Las crisis, no solo la que se vive actualmente por la pandemia del coronavirus, son una compañía fatal para animar la inversión en I+D+i (innovación, desarrollo e innovación). Lo constata el estudio 45 años de evolución económica, social y empresarial de las comunidades autónomas en España (1975-2020), elaborado por el Consejo General de Economistas (CGE) y la Cámara de Comercio de España. El cénit inversor se alcanzó en Canarias en 2005 y se deceleró de manera abrupta con la caída a los infiernos de la especulación inmobiliaria y financiera.

Un gran objetivo: reducir el peso que tiene el turismo sobre el producto interior bruto (PIB) del Archipiélago, que actualmente es del 35%. ¿Cómo? Descartada la industria para un papel protagonista –no así su aspiración a ganar cuota en la conformación de riqueza en las Islas– por obviedades estructurales como la escasez de suelo, el valor medioambiental del entorno y la lejanía de los mercados, el conocimiento se revela como una tabla de salvación con visos de servir a dicho interés.

Las Islas cuentan con los atractivos suficientes en términos de calidad de vida o fiscales, por ejemplo, para pujar en la lucha por atraer la inversión mundial en I+D+i, pero a día de hoy carecen del ecosistema innovador que abriría el acceso a las redes que hoy copan lugares como Israel o Silicon Valley. Y para estar en el mapa de la oportunidades es necesario invertir.

Enemigos habituales

Los cambios de rumbo tienen dos enemigos principales: el acomodamiento –por qué sustituir un escenario que ofrece rentabilidad– y la falta de capital. Ambos provocan una retracción de la inversión. En 2005, cuando nadie escuchaba a quienes advertían que la burbuja inmobiliaria iba a estallar más pronto que tarde, el desembolso en actividades innovadoras sumó en el Archipiélago 203,4 millones de euros. Nunca se ha vuelto a alcanzar esa cantidad, según el estudio del CGE y la Cámara.

Aún restaban más de dos años para que Lehman Brothers saltara por los aires. Sin embargo, ya en 2008, cuando los efectos de la crisis de las economías occidentales aún estaban por comprobarse, la inversión en I+D+i en las Islas ya había descendido hasta los 192,5 millones de euros. Siete años después se había reducido a una tercera parte (68,3 millones) y en 2017, último contemplado en el estudio y ya con la recuperación ampliamente consolidada –y más en Canarias al calor de los récords turísticos–, el desplome en comparación con 2005 iba ya por el 73% (54,8 millones invertidos).

Nadie discute que la actual dependencia de la actividad alojativa genera graves problema cuando la máquina se para, como es el caso desde hace ya casi un año. Tampoco hay dudas en torno a que la salida en el corto plazo pasa por el retorno de grandes volúmenes de visitantes que garanticen la vuelta al trabajo de las decenas de miles de empleados del sector que actualmente están afectados por expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) y la de quienes ya han pasado a engrosar las listas del paro.

Hasta el momento, el protagonismo del sector privado canario en el capítulo de la I+D+i ha sido tímido. Remontándonos a 1987, su apuesta se cifró en 288.000 euros, ni una centésima de punto del PIB del Archipiélago. Saltar hasta 2018 supone la constatación de que la situación ha mejorado –43,14 millones de euros, el 0,09% del PIB canario–, pero de manera tenue y lenta.

Teniendo en cuenta la descapitalización a la que la actual crisis somete a gran parte de los negocios, queda por conocer la capacidad del sector público como elemento tractor. ¿Cómo se ha comportado hasta el momento? Tomando el mismo segmento temporal que para la actividad privada, en 1987 invirtió 14,93 millones de euros (0,19% del PIB) y en 2018, 171,64 millones (0,37% del PIB).

Las crisis atentan contra la inversión en I+D+i, la actual vacía las cajas de las empresas y la caída de ingresos fiscales será el siguiente capítulo, con lo que tampoco los presupuestos darán mucho de sí. Sin embargo, la Unión Europea (UE) ha reaccionado con la aprobación de fondos para financiar proyectos que deben contar entre sus características con un marcado perfil innovador.

El presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, anunció hace dos semanas que el Archipiélago está preparando una batería de iniciativas para conseguir 8.800 millones de euros del conocido como Next Generation EU para el periodo 2021-2023. En suma, dinero público que podrá destinarse a cambiar, al menos en parte, el perfil económico de las Islas.

Hay más espacio para la esperanza. También en 2008 se alcanzó el número máximo de empresas canarias con gasto en innovación (1.248). A partir de ese momento se inició una acelerada cuesta abajo que dejó la cifra en 397 en 2015. Sin embargo, en los años siguientes se produjo un florecimiento y en 2018, último ejercicio para el que el estudio ofrece datos, se alcanzaron las 725.

Sin embargo, esa curva no se corresponde con la que dibuja la evolución del personal dedicado a I+D+i en el Archipiélago. Sumando investigadores, auxiliares y técnicos, en Canarias se concentraba en el año 2000 el 2,5% del total de los empleados del país, porcentaje que se había reducido hasta el 1,6% en el año 2017.

Dos datos definen la situación actual de la comunidad autónoma y el camino a recorrer. El primero de ellos es la intensidad de innovación, el gasto que se dedica a este capítulo sobre el total de la cifra de negocio que se mueve en un territorio. Las Islas ocupan el último lugar, en compañía de Baleares, con un 0,4%; la media estatal es del 1%, más del doble. De nuevo agita la esperanza el paupérrimo registro de 2015 (0,15%).

El segundo es el conocido como Regional Innovation Scoreboard (RIS), que evalúa el nivel que alcanzan en el capítulo innovador 238 regiones de la UE. Canarias ocupa el puesto 214 –solo Castilla La Mancha (217) y Extremadura (218) lo empeoran–, con un nivel de innovación modesto. Eso sí, acompañado de signo positivo, el que otorga un crecimiento del 8,1% de las tasa de innovación en el periodo 2011-2019.