Es evidente que tras un durísimo 2020, seguido de un complicado comienzo de 2021, nos merecemos todos vislumbrar algo de esperanza en forma de vacunas contra el Covid-19. Ahora bien, no debemos engañarnos: las sociedades occidentales, allí donde disfrutamos de los mayores niveles de libertad y bienestar, saldremos de este durísimo envite agotadas y debilitadas económicamente. España es ya uno de los países más damnificados, debido a nuestra alta dependencia de los servicios, en especial de nuestro sobresaliente sector turístico.

Como el ciclista que parece desfallecer, sacaremos fuerzas de donde no creíamos tenerlas, para coronar el puerto de montaña. Debemos apretar los dientes y aprovechar esta crisis para realizar las transformaciones precisas para recobrar la senda del crecimiento económico e incorporar una mayor capacidad de resistencia para las futuras crisis. Y es aquí, con el catalizador de los fondos europeos (Europa esta vez sí ha decidido estar a la altura del reto que tenemos), donde nuestros poderes públicos, empresas y ciudadanos debemos realizar el mayor ejercicio de responsabilidad que se nos ha exigido desde la transición a las libertades, hace ya varias décadas. Debemos reindustrializar España.

El Plan Next Generation Europe nos permite elevar la mirada, y ayudarnos a lograr una España sostenible y digital. Es la ocasión de crear las condiciones que hagan de España otra vez un gran país industrial y, además, descarbonizar la economía. Tenemos un gran ejemplo en que inspirarnos: la reindustrialización de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Ahora bien, hay diferentes formas de descarbonizar, y en la senda elegida nos jugamos el bienestar de las generaciones futuras. Se puede descarbonizar protegiendo nuestra eficiente industria ?uno de nuestros principales activos estratégicos?, atrayendo inversiones para construir nuevos polos industriales, digitales y robotizados, complementando y fortaleciendo nuestro tejido empresarial. Se pueden neutralizar las emisiones buscando la senda que nos aporte más beneficios para el conjunto de la sociedad al menor coste posible, permitiendo a todas las tecnologías competir libremente. O podemos descarbonizar reduciendo el peso industrial, diferenciando entre sectores ganadores y perdedores, y buscando quimeras. Lo que suceda en el sector energético será fundamental en esta sana ambición. Será clave para todos los sectores ?agrícola, pesquero, alimentación, servicios? y, especialmente, para la competitividad internacional de la industria.

Hay dos piezas legislativas que serán esenciales y que, en función de sus textos finales, pueden dar señales equivocadas a los inversores industriales interesados en apostar por España y pueden excluir a ciertos sectores de la tan necesaria voluntad de avanzar en la descarbonización. Las reglas principales de esta carrera que afrontamos todos deben ser la eficiencia y la neutralidad tecnológica, un marco donde tienen cabida todas las tecnologías líderes en descarbonización, unas basadas en la electricidad, otras en la bioenergía o en los combustibles sintéticos. Son la Ley de Cambio Climático y Transición Energética y el Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico. Si nuestros legisladores no modifican los actuales borradores de estas normativas, reduciremos sin duda el apetito inversor, tanto nacional como foráneo. Seamos inclusivos. Nos jugamos mucho.

Los seres humanos sacamos lo mejor de nosotros en los momentos difíciles. Nunca como ahora tendremos la oportunidad de transformar el peso de nuestra responsabilidad en la fuerza para convertirnos en aquello que permita que nuestros hijos y nietos tengan un futuro sostenible, económica y medioambientalmente.