Sangre azul

Se utiliza el término «sangre azul» para hablar de personas de la nobleza y la realeza. Existen dos teorías que tratan de explicar el origen de la expresión. Quizá la más conocida es la que dice que, durante la Edad Media, las personas privilegiadas no realizaban ningún tipo de labor al aire libre, mientras que los sirvientes y campesinos sí lo hacían, por lo que terminaban luciendo un tono de piel bronceado. De este modo, la palidez de los nobles hizo que sus venas se vieran con más facilidad, dejando en evidencia un tono azulado que se trasparentaba a través de su traslúcida piel. De hecho, las clases altas evitaban tomar el sol apropósito, ya que con el tiempo tener una tez pálida se convirtió en un sinónimo de prestigio.

La segunda teoría asevera que nació a raíz de una interpretación equivocada que hicieron unos humanistas españoles del siglo XVII de textos del historiador romano Cornelio Tácito (c. 55 d.C. - c. 120 d.C.). En estos escritos él usaba la expresión caelesti sanguine ortam «nacido de sangre celestial» para referirse a los emperadores y reyes de su época. El uso del y término «celestial» propició la traducción equivocada de «celeste», confundiéndose así el cielo con ello tono azulado.

La pura sangre azul terminó siendo una maldición para muchos ya que los miembros de la realeza sufrieron numerosas enfermedades relacionadas con la endogamia. Raquitismo, un sistema inmunológico debilitado, enfermedades coronarias y problemas de salud mental son algunas de las consecuencias de la consanguinidad.

Un claro ejemplo es el de Carlos V. El emperador sufrió un prognatismo severo que afectaba a su masticación y, por tanto, a su digestión. Además, padeció tartamudez y desmayos recurrentes. Sus antepasados paternos eran los Habsburgo, una dinastía europea que travó amistades políticas gracias a matrimonios consanguíneos beneficiosos para las políticas internacionales y las relaciones con otras Coronas. Carlos V siguió con la tradición de los Austria y se casó con su prima Isabel de Portugal. El hijo de ambos, Felipe II, hizo lo mismo con María Manuela, su prima hermana con quien tuvo a Carlos de Austria que sufrió también enfermedades derivadas de la consanguinidad de sus progenitores.

Un estudio de la revista Annals of Human Biology, realizado en la Universidad De Santiago de Compostela por genetistas, puso en evidencia que la sangre del príncipe Carlos contenía un coeficiente de consanguinidad del 21%, similar al resultado de una unión entre hermanos. De la investigación también se concluyó que la endogamia tuvo severas consecuencias para los Habsburgo y su mortalidad infantil fue del 40% antes de los 10 años, mucho más alta que la que sufrió la clase popular.

Las enfermedades sanguíneas como la porfiria o la hemofilia también se contrarían por la consanguinidad. El tercer monarca inglés de la casa Hannover, Jorge III, padeció porfiria que le causó desórdenes mentales y la reina Victoria de Inglaterra fue portadora del gen de la hemofilia, que transmitió a su descendencia. En consecuencia, sus hijos tuvieron un serio problema con la coagulación de su sangre que los exponía a frecuentes hemorragias, no obstante, esto son solo dos ejemplos de los muchísimos casos de enfermedades producidas por la endogamia de la realeza.

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