La crisis de 1992-1993 en Europa fue la consecuencia del agotamiento del ciclo de crecimiento precedente, del contagio de la recesión de EE UU de 1990-1991 (a partir de la cual la recuperación de la primera economía mundial fue "inusualmente lenta y anémica") y de la caída del Muro de Berlín en 1989. Para facilitar la reunificación alemana y evitar el empobrecimiento súbito de los habitantes de la antigua RDA, el Gobierno de Kohl convirtió los ahorros del Este reconociéndoles una paridad de uno a uno con los marcos occidentales.

La medida fue profundamente inflacionaria y, para frenar esta deriva, el Gobierno de la CDU subió los tipos de interés en agosto de 1991, lo que apreció el marco. Esto forzó a subir sus tasas al resto de países que, como España, ya formaban parte del Sistema Monetario Europeo (paso previo al euro), lo que les obligaba a mantener sus monedas dentro de una banda de fluctuación. El endurecimiento monetario frenó en seco la economía a mediados de 1992 y la recuperación no empezó a restablecerse en España hasta 1994, aunque el empleo lo hizo más lentamente.

La burbuja bursátil de las compañías tecnológicas (las llamadas puntocom) empezó a gestarse en EE UU en 1995, durante la presidencia del demócrata Bill Clinton, que, aun cuando marcó una impronta propia, mantuvo muchas directrices económicas continuistas de las administraciones republicanas en lo que luego se redefinió como la "tercera vía" en el seno de la socialdemocracia europea. Medidas desregulatorias como el fin de la ley Glass-Steagal, que había aprobado Roosevelt en 1933 para limitar la acción de los bancos, fue derogada por Clinton por el impulso, según confesión propia, del republicano Greenspan, a quien el presidente mantuvo al frente de la Fed. La euforia de las tecnológicas saltó por los aires, ya bajo el mandato del republicano George W. Bush, en marzo de 2001. El desmoronamiento quebró de nuevo la quimera de la prosperidad. En España el impacto fue menor porque se vio compensado por el auge inmobiliario y crediticio que había empezado a germinar en 1998.

La recesión de 2008 ("Quizá la mayor crisis financiera global de la historia", en opinión de Mervin King, exgobernador de la Banco de Inglaterra, y de Ben Bernanke, expresidente de la Fed) eclosionó entre 2007 y 2008 en EE UU, al cabo de mandato y medio del republicano George W._Bush en la Casa Blanca. Fue la crisis que puso fin a la fe ciega en la liberalización extrema, la desregulación y la confianza en la capacidad de las fuerzas del mercado para autorregularse. Su impacto, a través del colapso bancario, llevó a la recesión a más de 90 países, agravada en aquellos que, como España, llevaban 20 años acumulando una burbuja inmobiliaria y crediticia, déficit y deudas externos, elevados endeudamientos privados y alta dependencia del ahorro externo, y en los que por todo ello la restricción prestamista internacional ejerció un efecto de estrangulamiento que no sufrieron los estados con ahorro neto. Países gobernados por la derecha desde años antes, como Irlanda e Islandia, tuvieron que ser rescatados, lo mismo que otros que en ese momento estaban en manos de la izquierda, como Portugal y Chipre. Al final la economía es como un ferrocarril: las normas, regulaciones, señales e intervencionismos excesivos los frenan pero, sin ningún control, descarrilan.