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La ‘enarquía’ sigue imperando en Francia

Lecornu confía en varios ministros formados en la ENA para un gabinete técnico. Un estudiante español egresado en el prestigioso centro acusado de crear élites desconectadas, cuenta el lado oscuro de esta cantera de líderes franceses, desde Giscard a Macron. «Es una trituradora», asegura

El presidente de Francia, Macron, y el primer ministro, Lecornu.

El presidente de Francia, Macron, y el primer ministro, Lecornu. / AP

Rafa López

Es la cantera de las élites políticas y económicas francesas. En ella se han formado cuatro presidentes de la RepúblicaValéry Giscard d’Estaing, Jacques Chirac, François Hollande y Emmanuel Macron— y ocho primeros ministros (Édouard Balladur, Michel Rocard, Lionel Jospin, Alain Juppé, Laurent Fabius, Dominique de Villepin, Jean Castex y Édouard Philippe), así como 43 ministros del país vecino.

La École Nationale d’Administration de Francia, la prestigiosísima ENA, fundada hace ahora 80 años, fue disuelta por el propio Emmanuel Macron, uno de sus exalumnos, en 2021, pero su influencia en el poder de Francia sigue siendo indiscutible.

El nuevo gabinete del primer ministro Sébastien Lecornu, caracterizado por su perfil técnico, cuenta con un buen número de «enarcas», entre ellos Laurent Nuñez, ministro del Interior; Édouard Geffray, al frente de Educación Nacional; y Monique Barbut, ministra de Transición Ecológica. Criticada por elitista y escasamente diversa, la Escuela Nacional de Administración explica, con sus luces y sombras, buena parte de la historia reciente de Francia.

«No soy la persona más adecuada para hablar bien de la ENA. Su formación es lo más de lo más, tienes los mejores docentes, pero es una trituradora», comenta José Luis Sobrino, gallego de 51 años, egresado de la ENA en Estrasburgo. «Muchos compañeros míos no la terminaron, otros acabaron en las drogas o alcoholizados. Tuvimos tres suicidios en mi promoción. Básicamente, la ENA es como lo que dicen de los deportistas norteamericanos: cogen una caja de huevos y la tiran contra una pared, y el que sobrevive es el que sale», añade este emprendedor.

La ENA fue fundada el 9 de octubre de 1945 por el entonces presidente del Gobierno provisional, el general Charles de Gaulle, tras la II Guerra Mundial. «Después de las dos guerras mundiales, la idea era tener gente preparada por si había un colapso institucional. Si no había políticos, que hubiera una estructura ósea, un funcionariado que mantuviera la estructura del Estado», explica Sobrino.

Durante la presidencia de Georges Pompidou (1969-1974) llegó a haber hasta un 37% de ministros énarques. Otra curiosidad de este mítico centro es que todas sus promociones, y las de su entidad sucesora, llevan el nombre de algún personaje famoso de la historia de Francia o vinculado a ella, como Albert Camus (1960-1962), Marie Curie (2011-2012) o Winston Churchill (2014-2015). Son los propios alumnos quienes eligen esta figura. En el caso de José Luis Sobrino (promoción 1995-1997) fue Marc Bloch, historiador judío y miembro de la resistencia francesa, fusilado por los nazis en 1944.

La formación de la ENA consistía en un programa de dos años de Economía y Derecho —administrativo, civil y tributario, sobre todo—. Más que la memorización de leyes, la ENA buscaba que el alumno entendiese el porqué se había desarrollado una determinada ley, en qué contexto histórico y social, y cuál era el impulso del redactor de la legislación.

Sobrino tuvo como profesores a figuras de la talla de Édouard Balladur, primer ministro de Francia entre 1993 y 1995, y Raymond Barre, vicepresidente de la Comisión Europea y primer ministro entre 1976 y 1981. «Un enarca, dependiendo del tipo de profesores que ha tenido, va a ser o bien socialdemócrata o keynesiano, o bien liberal —explica este economista—. Posiblemente Macron, por la época en la que salió, con Rocard, Fabius y compañía de profesores, tiene una etiqueta más keynesiana, más socialdemócrata. Nosotros tuvimos la suerte de tener clases con profesores que habían estudiado con Pompidou, o con gente que había trabajado con Chirac, personas de perfil gaullista. A Macron le llamaban ‘el pequeño Mozart de la economía’. Solamente hay que ver cómo está dejando Francia; de Mozart, nada», opina.

