La economía del planeta ha traspasado ya el umbral de una nueva revolución industrial cuyas consecuencias solo empiezan a manifestarse. La digitalización y la automatización -con el robot como figura más visible a causa de su carga literaria y cinematográfica- afectarán al mercado de trabajo de una manera que todavía no es posible medir con precisión. Un estudio de BBVA Research cifra en el 36% la proporción del empleo en España que presenta un riesgo elevado de ser automatizado, mientras que el Foro Económico Mundial calcula que 75 millones de puestos de trabajo podrían ser sustituidos, aunque el proceso también permitiría crear 133 millones en nuevas ocupaciones.

La cuestión es esa: ¿la automatización destruye empleo o lo transforma? La experiencia avala que las revoluciones tecnológicas terminaron por generar más empleos que los que eliminaron, pero también que siempre ha habido damnificados. ¿Qué hacer con quienes no consigan dar el salto de unos trabajos a otros que requerirán nuevas destrezas y más cualificación?

"La visión optimista, que es la que hay que mantener, es que la tecnologización es transformadora de puestos de trabajo", apunta José Miguel González, economista y director general de Trabajo del Gobierno de Canarias. Aunque "un alto porcentaje" de empleados que intervienen en la cadena productiva serán reemplazados por máquinas, hay "otro tipo de actividades" (diseño o distribución). Además, advierte, "tienes que ser el que fabrica y mantiene la máquina" y "competir en excelencia".

No todas las economías sufren en la misma medida el impacto de la automatización. En las de servicios el ahorro de mano de obra no es tan grande. "Primero, porque necesitas personas; y segundo, porque absorbes más mercado", explica el director general, que pone un ejemplo: "Si soy un asesor fiscal o de márketing, antes tenía un entorno de influencia sobre lo que consideraba mi demanda de mercado, pero ahora esta es mundial". En concreto, economías de servicios como la que impera en Canarias -con una clara orientación al turismo, la hostelería y el ocio- precisan de personas para la atención, aunque algunas actividades -la comercialización o la contratación- sí se hayan automatizado.

Por supuesto, existen riesgos desde el punto de vista de las condiciones de trabajo, y algunas se aprecian ya. La ausencia en muchos casos de un centro de trabajo -sustituido por el domicilio-, de horarios precisos o de una división clara entre la vida laboral y la familiar son algunos de ellos.

En cuanto a la población en riesgo de quedar descolgada, González señala dos vías: la de las políticas activas de empleo, dirigidas a formar y cualificar a los que tengan "limitaciones adicionales" para el mercado laboral y la de las políticas pasivas, destinadas a proporcionar un "sustento social" a los que sigan encontrando dificultades. En este aspecto, destaca la reciente reforma de la prestación canaria de inserción (PCI) para que sea compatible con los trabajos más precarios. "Así se evita el comentario de que las políticas pasivas desincentivan a las personas para acceder a un empleo, algo que está demostrado estadísticamente que no es cierto", recalca el director general. En realidad, este fenómeno -volúmenes de población trabajadora que quedan fuera del mercado al desplomarse su sector- lo hemos vivido hace poco: así ocurrió con los expulsados del sistema tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y la caída de la construcción.

Juan José Hernández Castro, secretario técnico del Colegio de Economistas de Santa Cruz de Tenerife, subraya que las revoluciones tecnológicas no son "nada nuevo". "La economía -sostiene- se adapta a los avances de la tecnología y la innovación". La que ya estamos viviendo va más allá de la mecanización; se centra en la creación, tratamiento y aceleración del conocimiento y tiene su máxima expresión en la inteligencia artificial.

No obstante, Hernández está seguro de que los cambios "generarán resistencia". "Siempre ocurre cuando afectan al estatus laboral o social". La formación resulta "clave" en este sentido, en especial como herramienta que facilita "capacidad psicológica de adaptación". Porque el hecho es que "si la persona no se adapta, tendrá un problema". El papel de la universidad es cuestionado en este proceso, puesto que ya no supone "el paradigma del conocimiento". Este "está más relacionado con la versatilidad y el talento", aspectos que, según el economista, "no se potencian" en las universidades.

En el sector hotelero de las Islas, la automatización aún se encuentra en un estado incipiente. "Su penetración es muy tímida. Hay casos muy sonados, como robots que acompañan al cliente a la habitación o le suben un cepillo de dientes, pero eso es en los países más avanzados tecnológicamente", expone Enrique Padrón, responsable de Innovación de la patronal turística de Santa Cruz de Tenerife (Ashotel). En Canarias, por el momento, la robotización está "más oculta de lo que se piensa". Se centra sobre todo en las cocinas, aunque también la inteligencia artificial interviene en la domótica o los trámites de recepción.

Pese a que el futuro será una vida -y una hostelería- más automatizada, Padrón está convencido de que "los empleos que se perderán por un lado se ganarán por otro", aún más en un sector que "requiere mucho de la sonrisa de la persona".

Un nuevo mundo laboral que aún no está en las leyes

Los cambios que ha experimentado el mundo laboral van más allá de la tecnología, aunque haya influido en ellos. "Los parámetros con los que tradicionalmente se ha definido el trabajo asalariado se han relativizado", constata Juan Miguel Díaz, profesor titular de Derecho del Trabajo en la Universidad de La Laguna (ULL).

La entrada en juego de diversos fenómenos -entre ellos el digital- han diluido el concepto "estándar" de trabajo, el que ha imperado en el último siglo. De ahí la aparición de la figura del falso autónomo en puestos -véase el caso de Uber o Glovo- cuyas características no encajan del todo con la definición tradicional de empleo asalariado, de modo que el empresario -"a veces de buena fe y otras de mala"- opta por no firmar un contrato.

Esta transformación no tiene aún una respuesta en la legislación y ni siquiera en el Estatuto de los Trabajadores, que mantiene invariable desde 1980 el concepto de trabajador.

La regulación tampoco ha tenido en cuenta todavía los desafíos de la automatización, sobre los que, sin embargo, ya "hay debate", señala Díaz, que no ve solución "en el corto plazo" para los puestos de trabajo que inevitablemente se perderán.