Patinazo, derrape y trastazo. La carrera del alto y altivo ejecutivo automovilístico Carlos Ghosn se ha salido de la vía con varias vueltas de campana y no hay día en el que no asome la cabeza por la ventanilla de la actualidad con nuevos acelerones polémicos. Tras sus inicios sobre neumáticos Michelin, se hizo con el volante del imperio Renault y se subió al carro de Nissan en 1999 después de que la empresa gala comprara una participación en el fabricante nipón. Hoy es un hombre sin frenos que se defiende atropellando la mano que le dio de comer (Nissan) y a la justicia de Japón, país que le mantenía en libertad bajo fianza acusado de irregularidades financieras y del que huyó a Beirut por métodos (in)dignos del mago escapista Houdini.

Ghosn, que tiene cuatro hijos y va por el segundo matrimonio, demostró que sus habilidades para moverse por los despachos también se extendían a un escenario de acción propia de Misión imposible: siendo uno de los hombres más custodiados del país más tecnológico del planeta, capaz de monitorizar los paseos de una hormiga llegado el caso, Ghosn se burló de todas las medidas de control y, como si de un Puigdemont sobre ruedas se tratara, huyó 14 meses después de su detención al familiar Beirut asegurando que se escapa de "la injusticia y la persecución política" de un país que "no respeta los derechos humanos".

Pasó de pilotar un gigante del sector automovilístico a romper el motor tras una enigmática filtración con acusaciones tan graves como servirse de fondos de la empresa en beneficio propio y decidir compensaciones financieras en su informe a la Bolsa de Tokio que eran menores a las cifras reales. El que tuvo poder retuvo algunos hilos, a pesar de que la mayoría de sus colaboradores le dieron la espa(l)da para conseguir una vía de escape alternativa habiéndose quedado sin sus tres pasaportes. De él dijo una revista que "es extremadamente apreciado, pero no busca que le quieran". Él mismo lo reconoció: "Si empiezas a mirar a la gente, y no a la cuenta de resultados, te metes en problemas. Si empiezas a decir: 'No es muy bueno, pero oye, es buena persona, y es muy amable, es una persona de la que uno se puede fiar', es que estás cediendo".

El que fuera orgulloso empresario del año en Asia para la revista Fortune y uno de los diez hombres de negocios con más poder fuera de Estados Unidos es hijo de inmigrantes libaneses nacido en el corazón de la selva amazónica con ciudadanía francesa. Habla cinco idiomas, tenía una agenda preparada con medio año de antelación. Su poder amanecía en Tokio y anochecía en París.

Ahora que su prestigio está en el desguace conviene recordar que Ghosn (Porto Velho, 1954) fue un hombre admirado -reverenciado incluso- por su talento para salvar y relanzar negocios en horas bajas, un profesional cuyos métodos de disciplina y contundencia para reducir costes, cerrando fábricas y cortando empleos -se le conocía como Le Cost Killer- llevaron a Nissan-Renault a la cima en 2018. Japón, país muy dado a las devociones extremas, le convirtió en un emperador de los negocios, hasta el punto (cómico, visto hoy) de que algunos creadores de mangas le dibujaron como el héroe de las historias y las encuestas le colocaban como uno de los hombres perfectos para llevar las riendas del país, preferencia política que también llegó a Beirut. Pero cualquier posibilidad de construir un Berlusconi bis se ha gripado con unas gravísimas acusaciones que él intenta desactivar echando la culpa a un complot interno de Nissan que, según su segunda esposa y mayor defensora, Carole Ghosn, pretendía cortocircuitar la fusión entre Renault, Nissan y Mitsubishi.

Al hombre al que la prensa económica llamó emperador de la globalización le gustaba exhibir su poder no solo en los despachos. Alquiló el palacio de Versalles en octubre de 2016 para celebrar su matrimonio con Carole y el 50 cumpleaños de ésta. Un fiestón imperial para 120 invitados con extras vestidos al estilo del siglo XVIII. Nadie podía imaginar, entonces, que pocos años después el imperio se vendría abajo por los choques entre sus distintos centros de mando y las intromisiones de los gobiernos francés y japonés. Ghosn, un fanático de la disciplina y la organización que vigila estrictamente la comida, el ejercicio y las horas de sueño, confesaba vivir como "un caballero templario". Seguro que no dará la guerra por perdida desde un lugar que sabe mucho de batallas a vida o muerte: Beirut.