Fue precisamente Emmanuel Macron, uno de sus exalumnos más poderosos, quien dictó la sentencia de muerte de la ENA. Ya en 2019 se filtró a los medios franceses que Macron se proponía abolir la prestigiosa escuela para aplacar las revueltas de los gilets jaunes (chalecos amarillos) contra las élites. En su lugar, arrancó en 2022 el Instituto del Servicio Público, supuestamente menos elitista y más abierto y flexible.

«¿Elitismo en la ENA? Eso es mentira —asegura José Luis Sobrino—. Mis padres, emigrantes gallegos en París, no tenían recursos. Para entrar en la ENA, si tienes buenos resultados académicos, el Estado francés te proporciona todo: la enseñanza y el alojamiento en un colegio mayor», explica.

Fue el esfuerzo de este hijo de emigrantes lo que le permitió estudiar en el vivero de la crème de la crème francesa. Beneficiado por la política de inclusión de extranjeros en el sistema educativo francés, estudió el equivalente al Bachillerato en el liceo Louis-le-Grand, uno de los mejores de Francia. «Allí lo que más se primaba no era tu apellido ni de dónde venías, sino tus resultados académicos, y los míos eran muy buenos», aclara.

Tras completar dos carreras, equivalentes a Económicas y Empresariales y Ciencias Políticas, en la Sorbona, preparó durante un año y medio el examen de ingreso en la ENA, una especie de oposición. «Te hacen sentir que eres uno de los elegidos y que miles se han quedado a las puertas. Te exprimen hasta el límite. Solo tienes que ver los que salen de allí y siguen, unos auténticos psicópatas sociales», apunta.

A los seis meses se dio cuenta de que la ENA no era lo suyo. Empezó a sufrir secuelas psicológicas, pero sus padres le animaron a terminar los estudios a toda costa. «Tuve muchas crisis de ansiedad, me generó alopecia... Y todo durante dos años. Si tengo un hijo y me dice que quiero preparar el concurso de la ENA, yo le digo que no», asegura.

Ya como egresado de la ENA, le llovieron las ofertas de trabajo en Francia. «Me sentía como un futbolista al que quieren fichar el Madrid y el Barcelona», recuerda. Trabajó como responsable de Finanzas en la Región de Aquitania, pero solo duró un año. «No me gustaba el ambiente. Lo peor es trabajar con políticos. Así que me fui».

Como no había posibilidad de excedencia, se marchó a la empresa privada. Recaló en una de las «cinco grandes» auditoras, trabajó por todo el mundo y después, hace 20 años, se vino a España.

La ENA no solo ha sido cantera de grandes políticos y dirigentes de organismos internacionales como la Unión Europea, el FMI o el Banco Mundial, sino también de directivos de grandes empresas francesas como Renault, BNP Paribas, AXA, Vivendi, Orange o Carrefour. En el máximo apogeo de la enarquía francesa, hace 15 años, hasta una cuarta parte de los puestos ejecutivos de las empresas del CAC 40 —equivalente galo del Ibex 35— procedía de la ENA.

«He estado en ambos lados, tanto en lo público como en lo privado. El funcionario de alto rango no sabe lo que es llegar a fin de mes y tener que pagar nóminas, lo único que sabe es generar tributos. A la hora de gestionar el dinero, como cada año se incrementan las partidas presupuestarias, tiene un dinero infinito. Son personas muy acomodadas, no creo que tener gente de la ENA en el gobierno sea positivo», argumenta Sobrino.

Pone como ejemplo a Lucie Castets, egresada de la ENA, responsable de Finanzas de la Alcaldía de París bajo el mandato de la socialista Anne Hidalgo, y propuesta por la formación Francia Insumisa para ser primera ministra de Francia. «París tenía una deuda mínima, y ahora es de los ayuntamientos más endeudados de Europa, y todo por la nefasta gestión de Castets», señala.

«De lo que fue la ENA al ser creada a lo que derivó media un abismo. Si se hubiese mantenido su base lógica, que el funcionario de alto rango no pudiera incorporarse a la vida política, hubiera sido maravilloso, pero la han utilizado como un trampolín, ni más ni menos», concluye José Luis Sobrino.

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