Postales secretas desde Rusia
Las tarjetas, que enviaban los niños de la Guerra Civil, incorporaban un vinilo invisible donde podían grabarse mensajes personales y canciones populares y solo podían descifrarse con un gramófono

Algunas de las postales sonoras que atesora la Biblioteca Nacional de España. / ED
Sólo apto para románticos. El aviso no es tontería, ojo: imagínese estar en París, con la bufanda bien atada, a punto de caer la noche y, de repente, mientras pasea por Montmartre, el barrio de los pintores, acordarse de la persona que la hiela la respiración. Entonces, entra en una de las coquetas tiendas que salpican la zona. Ahí, entre imanes y licores, encuentra una postal bonita, sugerente, especial. Pero no sabe qué escribir. Y, claro, como quiere dejar huella, se quiebra la cabeza. No le sale nada. Entonces, descubre que no es un trozo de cartón al uso: lleva incorporado un vinilo casi imperceptible que le permite grabar su voz. Un mensaje que el destinatario sólo podría descifrar si tuviera un gramófono. En tiempos de WhatsApp, las postales sonoras parecen una broma. Sin embargo, hace 122 años era toda una revolución.
Conocidas como Carte-disque, Talking card, Fonopost y Tonbild-postkarte, su origen se remonta a 1903. A pesar de que la calidad del sonido era baja, la población las acogió con tanto fervor que empresas de todo el mundo empezaron a fabricarlas. «Se trataba de una tarjeta a la que se pegaba un disco en miniatura y se realizaban dos agujeros. Eran de plástico y tenían todo tipo de colores. Para reproducirlas, bastaba con poner una aguja encima que giraba en torno a la ella», explica María Jesús López, jefa del servicio de Documentos Sonoros y Audiovisuales del departamento de Música de la Biblioteca Nacional de España.
Aunque la primera apareció en Berlín, de la mano de Zonophon, una multinacional, su popularidad se disparó con la comercialización de las máquinas que las llevaron a pie de calle. Al principio, la mayoría ya venía con el audio agregado: una canción representativa de la ciudad o un poema identificativo del país. «De esta forma, los turistas no sólo se llevaban una imagen de recuerdo, sino también la música», añade López. Pero, paso a paso, dado el interés, se comenzaron a distribuir vírgenes para que cada cliente le diera su toque personal. Esto fue posible gracias al sistema Voice-O-Graph, un fotomatón creado por International Mutoscope Corporation que era habitual encontrar en atracciones de feria, centros comerciales y parques de juegos. En Nueva York, por ejemplo, llegó a ocupar un espacio en la planta 86 del Empire State Building. Las colas se contaban por metros. Era la última sensación entre las parejas: por pocos centavos podían inmortalizar su amor durante 65 segundos.
El negocio no paraba de crecer. De hecho, hubo compañías que vendían gramolas específicas para registrar y escuchar estas postales. Pues, de lo contrario, el receptor jamás podría oírlas en la intimidad de su casa. Se pusieron de moda en la II Guerra Mundial por los soldados que, desde las trincheras, enviaban mensajes de consuelo a sus seres queridos. No obstante, alcanzaron su pico en los 60 cuando distintas marcas se atrevieron a usarlas en campañas de publicidad, incluso hubo políticos que las emplearon de cara a las elecciones. Tal era la demanda que Estados Unidos colapsó y buscó refugio en Alemania, adonde mandaba sus diseños para que los imprimieran. En Europa, la irrupción del casete frenó su expansión. Ahora bien, su nicho estuvo más que amortizado.
Las resucitaron en 2007
A España también llegaron. Las 44 postales sonoras que la Biblioteca Nacional atesora así lo corroboran: «Sólo tenemos musicales, no habladas. Todo empezó con un encargo: nos pidieron digitalizar dos ejemplares de los xiquets d’Oliva, los niños de un pueblo de Valencia que trasladaron a Rusia cuando estalló la Guerra Civil. Grababan ahí sus voces para que sus abuelos supieran que estaban sanos y salvos. Entre las que guardamos hay muchas de flamenco. En ellas se ve la figura del cantaor y se ofrece una canción suya. Si bien algunas entraron por depósito legal, la ley de 1958 que obliga a los creadores a donarnos un ejemplar de su obra, otras lo hicieron por donativo y compra», cuenta López.
Estos documentos, datados en 1959 y 1961, se reproducen a 45 revoluciones por minuto y fueron realizados con Voice-O-Graph. Aunque llegaron en malas condiciones, el área de Preservación y Conservación de Fondos ha aplicado diferentes técnicas para recuperarlos. Hoy tanto el sonido como la imagen se han incorporado a la Biblioteca Digital Hispánica. Pueden encontrarse pasodobles como el Manolete de Orozco Ramos, el Viva el rumbo de Cleto Zavala y el España cañí de Pascual Marquina. Además, hay chotis (Las leandras), sardanas (Bona festa) y zarzuelas (Agua, azucarillos y aguardiente). Sin olvidar las tarjetas navideñas que recogen villancicos tradicionales. En 2007, hubo un intento por resucitarlas en Glasgow: por 1,25 libras y con el paisaje escocés en el horizonte. No funcionó. Pero quién sabe si a Taylor Swift le da por ellas.
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