Cómo el sexo cambia la historia
‘Juego de polvos’, un libro de la profesora Alejandra Hernández, repasa la importancia de las relaciones carnales de reyes y reinas en el destino de las monarquías, desde Alejandro Magno hasta Alfonso XII, pasando por Sisi o Catalina la Grande

Cómo el sexo cambia la historia / ED
Daniel G. Sastre
Por las páginas de Juego de polvos (Harper Collins) desfilan proezas amatorias, promiscuidad, adulterios, crímenes pasionales, casos de virginidad sostenida durante toda una vida. ¿Qué los diferencia de las peripecias sexuales habituales, o de las no tan habituales que aparecen de vez en cuando en la sección de Sucesos? Que sus protagonistas son reinas y reyes, y que, en muchas ocasiones, ese deseo incontenible o ese capricho pasajero, que de todo hay, ha cambiado el rumbo de la historia.
Para Alejandra Hernández, la profesora de Secundaria y divulgadora de temas históricos que ha escrito el libro, el amor no es uno de los principales hilos conductores de la historia, pero el sexo sí lo es. «En términos históricos, el amor está sobrevalorado, y menos mal que eso ha cambiado. En otros momentos, no solo entre las clases altas sino también entre las más desfavorecidas, se buscaba sobrevivir, encontrar un buen matrimonio que permitiera asentarse, sobre todo a las mujeres», dice. Pero otra cosa es el intercambio carnal. «Un buen polvo puede cambiar el fluir de la historia», sostiene la autora.
En el libro hay ejemplos para todos los gustos. Desde Isabel la Católica hasta Isabel de Baviera —más conocida como Sisi o Sissi, gracias a las películas protagonizadas por Romy Schneider—, queda claro que, en una abrumadora mayoría de los casos, los matrimonios de la realeza se producían por «interés político, militar y territorial», como describe Hernández. A partir de ahí, a algunas de estas uniones les fue mejor y a otras peor, pero casi todas estuvieron lejos de ser una relación feliz y, sobre todo, monógama.
Narradas en un lenguaje muy llano, cercano al que se emplea en las redes sociales, por una voluntad de «llegar a todos los públicos, bueno, a los mayores de 12 años», algunas anécdotas que repasa el libro tienen mucha miga erótica. En el capítulo dedicado a los Borgia, por ejemplo, Hernández se detiene en el llamado «banquete de las castañas», celebrado en Roma el 30 de octubre de 1501. Los anfitriones de la familia Borgia, empezando por el papa Alejandro VI y siguiendo por sus hijos, César y Lucrecia, organizaron una cena y una fiesta para la que hicieron traer a palacio a 50 prostitutas.
Bailaron para los invitados primero vestidas, después desnudas, y, por último, llegó el episodio que dio nombre al banquete. Así lo explica el libro: «Pero la fiesta se tornó todavía más escandalosa cuando los anfitriones esparcieron por el suelo decenas de castañas (en alguna otra versión se dice que avellanas) que debían ser recogidas por las cortesanas danzantes. El juego tenía premio, pues las chicas serían subastadas entre aquellos invitados que más penetraciones realizasen a las mismas mientras ellas se agachaban a recoger la fruta maldita».
Versiones de parte
La fuente de la anécdota es el cronista papal Johannes Burchard, enemigo declarado de Alejandro VI, por lo que cabe poner en entredicho la parte final de la historia, la de las castañas y las penetraciones. Lo dice Hernández en el libro, y añade: «Hay que tener mucho en cuenta quién explica las historias, porque quizás las estén exagerando. Pero que hubo varias orgías en tiempo de los Borgia que involucraron a curas y prostitutas, eso está claro».
También está claro que Juan Carlos I no es el primer Borbón cuya vida privada es tan interesante o más que su vida política. Las correrías de dos antepasados del emérito ocupan dos capítulos de Juego de polvos; concretamente, las de su tatarabuela, Isabel II —en un artículo titulado gráficamente Manual borbónico de infidelidad— y las de su bisabuelo Alfonso XII. La primera, que se conducía con un liberalismo «más carnal que ideológico», se casó por intereses de potencias ajenas con Francisco de Asís, de quien el libro destaca su «más que aparente homosexualidad».
Pero añade: «Nuestra Isa no iba a perder el tiempo con un marido que llevaba más puntillas en la ropa interior que ella y por el que no sentía ningún tipo de atracción física, algo que era recíproco». Hasta 12 hijos tuvo Isabel II, pese a que todo indica que el matrimonio nunca fue consumado. Cuando huyó de España, empezaron a circular unas acuarelas pornográficas tituladas Los Borbones en pelota, atribuidas en principio a Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer, pero cuya autoría ha sido puesto en duda recientemente.
En cuanto a Alfonso XII, antes de casarse por amor con su prima María de las Mercedes —en una boda que se convirtió en todo un acontecimiento en la época—, de la que enviudó solo cinco meses después, se procuró «una despedida de soltero interminable» por Europa. Y después, ya casado con María Cristina de Habsburgo por razones de interés público, no dejó de tener numerosas amantes, con especial predilección por las cantantes y las actrices. Al final de su vida, confesó al embajador de Alemania en Madrid, el conde Solms: «He descubierto demasiado tarde que no es posible trabajar durante todo el día y divertirse toda la noche».
Alejandra Hernández no quiere extrapolar situaciones, ni sacar conclusiones con respecto a los actuales inquilinos del trono, pero sí dice que Alfonso XII fue «rey de día y Borbón de noche», que «imitó muy bien a su madre», que no escondía su arrolladora sexualidad, y que, «al menos en el siglo XIX, sí que existía un gen borbónico» que empujaba a pensar «más en la fiesta que en la política».
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