Javier Cuartas

La contundente desaceleración de la economía internacional y el acusado desfondamiento del comercio global desde 2018 podrían haber entrado en una fase de estabilización y de tímida recuperación, según algunos indicadores adelantados, lo que permite abrigar la expectativa de una lenta y gradual reanimación del ciclo económico aunque con crecimientos débiles. En todo caso, se despejaría el riesgo de recesión inminente que atemorizó el año pasado y que ahora parece alejarse al menos uno o dos años más.

Todo ello está supeditado a que no se produzca una escalada en la grave tensión bélica que se ha vivido en los últimos días en Oriente Próximo (lo que socavaría la confianza y dispararía el precio del petróleo) y a que persista la actual distensión tanto en la guerra comercial desencadenada por el presidente de EEUU, Donald Trump, en su cruzada proteccionista como en la conducción del proceso de salida de Reino Unido de la UE que han propiciado o alentado, según casos, los también conservadores David Cameron, Theresa May y ahora Boris Johnson.

La tensión con China, en la que subyace en realidad un duelo por el liderazgo tecnológico y el poderío mundial, apenas ha despejado una fase muy preliminar del contencioso, y el brexit, que se materializará el 31 de enero sin el temido riesgo a una ruptura desordenada, quedará pendiente de que antes del 31 de diciembre las partes sean capaces de alcanzar un acuerdo bilateral -lo que se antoja extremadamente difícil en solo once meses- para regular sus relaciones comerciales futuras y evitar un elevado coste para ambas partes.

Decisiones deliberadas

Todos los organismos multilaterales y analistas son coincidentes en que la guerra comercial y el brexit (dos decisiones deliberadas de política interna y también exterior de los republicanos estadounidenses y de los tories británicos) fueron determinantes en el contundente frenazo sufrido por la economía global desde mediados de 2018 y que ha afectado al 90% de los países y ha supuesto las tasas de crecimiento más bajas desde el fin de la última crisis y el peor comportamiento del comercio mundial en la última década.

Se trata por ello de un daño autoinfligido y que aún va a prolongarse. Si el Fondo Monetario Internacional (FMI) dijo el 6 de noviembre que las causas de la grave ralentización europea son fundamentalmente "externas", el Banco de España acaba de decir en su boletín económico de diciembre que los riesgos que penden sobre la economía española también "se derivan principalmente del contexto exterior".

Aunque los EEUU están más protegidos que Europa de los daños del proteccionismo por la menor apertura de su economía (el sector exterior aporta algo más del 50% del PIB europeo y no llega al 30% en el caso de EEUU), los últimos datos ya arrojan síntomas de contagio, como acaba de apuntar el Banco de España, con un avance del producto interior bruto (PIB) norteamericano que, aunque aún vigoroso, ha ido cediendo posiciones desde el 3% para acercarse al 1,9%, la tasa en la que, según la Reserva Federal de EEUU, se sitúa el crecimiento potencial del país.

Estas evidencias obligan a extremar las cautelas sobre las decisiones que tomen Trump con la guerra arancelaria y Johnson en la gestión del brexit (el presidente norteamericano también ha sido un instigador combativo para promover una ruptura unilateral y abrupta de Reino Unido con la UE) y esta caución debe acentuarse aún más en la medida en que la secuencia histórica es implacable: las grandes recesiones sufridas por los países avanzados en el último siglo (incluidas las que ha padecido España) surgieron en su práctica totalidad en EEUU, y en el resto de los casos tuvieron allí una importante contribución. Y siempre, salvo una excepción (9 de cada 10 casos), durante los mandatos y directrices económicas del Partido Republicano, ahora también en la Casa Blanca.

1929

La Gran Depresión, la crisis que conmovió al mundo entre 1929 y fines de los años 30 y primeros 40, y que contribuyó a crear el contexto que favoreció el ascenso del nazismo y el estallido de la II Guerra Mundial, fue "el desorden ocasionado por el auge de la actividad económica en EEUU", en expresión del economista británico Lionel Robbins (afín entonces a la escuela liberal austriaca) en un famoso estudio que publicó en 1934.

El Partido Republicano llevaba ocho años gobernando (desde 1921) cuando se produjo el crac de 1929 y durante ese tiempo (los 'locos años veinte'), bajo las presidencias de Warren G. Hardin (1921-1923), Calvin Coolidge (1923-29129) y Herbert Hoover (1929-1933), las políticas de desregulación y liberalización, freno a la inmigración, rebajas fiscales, bajos tipos de interés y abundancia del crédito habían alentado un periodo de euforia desmedida, endeudamiento y especulación financiera, en lo que el economista estadounidense Charles Kindleberger denominó "la era del dinero fácil".

Durante el periodo, el crecimiento medio anual de PIB de EEUU había sido ligeramente superior al 4% y Coolidge había enunciado la proclama de que "el gran negocio de América son los negocios". Tras un viaje a EEUU en 1924, el economista austriaco Friedrich Hayek alertó de que el modelo era "insostenible".

El error del entonces ministro conservador británico de Finanzas Winston Churchill restableciendo en 1925 el patrón oro en Reino Unido con un tipo de cambio de la libra esterlina excesivamente elevado (el mismo de antes de la I Guerra Mundial) añadió nuevos desequilibrios porque frenó a la economía británica, deterioró su competitividad y balanza exterior y fue causante de la crisis de 1926, con lo que las reservas de oro fluyeron de las islas a EEUU alimentando con ello aún más la exuberancia crediticia y la euforia financiera en la economía norteamericana.

