visocan. Y los primeros momentos fueron difíciles. Agustín Fernández esquiva el bulto cuando se le pregunta por los «desencuentros» entre su empresa y el consejero de Obras Públicas, Sebastián Franquis, que durante muchos meses les mantuvo cerrado el grifo de la financiación. Asegura que «como en todos los proyectos, al principio hay problemas de ajuste», pero asegura que en este momento «el clima en el Gobierno canario, en la materia que me toca, es de plena colaboración».

Reacción inmediata

El domingo 19 de septiembre surgió la primera boca del volcán en La Palma. El jueves siguiente, Agustín Fernández estaba volando hacia la isla en un inquietante viaje. «Fuimos volando muy bajo, a seiscientos metros sobre el mar… La verdad es que más de uno en ese avión iba muy nervioso, porque no fue un vuelo normal». Llegó a la isla y la mañana siguiente estaba con ciento cuarenta llaves en la mochila abriendo otras tantas puertas de potenciales viviendas para los posibles afectados por el volcán, que aún no había empezado siquiera su labor destructora.

«Nos planteamos lo que iba a pasar, aún sin saber el número exacto de afectados. Pero parecía muy claro que en el camino de la lava hacia el mar se iban a perder muchas viviendas en esa zona. Así que nos pusimos las pilas, para ir por delante de los acontecimientos. Tuvimos la suerte de que el trabajo previo estaba hecho, porque Visocan ya había estado en La Palma mirando promociones sin acabar para nuestro plan extraordinario de vivienda en Canarias. Y ahí localizamos promociones a las que solo les faltaba algún pequeño detalle para estar disponibles».

Pocos días después del nacimiento del volcán, el consejero delegado de Visocan enviaba una carta al presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, indicándole que tenían localizadas hasta trescientas viviendas que podían ser posibles destinos para las personas que perdieran sus casas devoradas por las coladas. Una copia de esa carta se remitió también a los responsables de los tres partidos firmantes del pacto de Gobierno, Román Rodríguez, Noemí Santana y Casimiro Curbelo. «Lo que comunicamos es que Visocan se ponía al servicio del Gobierno por si se nos quería utilizar para alguna actuación extraordinaria, como así fue». El milagro ya estaba en marcha.

Navidades en la nueva casa

Con el inventario de posibles viviendas ya adelantado, Visocan recibe una instrucción de Román Rodríguez, vicepresidente del Gobierno y consejero de Hacienda. Es el primero que responde y lo hace en sentido proactivo. Les pide que se pongan en marcha y que «vayan mirando» en torno a cien viviendas. Y dicho y hecho. Luego llegaría el dinero –cinco millones del Gobierno central y cinco de fondos propios– pero el proceso ya estaba caminando.

Esa velocidad –insólita en la administración pública– ha logrado que hoy haya 18 casas entregadas, 46 compradas ante notario y pendientes de entrega en los próximos días, 29 adquiridas en documento privado y pendientes de elevar a público y trece más a punto de firmarse. Todas ellas en el Valle, en El Paso, Los Llanos y Tazacorte, excepto cinco que están localizadas en Fuencaliente. Todo ello con una inversión cercana a los diez millones de euros. Todas las viviendas se entregarán, si nada se tuerce, antes de las fiestas de Navidad, «para que las familias puedan tener ya un nuevo techo».

«Cien familias van a pasar estas Navidades en su nueva casa. Y eso para nosotros es un premio extraordinario. No te lo puedes imaginar. Nos sentimos enormemente satisfechos», asegura Fernández. Visocan no solo puso a sus efectivos a trabajar sino que creó un equipo especial de cinco personas de La Palma, trabajando sobre el terreno. Las obras de remate y acondicionamiento de las viviendas, que se han entregado en perfecto estado para su habitabilidad, también se realizaron por trabajadores de la isla.

Que decidan en La Palma

Hay una pregunta obligada. ¿Dónde construirían ustedes un nuevo asentamiento, cuando pase el volcán? ¿En el mismo sitio en el Valle o buscarían otro lugar mejor? El consejero delegado de Visocan no duda ni un segundo. «No lo sé. Yo no soy palmero. Deben ser ellos, los palmeros, los que decidan. Nosotros estamos aquí para ayudar. Si nos dicen dónde, nosotros seremos capaces de construir lo que me digan y donde me digan».

Todas las monedas tienen dos caras. La velocidad a la que se han conseguido casas para las familias que la han perdido en La Palma le lleva a uno a preguntarse por qué hay dieciocho mil personas de toda Canarias en lista de espera desde hace años, esperando por una vivienda pública. «A mí no me pregunte eso –responde Fernández– porque es un tema de prioridades políticas. Si nos dan recursos nosotros ponemos viviendas a disposición de las personas. Eso se lo garantizo». Si le insistes, Fernández tuerce un rostro en el que casi siempre luce una sonrisa. «Le repito que es un tema de recursos. Mire usted cómo ha llegado un volcán, nos hemos puesto las pilas, se ha puesto el dinero y se han conseguido las viviendas. Pero esas decisiones están por encima de nosotros».

De todo esto quedan muchos recuerdos. Personas que se han emocionado cuando se les han entregado las llaves de su nueva casa en la más estricta intimidad. «Porque no hemos querido hacer un asunto mediático de algo que en el fondo es traumático», asegura Fernández. «Nosotros le estamos dando una nueva vivienda, pero conviene recordar que es a una familia que ha perdido la suya, la que le costó toda una vida levantar». Eso le ha impresionado. Y también la solidaridad de los gallos, de la gente del valle de Aridane. «Es asombrosa la cantidad de gente que se ha puesto a trabajar para ayudar a otra gente. De verdad que no lo había visto nunca».

Poco más de sesenta días y cien viviendas conseguidas por el Gobierno canario para las familias que lo perdieron todo. Muchos piensan que es un milagro. Pero no lo es. Es, simplemente, una de esas muy escasas veces en las que lo público está a la altura de lo que esperan los ciudadanos.

Agustín Fernández

Tiene 38 años. Una mentalidad de gestor de empresa privada. Y es la figura que está detrás del milagro de Visocan, la empresa del Gobierno de Canarias que ha logrado, en apenas dos meses, disponer de más de cien nuevos hogares para familias de La Palma que perdieron sus casas con la erupción de Cumbre Vieja. Agustín Fernández, consejero delegado de la empresa pública responsable de viviendas en las Islas, estaba en la Isla Bonita cuarenta y ocho horas después de la explosión en directo, ante las cámaras de la televisión, de la primera boca de fuego. Pero no fue a hacer turismo. A las pocas horas de que empezara la erupción estaba montando un equipo técnico en la isla para localizar y visitar más de trescientas potenciales viviendas para los afectados. Porque los milagros, como todo el mundo sabe, no existen. Lo único que existe es el trabajo.