Antón Costa (Vigo, 1949) asumió el 12 de mayo la presidencia del CES. Con su designación se ponía fin al periodo de interinidad del cargo, tras la salida de Marcos Peña en 2019. Una hora de charla con Costas está empapada de llamadas a la valentía para hacer las cosas de otra manera y, sobre todo, a aprovechar la sacudida para un nuevo contrato social que abra el camino de la prosperidad a aquellos en riesgo de quedar atrás.

¿Empezar de aprendiz a los 14 años marca la vida?

No me lo había planteado, pero probablemente sí. El trabajo te hace adquirir unas virtudes que no te da la escuela. Hablo de las virtudes cardinales, las clásicas que en muchos casos nos vienen de la religión: prudencia, justicia, fortaleza, templanza...

Saltó de la ingeniería a la economía porque quería entender el revulsivo económico de los años 60.

De finales de los 60, sí.

Y ahora se ha convertido en una referencia para explicar qué estamos viviendo. ¿Ha sido un viaje de ida y vuelta a casa?

Estamos de nuevo en una etapa histórica. En parte dramática, pero a la vez preñada de grandes oportunidades, especialmente para la gente que más las necesita. La suma del empeño de las madres en sacar adelante a sus hijos y el Bachillerato permitió en esos años 60 el ascensor social para muchos que éramos hijos de clases trabajadoras. Es la hora de las oportunidades de los niños, los jóvenes y las mujeres, donde está el principal motor de progreso económico y social de nuestro país. De la mejora de la equidad y la justicia social.

Quizás es una oportunidad porque, por fin, somos conscientes de la realidad. Sabíamos que había precariedad, pero ahora vemos las graves consecuencias.

No somos del todo conscientes de que lo que hemos hecho este años ha sido importante y, además, lo hicimos bien. Por primera vez en una recesión el empleo cayó menos que la actividad económica. A diferencia de 2008, hemos utilizado el acuerdo, el diálogo social, el consenso, para introducir nuevas políticas e instituciones sociales que reparten mejor el coste de una crisis.

Y “gastar, gastar, gastar”, como recomendó usted.

Eso viene después. Los ERTE son un instrumento que repartieron mejor el riesgo que provoca una crisis entre el Estado, asumiendo funciones de mantenimiento del empleo, las empresas, que no despidieron masivamente, y los propios trabajadores. O el Ingreso Mínimo Vital, una especie de última trinchera contra la pobreza severa. Habrá que rediseñarlas y hacerlas funcionar mejor, pero, insisto, aún no somos conscientes de lo bien que lo hemos hecho. La otra lección importante que no debemos olvidar es que esta pandemia va a dejar cicatrices duraderas.

¿Cuáles?

Aunque sean solo unos meses, las consecuencias de la pérdida de la escolaridad en los niños se extiende a lo largo de toda una vida en términos de menos ingresos salariales y, en ocasiones, peores puestos de trabajo. Yo tengo dos nietos en Barcelona de 3 y 4 años y el pequeño prácticamente no pudo ir a la guardería. Tengo otro en Suecia que no dejó de acudir. Si no somos capaces de ponerle remedio rápidamente, esto perjudicará a los niños y a las madres porque no han podido mantener su vida laboral. Si en una empresa vemos máquinas paradas, asumimos: “Estamos perdiendo capacidad de crear riqueza”. Pues cuando tenemos personas en edad de trabajar que no lo hacen por cuidar a sus hijos o cualquier otra circunstancia, es lo mismo. Necesitamos lo que yo llamo estrategia de las tres erres frente a la recesión. ‘Resistir’ y ‘recuperarte’, como en una crisis clásica del capitalismo, pero esta es una crisis especial que obliga a ‘reinventarte’. No se podrán hacer las cosas de la misma manera. La administración pública debe reorientar la economía, y ahí es donde entran los fondos europeos.

Una FP más completa e integrada puede mejorar notablemente el mercado laboral

Pero, ¿no estamos fiando demasiado a los fondos?

Estoy de acuerdo. En muchos casos en nuestro país se ven como un maná.

O directamente como un milagro.

