El pergamino de Clío

Muertes absurdas de la historia

Muertes absurdas de la historia

Muertes absurdas de la historia / El Día

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

Quizá la muerte más surrealista sea la que padeció el dramaturgo griego Esquilo (525 a.C.-456 a.C.) a quien se recuerda por ser uno de los primeros grandes representantes de la tragedia griega que, irónicamente, terminó siendo asesinado por una metáfora. El dramaturgo murió en Sicilia cuando un águila (o un quebrantahuesos) dejó caer una tortuga sobre su cabeza. De esta anécdota dejaron constancia algunos personajes importantes de la época y otros posteriores como Valerio Máximo, Plinio, Eliano o Sotades. De hecho, tanto Valerio Máximo como Eliano indicaron que el culpable del accidente fue la calvicie de Esquilo. El ave habría confundido su cabeza sin pelo con una roca, dejando caer a la tortuga con la intención de romper el caparazón para así poder comer sus entrañas.

Mientras, otros como Plinio aseveraron que Esquilo recibió un oráculo que le anunciaba su inminente muerte. Unos dicen que este vaticinó que un proyectil caído del cielo sería la causa de su fallecimiento y otros que le advirtió de que le mataría el derrumbe del techo de una casa. Plinio llegó a comentar que Esquilo vivió desde entonces a la intemperie para tratar de huir de su destino, algo que, por lo que se, ve no le sirvió de mucho.

Otro que tuvo una muerte bastante tonta relacionada con un animal fue el pobre Francis Bacon (1561-1626). El filósofo y escritor inglés, considerado el padre del método científico moderno, murió por culpa de un experimento. Bacon nos legó su obra más conocida Novum Organum en la que explica, entre otras muchas cosas, que la experiencia es la herramienta más poderosa para descubrir la verdad sobre el mundo natural.

Todo comenzó un día de camino a palacio cuando inició una acalorada discusión con el médico que le acompañaba en el carruaje. Ambos debatían sobre la similitud de la nieve y la sal y sobre si ambas podrían ser usadas para conservar los alimentos. Hasta el momento, la sal se utilizaba comúnmente para preservar la frescura de la comida, pero el frío aún era un completo desconocido en este campo. Bacon no dudó en hacer uso de su empirismo y decidió comprar un pollo. Luego se arrodilló sobre la fría nieve para rellenarlo con ella y así saciar su curiosidad. El experimento fue todo un éxito. Una pena que Bacon nunca llegase a saberlo ya que enfermó y murió rápidamente a causa de una neumonía que contrajo mientras rellenaba el pollo.

En 1920 fue un mono el encargado de poner en jaque a la corona de Grecia. Alejandro I estaba paseando por los jardines del Palacio Totoi con su perro, llamado Fritz, cuando un mono se lanzó contra el pastor alemán. El monarca no dudó en socorrer a su mascota, pero terminó recibiendo un mordisco del enrabietado simio. Este acto heroico le trajo la muerte tres semanas después del incidente tras sufrir sepsis y un dolorosísimo padecimiento. Al parecer los médicos no se atrevieron a amputarle la pierna herida, algo que de haber sucedido podría haberle salvado la vida. Al mono le pegaron un tiro, pero eso no evitó que la línea de sucesión al trono se viese alterada. Además, su muerte empeoró una turbulenta situación política que llevaba años azotando a Grecia.

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