Para contribuir al reequilibrio del comercio bilateral entre las dos potencias y para atajar una pequeña desaceleración propia, EEUU accedió en 1927 a reducir sus tipos de interés y emprendió la compra de activos por la Reserva Federal con la inyección de grandes cantidades de dinero en la economía, lo que llevó la especulación al paroxismo. El intento de cercenar la espiral a partir de 1928 con una subida de tipos precipitó el colapso en 1929, del que en octubre pasado se cumplieron 90 años.

El tratamiento de la crisis por el republicano Herbert Hoover tampoco fue correcto. En pleno derrumbe, Hoover confió a las fuerzas del mercado la salida de la crisis, aplicó la austeridad fiscal para intentar detener la escalada del déficit público causado por el desplome económico e impuso un rearme arancelario y proteccionista que frenó el comercio mundial, todo lo cual deprimió aún más la economía. Lo que era una recesión se convirtió en una depresión. Porque ni la Reserva Federal (Fed) salió al rescate inyectando dinero como pidió sin éxito la Fed de Nueva York y denunciaron Milton Friedman y Anna Schwartz. Desaparecieron 7.000 bancos en EEUU.

Años 70

Las crisis de 1953-1954 y 1959 se desencadenaron bajo la presidencia del republicano Dwight D. Eisenhower, pero la gran sacudida mundial se produjo veinte años después con las dos recesiones de 1973 y 1979. Ambas tuvieron su desencadenante en sendos shocks petroleros tras la guerra árabe-israelí de Yom Kipur en el primer caso y la revolución iraní, en el segundo.

Pero la estanflación que se desencadenó entonces (estancamiento y paro elevado con elevación rauda de los precios) tampoco fue ajena a la política monetaria expansiva que el republicano Richard Nixon impuso a la Fed con fuertes presiones a su presidente, Arthur Burns, para que le facilitara la reelección presidencial en 1972 con una rebaja de tipos que alentara el crecimiento económico y la demanda interna aun al coste del déficit externo y la inflación. A la escalada de los precios contribuyó el déficit causado por los gastos bélicos en Vietnam y la renuncia por Nixon en el año 1971 a la convertibilidad del dólar en oro, lo que debilitó la moneda y ayudó a encarecer el crudo.

1981-1982

La lucha contra la inflación de dos dígitos llevó a la recesión de 1981-1982, en el inicio de la presidencia del republicano Ronald Reagan. Su antecesor, el demócrata Jimmy Carter, había designado presidente de la Fed en 1979 a su correligionario Paul Volcker y éste aplicó desde el banco central una receta de ajuste monetarista contundente (con tipos de interés de más del 20%) siguiendo los dictados de la Escuela de Chicago y la doctrina de Milton Friedman. La terapia dio resultado en el control de la inflación pero con un coste elevado: el paro remontó hasta casi el 11%. "Puedo imaginar lo duro que fue para Volcker precipitar EEUU a la brutal recesión de principios de los 80", escribió el republicano Alan Greenspan.

Latinoamérica y Japón

El alza de tipos apreció la divisa estadounidense y esto desencadenó a partir de 1982 los impagos de países latinoamericanos endeudados en dólares y las recesiones en aquellas naciones que tuvieron que endurecer su política monetaria para disuadir la salida de capitales hacia EEUU atraídos por las elevadas tasas de interés en el gigante del Norte.

Los posteriores acuerdos del Hotel Plaza en 1985 para, a petición de Estados Unidos, suavizar la fortaleza del dólar pusieron las bases para la gran crisis japonesa de los años 90. El yen se tuvo que apreciar, Japón perdió competitividad y su banco central bajó los tipos para frenar la revalorización de su moneda, lo que llevó a la gran burbuja crediticia e inmobiliaria y a la posterior crisis deflacionaria del país.

1990-1991

Tras nueve años en manos de los republicanos (ocho con Ronald Reagan y uno con George H. W. Bush), EEUU sufrió la recesión de 1990-1991. Reagan había dejado un gran déficit fiscal y Bush padre había prometido no subir impuestos. "La economía fue su talón de Aquiles", dijo el también republicano Greenspan.

"El déficit era, con diferencia, la preocupación más acuciante. Por fin, afrontó la necesidad de incumplir su promesa de no subir impuestos" y "la recesión se nos vino encima", indicó el entonces presidente de la Reserva Federal.

A ello se sumó el efecto de la crisis financiera que se llevó por delante a las cajas de ahorros de Estados Unidos a partir de 1989 como consecuencia de la liberalización de la que habían sido objeto por Ronald Reagan en los años 80 y que les indujo a una expansión desmedida entre 1982 y 1986 durante el boom inmobiliario que se desencadenó a lo largo del periodo.

El decrecimiento de Estados Unidos se expandió a Reino Unido, que incurrió en recesión en 1990-1991, al final del largo mandato de la conservadora Margaret Thatcher, gobernante desde 1979, y el inicio de mandato de su correligionario John Major.

Al resto de Europa (caso de la Alemania del conservador Helmut Kohl) la recesión llegó en 1992-1993, lo mismo que a España, donde puso fin a siete años de intenso crecimiento (1985-1992) bajo el gobierno del socialista Felipe González. En aquella recesión europea fue determinante un factor adicional propio: la reunificación alemana forzó una subida de las tasas de interés, lo que detuvo la expansión.