Sí, como si vinieran del cielo y lo único que hay que hacer es abrir el bolsillo para que caigan dentro. Es un error. Cuando se trata de reinventar la economía, debes tener un propósito claro de futuro y un objetivo colectivo para no desperdiciar dinero en cosas marginales. El rumbo es muy importante para, incluso, soportar bien el fracaso sin que te saque de esa dirección. Los fondos no se pueden aplicar en el sentido: “Tengo una idea y, si usted me da dinero, la llevo a cabo”. No, no, eso no me vale. Usted tiene que estar haciendo algo o querer hacerlo, meter sus energías y su dinero, pero le ayudo para escalarlo y hacerlo más grande y más potente.

La otra gran incógnita es la gestión administrativa. ¿No existe un peligro real de perder oportunidades por la lentitud de la burocracia?

Mire, el problema burocrático y de la lentitud viene más de Bruselas que de España.

Eso va a abrir muchas bocas.

Solo hace falta leer el reglamento. Bruselas puede volver a equivocarse, aunque de otra manera, como ocurrió en 2010 con la austeridad.

¿A qué se refiere?

A no ser suficientemente valiente y con coraje para meter la cantidad necesaria de fondos que necesitarán proyectos concretos.

Ver los fondos de la UE como un maná que cae del cielo y solo hay que abrir el bolsillo es un error

¿Hay que aliviar el techo de las ayudas de Estado?

Aliviarlo en el sentido de subirlo. La automoción, el turismo o la agroindustria son estratégicos para nosotros. Limitar el monto de recursos públicos al 10% de la inversión es un error. La UE no puede ser cicatera. Por lo tanto, no nos castiguemos. Desde el inicio de siglo, España tiene una de las mejores balanzas de pago y hemos hecho cosas bien frente a la covid-19, introduciendo nuevas figuras con ocho acuerdos del diálogo social. A mi juicio, es uno de los países europeos con más razones para una mayor autoestima.

Esa senda de acuerdos no parece tan fácil frente a la reforma laboral. ¿Hay que derogarla? El Banco de España ha llegado a pedir abaratar más el despido.

Déjeme responder primero con aquello que no resolverá el problema del desempleo.

No es poco saber eso.

La recuperación no va a resolverlo. La economía pegará un rebote extraordinario en 2022, algo así como los felices años 20 después de la Primera Guerra Mundial. Tampoco lo conseguirá introducir los ajustes que sean necesarios mediante el acuerdo social.

¿Entonces qué hacer?

Una especie de instrumento celestina para emparejar las necesidades de las empresas y las demandas de trabajo. Ese papel es básicamente, aunque no único, de la formación profesional, que debemos rediseñar de una manera más completa, integrada. Para que tenga éxito debe ser una trinidad entre empresas que se comprometan de manera seria y eficaz con la formación de sus trabajadores; que el Gobierno cree en ese tipo de enseñanza; y que la formación profesional recupere el prestigio social en las familias. Si logramos esto, le aseguro que en muy pocos años el mercado laboral mejorará notablemente. ¿Quiere un dato?

Sí, por supuesto.

Mire usted la EPA y fíjese en los colectivos con menor paro en España. En la formación profesional de grado medio es del 7% y del 6% en la de grado superior.

Muy cerca de lo que los economistas llaman pleno empleo.

Sí, alrededor del 4%. Y la solución al problema de la precariedad va en la línea de lo acordado entre los agentes sociales sobre los riders.

Pues esas mismas plataformas ahora están buscando subterfugios para no contratarlos.

Habrá que cerrar esos subterfugios. La vida es así. No podemos escandalizarnos con esto a nuestra edad. Creo que el acuerdo entre CEOE, Cepyme, los dos grandes sindicatos y el Ministerio de Trabajo va en la línea que defiendo de experimentación para tener resultados distintos, como defendía Einstein, y será copiado. La mayor parte de las empresas españolas funcionan con unas condiciones laborales que pueden mejorarse, aunque en ese sentido son dignas. El problema de la precariedad se concentra en un segmento determinado de la economía.

Pero muy intenso en empleo.

Claro, porque tenemos una economía muy abundante en servicios, pero la solución no es destruir eso, el turismo o la hostelería, porque representan el 13% de la riqueza del país. Lo que tenemos que hacer es obligar a esa parte de la economía a trabajar en condiciones laborales justas. No es posible que una empresa o un país sean productivos con trabajadores precarios y sueldos de miseria.