Mauro Guillén (León, 1964), catedrático de Dirección Internacional de Empresas en la Wharton School de la universidad estadounidense de Pensilvania, responde sobre los desafíos económicos que conlleva el envejecimiento de la población.

En los años 70 los neomalthusianos predijeron un desastre por la expansión demográfica mundial y en los 90 se pronosticaba el colapso de los sistemas de pensiones. Nada de ello ocurrió. ¿Se vuelve a sobreactuar ahora con el problema del envejecimiento, quizá como coartada para recortar el Estado del bienestar?

Las proyecciones demográficas, como cualquier proyección hacia el futuro, pueden no ser exactas. Aquí tenemos básicamente tres variables. La primera es cuántos bebes nacen. Y en eso sabemos que estamos muy por debajo de la tasa de reemplazo. Es decir, si más o menos hemos de tener una media de un poco más de dos niños por mujer para reemplazar a la población, de generación en generación, estamos muy por debajo. Eso podría cambiar, pero incluso aunque lo hiciera, aunque en los próximos cinco o diez años tuviéramos más bebés, el efecto beneficioso se dejaría sentir 20 o 30 años más tarde. Además, creo que es improbable, porque la mujer está cada vez más involucrada en la educación y en el mercado de trabajo y es difícil que vaya a tener más bebés. Otra de las variables es la longevidad. Estamos entre los cinco países con mayor esperanza de vida. Esto es un logro. Sea por el clima, la nutrición o la genética tenemos una calidad de vida que la favorece.

También porque tenemos un sistema público y universal de sanidad?

Sobre todo en Atención Primaria, que no funciona mal. En esa segunda variable tampoco creo que vaya a haber sorpresas. En todo caso habría una que pondría más en entredicho el sistema de pensiones: que la esperanza de vida aumentara más de lo que esperamos. En la tercera variable es donde sí puede haber más sorpresas.

¿En la inmigración?

Sí, y las sorpresas pueden ir en los dos sentidos posibles. En la actualidad hay un clima de opinión global en contra de la inmigración. Empezó en EEUU y en Europa del Este. El brexit también tiene mucho que ver. Sin embargo, en España las actitudes no son tan negativas. En los 90 hubo una llegada de inmigrantes muy grande y luego, cuando la economía entró en recesión, muchos regresaron a sus países. Con la inmigración es mucho más difícil predecir, porque ya no sólo depende de nosotros.

En ese terreno competimos con países laboralmente más dinámicos?

Efectivamente, hay distintos destinos en Europa. Y si aquí no hay trabajo, entrarán por aquí, pero se irán hacia otros sitios. Así que si no caben muchas sorpresas por el lado del número de bebés, ni sobre el número de años que vivirá la gente y sí cabe alguna sorpresa en relación a la inmigración, creo en general que las proyecciones que se están haciendo sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones son bastante precisas. La tendencia para los próximos años es que va a haber menos gente trabajando o cotizando en relación al número de pensionistas. Eso pone en dificultades la financiación de las pensiones. No es un tema que se esté exagerando, pero sí es un tema que a los políticos no les gusta tratar, porque su horizonte es el ciclo electoral, que es de cuatro años, cuando aquí estamos hablando de un efecto a diez, quince o veinte años, que es cuando empezaremos a tener problemas serios. Ahora bien, vuelvo a repetir, este problema se resuelve si recibimos un flujo de dos o tres millones de inmigrantes que trabajen y coticen. Como ocurrió en los años 90, cuando se abandonaron las predicciones agoreras de entones.

Fue una época de magna expansión económica. ¿Puede repetirse?

No creo que volvamos a crecer como en los años 90 y hasta el 2006 o 2007. Es muy improbable. Si a eso sumamos que tenemos muy pocos bebés y que la gente cada vez vive más? La única solución para no tener que recortar las pensiones y que además es la solución lógica es tener una planificación del proceso migratorio que nos ayude. Además, en España tenemos una de las tasas de asimilación de inmigrantes más altas el mundo. No es un proceso perfecto en ningún país del mundo, pero desde luego en España estamos en mejor situación. Y todavía nos queda margen, porque el número de inmigrantes en relación a la población es mucho más alto en Francia, en Alemania o en Reino Unido.

¿Cómo atraer una nueva oleada de inmigración?

Tiene que haber trabajo o el propio flujo migratorio tiene que traer trabajadores con distintos tipos de nivel educativo y de destrezas que estimulen la economía.

