El mes de noviembre es, desde finales del siglo pasado, el mes de la calidad. El Día Mundial de la Calidad, promulgado por la ONU en 1990, se celebra con eventos de todo tipo y la Semana Europea de la Calidad reúne acciones de divulgación y promoción que sirven para recordar la importancia estratégica que tiene, para la competitividad de un territorio, la calidad en la gestión de las organizaciones que lo integran.

No está de más detenerse en los conceptos mencionados, pues no por repetidos a lo largo de los años son menos ciertos. En primer lugar, centremos el foco en la gestión. Cuando hablamos de calidad hablamos de gestionar bien. Quizá ahí resida, precisamente, uno de los principales problemas de comunicación a los que, pese a los esfuerzos de divulgación, se enfrenta el concepto de calidad: que la clave no está en hablar de normas o modelos, ni de certificados o auditorías, sino en hablar de gestión y de mejora.

Hablar de calidad, por tanto, es hablar de hacer las cosas bien y de esforzarse por mejorar. Y como mencionaba al inicio de este artículo, un territorio que desee ser competitivo deberá estar compuesto por organizaciones que apuesten por la calidad en su gestión. Organizaciones que reflexionen sobre liderazgo, estrategia, gestión de personas, orientación al cliente, procesos e indicadores, impacto social, etc., y que actúen para que cada uno de estos aspectos mejore de manera sostenida.

Otro elemento a destacar cuando hablamos de calidad, de gestión, de mejora, es que son conceptos que deben preocupar a cualquier organización, independientemente de su tamaño, sector o forma jurídica. Y no sólo a empresas: también las administraciones públicas, las asociaciones, los sindicatos o las ONG deben ser sensibles a la necesidad de disponer de un sistema de gestión estructurado. Un sistema adecuado a su tamaño, sus recursos y sus circunstancias. Un sistema útil, que impulse la mejora, que ayude en el día a día.

Por eso, para cualquier territorio, es importante impulsar la mejora de la gestión. De la forma que mejor sirva a cada organización. Con sistema y método, pero de manera útil y apropiada a cada caso. Y esa es la tarea que llevan a cabo día a día muchas organizaciones: proponer soluciones a asuntos que, por lo general, son comunes a toda organización: ser eficiente, aportar valor a los grupos de interés, ser sostenible.

Volviendo a la frase que cerraba el primer párrafo, recordar la importancia estratégica que tiene, para la competitividad de un territorio, la calidad en la gestión de las organizaciones que lo integran. Si se quiere un país eficiente y sostenible, las organizaciones -públicas y privadas, grandes y pequeñas- deben aportar valor con método; deben reflexionar, medir y actuar guiándose por los principios, modelos, normas o guías que mejor se les adapten. Deben apostar por los sistemas de gestión. Deben, en suma, apostar por la calidad.

Quizá este discurso suene conocido -quizá hasta antiguo- a quienes lleven ya varios lustros oyendo hablar en siglas (ISO, EFQM, OHSAS, EFR, IFS, etc.), pero se debe recordar que no importan tanto las siglas como la mejora, del mismo modo que no importan tanto los diplomas y certificados como los valores y principios.

En ese camino de la mejora y de los principios de la excelencia aún queda mucho por andar. Los aspectos más básicos de la innovación en la gestión siguen siendo un reto, como lo eran hace treinta años.

Como en muchos otros ámbitos, que llevemos décadas dándole vueltas al asunto no implica que esté solucionado. La gestión (llámese calidad, excelencia, innovación o la etiqueta que se prefiera) sigue siendo un reto. De hecho, es un reto previo a muchos otros: sin una gestión robusta, intentar internacionalizarse, ganar tamaño o hacer I+D son esfuerzos vanos que incluso pueden conducir al fracaso y la frustración, generando mucho más coste que beneficio. No está de más, por tanto, como se apuntaba al principio, utilizar estos días para reflexionar sobre ello.