En la reciente presentación del Plan de Infraestructuras Turísticas de Canarias (Pitcan) se presumía de que cada millón de euros gastado en él generaría 28,9 empleos. Pese a ser profesor de Sociología en una Facultad de Economía no deja de sorprenderme la capacidad de los economistas de vivir como si no hiciera ya más de un año que una pandemia tiró todas las previsiones por la borda, y sigan atreviéndose a hacerlas, incluso con un decimal. Porque, si bien cualquier persona medianamente culta sabe que buena parte de la disciplina económica se basa en supuestos y en conceptos como el de caeteris paribus, cualquier persona que haya estado en el planeta en el último año sabe que suponer que el futuro se va a parecer mínimamente al pasado es mucho suponer.

Desde que se empezaran a institucionalizar, las Ciencias Sociales se han debatido entre dos modelos. Por un lado, el de la versión actualmente dominante en el estudio de la realidad socioeconómica, que en inglés se denomina mainstream Economics, pues se diferencia entre “Economics”, la disciplina y “Economy”, la realidad. Dicho enfoque plantea que las ciencias sociales son útiles porque al permitir predecir cómo se va a comportar en el futuro la sociedad permiten incidir de manera más efectiva en ella. El enfoque alternativo plantea que las Ciencias Sociales son útiles porque, en la medida en que ayudan a comprender los distintos grupos e intereses en juego en cualquier realidad sociopolítica, ayudan a realizar políticas públicas más cercana a los objetivos de los actores en liza y que permitan llegar a acuerdos consensuados entre las partes.

Desde la Sociología Económica, el concepto de “performatividad de la economía” nos ayuda a entender que el objetivo de las teorías económicas no es meramente descriptivo, sino que en la medida en que consiguen imponerse logran hacer realidad lo que inicialmente era tan sólo una predicción. Dicho de una manera coloquial: ni la propia consejera se cree que sea “cierto” que efectivamente cada millón de euros gastado en el Pitacan vaya a generar 28,9 empleos (y no 19,8 o 39,8 por poner otras cifras). Pero hacer como que se lo cree le ayuda a sacar adelante su política. Y es que, como han desarrollado autores como Beckert con el enfoque de las “expectativas ficcionales”, mientras que las teorías científicas lo son porque pueden contrastarse empíricamente, muchas de las teorías económicas, como la mencionada, sólo podrían contrastarse en el futuro, y por ahora no podemos saber si son o no “ciertas”.

¿Qué sentido tiene por tanto la generación de “teorías económicas ad hoc”? Legitimar en base a lo que se supone que es “conocimiento científico” la toma de decisiones políticas, lo cual no es lo mismo que aportar conocimiento científico para la toma de decisiones. No hace tanto las políticas se justificaban porque se decía que se basaban en el conocimiento de la verdad revelada. Como nos recuerdan las monedas que circulaban no hace tanto, Franco era Caudillo de España “por la gracia de Dios”. Claro que en su última etapa el franquismo pretendió legitimarse por toda una serie de ministros que se llamaron “tecnócratas”. Como aquellos barros trajeron estos lodos, seguimos pretendiendo justificar las políticas públicas desde las predicciones que algunos dicen que permiten hacer las Ciencias Sociales.

Desde una visión alternativa de éstas, las preguntas que yo me haría serían bastante distintas. Para empezar, centrar el debate en el empleo generado por una política, o por un sector económico, implica asumir que éste es el único mecanismo a través del cual Canarias se puede beneficiar del turismo. Y olvidarse de que a menudo los “beneficios” son sinónimo de “beneficios empresariales”. El turismo que se va a desarrollar en Canarias: ¿va a beneficiar a fondos buitre que compren ahora complejos de apartamentos a precio de saldo o a los pequeños ahorradores que los construyeron en las décadas de 1970-1980? Pero ciñámonos al empleo: esos 28,9 empleos que (pongamos por caso) se van a crear, ¿qué tipo de condiciones van a tener? ¿Serán empleos que permitan a nuestros jóvenes plantearse una vida en el futuro o serán empleos uberizados que les condenarán al precariado? ¿Volveremos a duplicar la población de Canarias en los próximos 50 años para atender la demanda de obra generada por el turismo? ¿Y qué pasará con el medio ambiente?

En la actualidad las Ciencias Sociales tienden a concebirse como una cuestión de fe, en que los interrogantes y las dudas que puedan surgir son sepultados con un aluvión de datos. Y en lugar de ayudar a plantearse a quiénes benefician o perjudican las políticas, sirven para legitimarlas, presentando bajo términos falsamente técnicos lo que en realidad es óptimo para unos y pésimo para otros. Lo único que se puede decir hoy “a ciencia cierta” sobre el futuro del Pitcan es gastará 676 millones de euros, que hemos puesto entre todos con nuestros impuestos. Hablemos más del presente, de los criterios que se han usado para repartir ese dinero, y no de un futuro, que quizá nunca llegue, en el que, a razón de 28,9 euros por millón, se generarán 19.536,4 empleos. Zuboff, catedrática de una institución tan poco sospechosa de comunismo como la Universidad de Harvard, nos recuerda que lo fundamental en la era del “capitalismo de vigilancia” que nos ha tocado vivir es que no nos roben el derecho al futuro. Si nos terminan de convencer de que quienes tienen ciertos conocimientos tienen la capacidad de predecir el futuro, acabaremos gobernados por un totalitarismo tecnocrático. Por eso, el derecho al futuro tiene que ver con la democracia pues, en el fondo, la democracia no es otra cosa que la capacidad de decidir, entre todos, cómo queremos que sea nuestro futuro.