El envejecimiento limita por sí mismo el dinamismo económico, cambia los patrones de consumo, de ahorro, de inversión?

Todo cambia. Y además normalmente en sentido negativo. Pero hay otro asunto que quiero apuntar por decir algo que es en parte nuevo: no hay razón para que la tercera edad tenga que ser sólo descanso y no también, en cierta medida, trabajo, al menos de una manera flexible. Cuando se introdujo la edad obligatoria de jubilación, hace 130 años en Alemania, con Bismarck, la esperanza de vida era de cuarenta y pico años. Ahora es de ochenta y pico para las mujeres y de setenta y muchos para los varones en España. Por término medio, si un trabajador se retira a los 62 o 63 años, que es la edad efectiva media de jubilación, estamos hablando de veinte años de estar jubilado.

¿Ve a los españoles proclives a acogerse a ese tipo de fórmulas?

Se ha regulado esto de la jubilación parcial, de manera que puedes renunciar a parte de la pensión para dedicarte a algunas otras actividades en el sector privado. Los autónomos también lo pueden hacer. Ese tipo de fórmulas flexibles son buenas. No sólo quitan un poco de presión al sistema de pensiones, sino que ayuda a que estas personas se mantengan activas. Ahora bien, solamente hay 31.000 personas acogidas en España a este sistema.

Existe cierto nivel de consenso en torno a la necesidad de reformar el sistema de pensiones. ¿Qué hay que tocar?

Todo. Si al final en lugar de tener cuatro cotizantes por cada jubilado, que sería lo ideal, tenemos dos y la proporción puede seguir cayendo, lo que se necesita es un abanico de medidas: incentivos para que la gente se vaya a jubilación parcial, ingresos alternativos para los jubilados y también otras fórmulas que permitan reducir el coste presupuestario de las pensiones. También está la idea de capitalizar las pensiones, que no se paguen con cotizaciones en el momento, sino que mientras estemos trabajando el dinero se invierta con un rendimiento.

¿Y actuar sobre los ingresos, no sólo sobre el gasto?

Evidentemente, puedes reducir los beneficios y prestaciones o aumentar las contribuciones. Y también incentivar a la gente para que se jubile más tarde.

Habla de más reformas, pero la población jubilada cada vez es mayor y mayor también su fuerza electoral. ¿Cómo gestionarlo?

El poder político de los pensionistas es muy grande porque su número está creciendo y porque tienen tiempo, y no sólo se movilizan cuando las cosas van mal. Votan, tienen una tasa de participación en las elecciones muy elevada. Y, además, tienen unas preferencias muy bien definidas: mientras otros grupos de edad pueden tener distintos tipos de temas que les preocupan, los jubilados tienen las pensiones, la inflación, las prestaciones sanitarias? tres o cuatro asuntos que son los que realmente les preocupan, y prefieren opciones políticas que defiendan sus derechos en esas áreas.

El problema también concierne a las nuevas generaciones.

El problema es de solidaridad intergeneracional. Estamos en una situación muy complicada, dados los vaivenes demográficos. Tuvimos un baby boom en los años 50 y 60 y luego una caída, y todavía estamos viendo las consecuencias: cada vez tenemos más gente por encima de los 60 o 70 años y cada vez menos de los grupos de edad más activos en el mercado de trabajo. A los más jóvenes, los que ahora deberían estar pensando en cuántos bebés quieren tener, el mercado laboral no les es favorable, porque, aunque encuentren empleo, los salarios suelen ser muy bajos; por otro lado, está el cambio cultural, que en parte tiene que ver con el hecho de que las mujeres, posponen la decisión de formar un familia. Si encima cuando empiezan a trabajar los salarios solo son suficientes para mantenerse ellos? Una manifestación muy clara es cómo cae el número de bebés y sube el de mascotas. Hay muchos jóvenes que han decidido tener una mascota en lugar de un bebé.

¿Son eficaces las políticas de conciliación e incentivo a la natalidad?

Ralentizan el descenso. En ausencia de esas medidas, la caída todavía sería más rápida, pero es improbable que cambien la tendencia. Vamos a una situación en la que, como media, por cada mujer habrá un bebé, de modo que, manteniendo la inmigración en los niveles actuales, se va a producir un descenso del tamaño de la población a medida que los mayores de 80 y 90 vayan falleciendo.