Los rostros son el fiel reflejo de la dureza de sus vidas. Todos aparentan tener bastante más edad de la que pone el DNI. Han padecido adicciones, con el alcoholismo muy presente, y la mayoría tiene diagnosticado algún problema de salud mental. Pero existen. Moisés, Iván, Isidoro, Vanesa, Lolo, Óscar... Son algunas de las 14 personas que residen , junto a quienes resisten en las siete chabolas del poblado todavía en pie -llegó a haber más de veinte- son una treintena. Excluidos con nombre.

No siempre son los mismos y el número fluctúa según el momentos. Comen en el cercano Albergue Municipal, pero la mayoría no duerme allí. Unos no quieren pero tampoco pueden porque no hay plazas. El recinto está saturado. La mañana en la que EL DÍA visita la zona coincide con el zafarrancho semanal de limpieza de los servicios municipales. Una cuba suministra el agua y varios operarios, mangueras en ristre, se afanan en borrar las huellas de los que viven en la calle. Y hacen todo en la calle. Sin más comentarios.

Quienes tienen su espacio vital en la escalera cargan sus escasas pertenencias -como caracoles siempre van con la casa a cuestas- y se sitúan unos metros más allá Los trabajadores terminan su tarea y se van. A los pocos minutos, cuando se seca el piso, los miembros de esta peculiar comunidad vuelven a sentarse., A pasar otro día. Este es distinto porque quieren denunciar en el periódico la exclusión social que sufren. En orden y con una exquisita educación cuentan sus vivencias.

Los vecinos de Azorín

El recorrido lo guían los vecinos del cercano barrio de Azorín. Los indigentes están "muy agradecidos porque son los únicos que nos ayudan". Ángel Brito, vicepresidente, y Víctor Ravelo, secretario, denuncian por enésima vez las condiciones en las que vive esta gente. Reconocen que con el nuevo gobierno municipal han mejorado algo las cosas. Sobre todo en el área de Servicios Públicos porque, valoran, "los llamamos y enseguida vienen". Algo peor funciona el departamento de Atención Social del Ayuntamiento de Santa Cruz. Consideran los dirigentes vecinales de Azorín que "la concejala, Marta Arocha, se desvive, trabaja y lo intenta pero creemos que está muy sola y no puede con esta tarea tan compleja".

Antes de entrar en el mundo de quienes están en el límite de la exclusión social, una reivindicación recurrente desde el lado vecinal: "El Albergue debe tener carácter insular porque aquí viene gente de todas partes de la isla y de fuera. Que colaboren en la financiación el Gobierno de Canarias y el Cabildo para mejorar las instalaciones y el servicio que ofrecen". Ambos directivos sonríen y usan el recurso de la ironía para replicar a la respuesta de la administración ante su reciente queja por un repunte de la indigencia en la zona: "Dicen que es por el Carnaval; entonces nosotros estamos todo el año en Carnaval". Inciden en que "tenemos cuatro polos problemáticos en nuestro entorno: el Albergue, el Pancho Camurria, el piso de acogida de la calle Puerto Rico, en el barrio de Buenos Aires, y el parque Poeta Manuel Castañeda". Insisten en comprobar el estado del mencionado parque, "el del botellón diario". Lo demuestra el enorme c ementerio de latas de cerveza vacías. Piden un vallado para el perímetro, igual que en los laterales de la sede vecinal porque "usan las paredes como baño".

De Norte a Sur

El origen de los parias del Pancho Camurria es muy diverso como explican desde Azorín. De la capital, del resto del Área Metropolitana, del Norte y el Sur de la Isla o, como Moisés, "el morenito", de fuera. "Esto es como una ONU en pequeño pero somos una familia y nos ayudamos todos" declaran.

Óscar González Pérez, 50 años, natural de Buenavista del Norte, escucha con atención los argumentos de Ángel y Víctor. Con plaza en las escaleras del Pancho Camurria desde finales de 2018 y un periodo en medio de residencia en el Albergue. Pero lo mejor es darle voz a él: "Voy a un centro porque tengo problemas con el alcohol y estoy en manos de psicólogos. Usted no nota nada, ahora estoy bien, pero sufro de depresión". Considera que "este año no me han querido dar trabajo y me siento abandonado".

Reflexiona: "Me quitaron la cama del Albergue porque dicen que no soy de Santa Cruz. La verdad es que me dio una crisis y desperté en el centro de salud de Los Gladiolos. Cuando volví al día siguiente ya le habían dado la cama a otro". Óscar pide "un trabajo, eso es lo principal. Luego ya se verá lo demás". Ha ejercido durante cierto tiempo auxiliar de Geriatría pero lo tiene muy claro; "Yo le meto mano a todo". Tiene familia en el Norte pero "como si no la tuviera".

