Aun lado de la calle, la sede de la Escuela de Actores de Canarias; un poco más abajo, el colegio francés Jules Verne; al otro lado, siguiendo el sentido descendente de la vía, los conservatorios Profesional y Superior de Música. En este lugar, en el que las instituciones tinerfeñas aspiran a consolidar un Distrito de las Artes, se ubica el vecindario con mayor renta por habitante de la provincia occidental, la Vuelta de los Pájaros. No es una zona que destaque por una especial ostentación -nada que ver con las casas que pueden encontrarse en algunos enclaves del sur de Tenerife, por ejemplo-, pero así lo revela el estudio del Instituto Nacional de Estadística (INE) que, por primera vez, reduce el estudio de los ingresos de los españoles a la unidad territorial más reducida posible, las secciones censales, que congregan desde 1.000 hasta 2.500 habitantes.

La Vuelta de los Pájaros es, en realidad, una de las urbanizaciones integradas en el barrio de Ballester, pero ha terminado por dar nombre a todo el conjunto, que se erige como una especie de isla situada entre zonas que registran niveles de renta considerablemente más bajos. En sus aledaños hay viviendas de promoción pública y viejas casas terreras, unas reformadas y otras con claras señales de envejecimiento y falta de mantenimiento. Pero en ese núcleo en concreto se contabilizan 22.244 euros de renta media por persona y 66.303 de renta media por hogar

La cara y la cruz de la moneda en la distribución territorial de la riqueza en la provincia se encuentran en la misma ciudad. Al sur de la capital se encuentra el barrio de Añaza, y en su extremo más meridional -lindando con Acorán- está la sección censal con menos ingresos medios por habitante -4.751 euros- de la demarcación occidental -y también de toda Canarias- y con la segunda menor renta por hogar -14.154-. Pero este barrio santacrucero puede presumir de otro tipo de patrimonio: el de un movimiento vecinal que, a base de empeño y compromiso, ha impulsado una palpable evolución desde que, a finales de la década de los 80 del pasado siglo, llegaron los primeros residentes. Pese a ello, aún permanecen muchos déficits históricos, agravados por los estragos que la gran crisis económica que empezó en 2008.

La lucha de Añaza estuvo ligada durante muchos años a la figura de Luis Celso García, el dirigente vecinal fallecido en 2014 cuyo hijo, Samuel García, preside una asociación sociocultural en su memoria, también perpetuada en el nombre de una avenida que cruza el barrio. "Cuando llegamos, en 1989, solo estaba la carretera principal", recuerda. Ahora, sin embargo, los espacios públicos son "impresionantes", aunque "el problema es el abandono", explican García y Ezequiel Herrera, un joven profesor y escritor que ejerce como vocal de la asociación.

Es evidente que la situación en Añaza no es sencilla, pero también que las cosas han mejorado. En plena crisis, el paro en la zona alcanzó el 50% y el desempleo juvenil, el 70%. Todavía se sienten las secuelas de la gran recesión, en especial para los numerosos trabajadores de la construcción que vivieron en sus carnes el desplome del sector y que, pese a que este ha protagonizado cierta recuperación desde entonces, siguen sin poder recolocarse en otra ocupación.

Para afrontar estos problemas, el colectivo reivindica que, como se hizo en otros momentos, se desarrollen "planes integrales de formación, orientación y búsqueda de empleo" promovidos desde el propio movimiento vecinal. "Hay asociaciones y ONG que hacen un gran trabajo en el barrio, pero es necesaria una gran bolsa de empleo", señalan. Los parados, proponen, podrían ser empleados en la mejora de los espacios públicos y también de las viviendas, necesitadas en muchos casos de rehabilitación y mejoras, dado que sus habitantes muchas veces no cuentan con los recursos precisos para ello. "Hay muchas cosas que hacer", indica García, quien también considera clave que estas iniciativas tengan en cuenta las actividades con más potencial de generación de puestos de trabajo, caso de las nuevas tecnologías y las energías renovables.

La evolución experimentada por este populoso núcleo de la capital tinerfeña -cerca de 10.000 habitantes- no ha impedido que persistan algunos estereotipos e incluso un cierto "estigma". Los miembros de la asociación sociocultural Luis Celso García son contundentes al respecto. "Se trata de prejuicios desfasados", sostienen. "Ahora mucha gente va a la universidad. Las familias se han esforzado para que sus hijos se superen", recalca Samuel García.

Su compañero de asociación tiene una experiencia personal en este aspecto. Herrera relata que en su etapa universitaria "mucha gente no se creía que era de Añaza". Tal vez estimulado por el recuerdo de esa vivencia, prepara un documental dirigido a "combatir esos prejuicios".

Entre esos prejuicios se encuentran los que se refieren a la seguridad en la zona. García rememora cómo, cuando en 2017 los vecinos solicitaron la apertura de la sede de la Policía las 24 horas, el entonces subdelegado del Gobierno respondió con una negativa, alegando que los índices de delincuencia en el barrio entraban dentro de la normalidad y no se diferenciaban de los que se dan en otros lugares del municipio.

Una mirada al pasado permite comprobar de qué manera ha cambiado Añaza. Al principio los recursos eran inexistentes. Los primeros en llegar -los residentes en los edificios de viviendas azules, rosas y amarillas, unos colores que todavía se usan para referirse a los diferentes sectores del barrio- tenían que desplazarse hacia Santa María del Mar, Ofra o El Tablero para coger el transporte público, ir a los servicios médicos de Urgencias o jugar al fútbol. La demanda de dotaciones llevó a los vecinos a encadenarse al ayuntamiento. Ahí surgió la figura de Luis Celso, que ya había formado parte del movimiento vecinal en Los Gladiolos. Su hijo no duda en atribuir al asociacionismo y a la movilización comunitaria los logros que ha obtenido Añaza desde entonces.

La trayectoria ya vivida ayuda a proyectarse al porvenir. García y Herrera destacan las posibilidades de la hasta ahora "totalmente desaprovechada" costa del barrio. Se trata, sugieren, de construir "una pequeña economía" alrededor del muelle. Añaza quiere desmarcarse, así, de esa maldición que pesa sobre Santa Cruz: la de ser una ciudad que vive de espaldas al mar. Para los vecinos, el litoral "puede ser el futuro".