"Es lo de siempre. Trabajamos de sol a sol para que luego sean los intermediarios y los supermercados los que salgan ganando". Miguel González cultiva la tierra desde "bien pequeñito". Aprendió todos los secretos de la agricultura de la mano de su abuelo y su padre. "Me viene de sangre, pero vivir del campo es muy sacrificado y, a veces, hasta casi imposible". Este agricultor de las medianías de Gran Canaria planta calabazas, papas, calabacines, pimientos "y lo que se tercie". También cuenta con numerosos árboles frutales. Su vida, expone, es sencilla. No anhela grandes lujos, pero sí una vida digna.

Esa aspiración, asegura, a veces resulta una quimera. El hundimiento de los precios en origen de los productos dificulta su día a día y le lleva a reflexionar con frecuencia si su apuesta por el sector primario valió la pena. Los agricultores y ganaderos del Archipiélago se enfrentan a esta situación casi a diario. Los consumidores canarios pagan más del doble por los productos agrarios y ganaderos -sin ningún tipo de transformación en la cadena de valor- de lo que ganan los productores. "Parece mentira que se mantenga y se permita esta situación, pero siempre ha sido así", lamenta.

El Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD) calculado por COAG-Canarias revela que en septiembre el precio de los alimentos agrícolas se multiplicó por 2,64 y el de los ganaderos, por 1,99. Es decir, que por cada euro que recibe el agricultor o ganadero, el consumidor isleño pagó 2,64 y 1,99 euros, respectivamente. Si se integran ambas ramas, el diferencial es de 2,31. "Mientras los márgenes de la distribución crecen, las rentas agrarias caen. Cada vez más hay más supermercados y el número de agricultores desciende", indica Rafael Hernández, presidente de la organización.

Este diferencial de precios se produce, a su juicio, por la posición de dominio de las grandes empresas de la alimentación, porque la ley de cadena alimentaria "brilla por su ausencia" y porque los operadores del sector primario tienen que adaptarse cada vez más a nuevas reglas y criterios de producción.

La revalorización del coste de los productos desde el origen hasta el destino es mayor en el caso de las berenjenas (4,33), el repollo (4,01), el pepino (3,37), la ternera (3,33) y la acelga (3,28). En los dos primeros caso el comprador tiene que pagar cuatro veces más de lo que gana el productor por cultivarlos y, en los otros tres, tiene que desembolsar más del triple. El diferencial es menor en el aguacate (1,07), el pollo (1,32) y la judía verde (1,36), artículos de la cesta de la compra donde el valor final dista menos de lo que cobra el agricultor. El sector conoce la clave para evitar la caída de precios en origen y el encarecimiento en el punto de venta final: eliminar intermediarios. El fortalecimiento de relaciones más directas con los supermercados y grandes superficies es uno de sus principales objetivos. "Estamos en esa tarea", afirma la presidenta de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga), Ángela Delgado, que subraya que cuantos más intermediarios existan entre el agricultor y el consumidor final, más subirá el precio de los alimentos.

Pero no se trata de un cometido fácil. Delgado expone que una de las grandes dificultades a la hora de negociar precios es que sus productos pierden valor por cada día que pasa sin colocarlos en el mercado. Es decir, al ser artículos perecederos, pierden frescura y calidad. Esta circunstancia provoca que en numerosas ocasiones estén sometidos a la presión de tener que bajarlos para evitar que se pierdan.