Todo lo que lleva puesto hoy lo ha encontrado en la basura, como la sudadera blanca, o se lo han regalado los vecinos, en este caso los tenis que calza. Reflexiona: "En la calle se pasa hambre y frío. Yo creo que nadie quiere vivir así". Sus compañeros de fatigas lo corroboran. Lolo y Vanesa coinciden con Óscar. Son pareja y llevan cinco meses fijos en las escaleras. También piden "un trabajo para poder salir de esto". Lolo es Manuel García Rodríguez, 45 años, y su compañera, Vanesa Cabrera. Tienen cuatro hijos en común que "nos quitaron los servicios sociales del Gobierno de Canarias en vez de ayudarnos".

"Buenos trabajadores"

Ambos se consideran "buenos trabajadores" pero reconocen que cayeron en una espiral que les llevó a las drogas aunque ahora están "limpios", por "el agobio de perder la casa y los niños". Lolo se queja: "Nunca me llamaron en Arona -su pueblo- para los convenios municipales que sacan la gente del paro". Vanesa apostilla orgullosa de que a su edad tiene ya tiene 16 años cotizados como camarera de pisos. Ahora hace tiempo que están los dos en paro. Apuntados, eso sí, "a todo lo que podemos como las empresas de trabajo temporal. A ver si cambia la suerte".

Suerte tuvieron Lolo y Vanesa al encontrarse con Isidoro -64 años, del barrio de Somosierra-. Lo consideran como "un padre". Isidoro confiesa: "Me dan una ayuda por mi adicción al alcoholismo, aunque ya no bebo". Tiene dos hermanos y una casa familiar en la que pernocta en ocasiones. Pero, subraya, "allí hay mucha gente y estoy mejor aquí".

La presencia de la prensa despierta la curiosidad lejana de quienes se esconden porque no quieren hablar. Sobre todo los más jóvenes. Como Iván. Iván Eduardo Guanche Pérez tiene 30 años y los 16 se fue de su casa en Tacoronte. Recibe una paga por su discapacidad diagnosticada y desde hace dos años ocupa una plaza en las escaleras. Hasta que hace un mes le han dado una cama en el albergue. Pregunta si tiene que sacar el carnet de identidad. Sin opciones de trabajar ni más recursos que esa paga "que no me da para una fianza y alquilar una casa. Eso me gustaría". Iván pasa la jornada caminando. Arriba y abajo. Y vuelta.

Marinero en tierra

Todos respetan y aprecian a Moisés Kamo, un líder por su veteranía. Lo califican de "hombre hospitalario". Lo demuestra cuando guías hasta su humilde chabola y enseña su interior. La construyó con sus propias manos tras llegar a poblado hace siete años. Pro su historia en las islas comienza mucho antes. Como en los casos anteriores lo cuenta él mismo: "Soy de Sierra Leona y era marinero. Un día el barco atracó en Las Palmas y me quedé. Luego cogí el jet foil y me vine a Tenerife en 1998. Quería estar aquí para mejorar. Amo esta tierra pero voy a tener que marcharme".

Es pesimista porque no tiene trabajo y lo que solicita es "una casa aunque sea pequeñita, pero con la que pueda irme de aquí, ya no aguanto más". Otros compañeros han recibido ese regalo de la vivienda e, incluso, estos días una familia ha abandonado la chabola que habitaba para ir a un piso.

Moisés muestra sus papeles, que lleva siempre con él, en los que constan sus siete años cotizados en el sector de la construcción. Se queja amargamente: "La crisis acabó con un montón de puestos de trabajo, entre ellos el mío. Además, en cuatro años sólo me han sacado seis meses del paro con los convenios. Los trabajadores sociales me dicen que estoy apuntado, pero no me llaman". Retorno a finales de los años 90: "Quería seguir aquí como marinero y presenté los papeles, pero pasaron seis meses y no respondían. Me salió trabajo en Zaragoza y estuve un año por allí y por Barcelona. Cuando volví ya no pude retomar lo de la mar".

La salvación: el rastro

Moisés, que en marzo cumple 50 años, se gana la vida "los domingos en el rastro". "Aquí (en la chabola) tengo la mercancía. Selecciono parte y la vendo. Me da para comer", matiza. Kamo tiene familia en su país: "Les mandaba dinero cuando trabajaba. Me da vergüenza pedirles porque allí la situación está mucho peor que aquí". Piden trabajo, vivienda digna y recursos básicos a los que tienen derecho. Pero va a ser complicado que puedan salir del círculo vicioso en el que les han metido las circunstancias de sus vidas.

Las vidas de Óscar, Isidoro, Moisés, Lolo, Iván, Vanesa... Ha sido un desahogo para ellos contarla. Se despiden y dan las gracias porque quieren que se sepa que están ahí. No son invisibles y tienen rostro, La pobreza en primera persona.