El bidé
En la segunda mitad del siglo XIX comenzó a haber agua corriente en las casas, así que el bidé, que un día fue símbolo de estatus, pasaría a ser considerado inútil

El bidé / ED
Que no les engañen, el mundo está dividido y es por una pequeña razón. El uso o no del bidé. Según un estudio de la marca de productos sanitarios Geberit, actualmente el 60% de las casas españolas siguen teniendo bidé, pero poco a poco cada vez menos personas deciden ponerlo en sus nuevas viviendas.
Como dato curioso, en Zamora existe una ley que obliga incorporar el bidé en las nuevas construcciones. El Ayuntamiento exige esta instalación como elemento indispensable en los aseos de la ciudad. La norma se estipula en el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), de 2011, en el artículo 72. «Toda vivienda unifamiliar tendrá una superficie útil mayor de 20 metros cuadrados con el siguiente programa mínimo (...) cuarto de baño completo, compuesto por lavabo, inodoro, bidé y ducha».
El bidé fue bien considerado en la corte de Versalles. De hecho, fue el ministro de Luis XV, René Louis de Voyer de Paulmy, marqués de Argenson, quien dejó por primera vez constancia escrita en sus memorias del uso de este elemento, aunque se cree que su origen puede remontarse a la Edad Media.
Su nombre original en francés, «bidet», hace referencia a un caballo pequeño que solía montar la nobleza para pasear. En sus inicios se concibió para facilitar el aseo de los genitales y pies. Al no existir aún las duchas, debían realizar baños completos para los que en ocasiones no había dinero o tiempo, así que el bidé facilitaba el aseo de ciertas partes aisladas del cuerpo.
Pero la higiene no fue su única función. El bidé fue considerado durante mucho tiempo un buen método anticonceptivo, sobre todo entre cortesanas y prostitutas que se lavaban entre relaciones para evitar enfermedades y embarazos. Este uso fue desaprobado por la Iglesia que asoció el bidé a la promiscuidad. Sin embargo, fueron muchas las mujeres de alta alcurnia que decidieron incorporarlo a sus baños, por ejemplo, María Carolina de Habsburgo-Lorena, reina de Nápoles, instaló uno en su palacio de Caserta, pero le advirtieron de que le traería mala fama ya que se creía que era un «instrumento de meretriz».
Napoleón solía llevarse su propio bidé portátil a sus campañas. Tanto aprecio le tenía que se lo llevó a su exilio de Santa Elena. Lo usaba para aliviar el escozor de los muslos y el trasero después de largas jornadas cabalgando. Fue tal su amor por su bidé que lo incluyó en su herencia.
En la segunda mitad del siglo XIX comenzó a haber agua corriente en las casas, así que el bidé, que un día fue símbolo de estatus, pasaría a ser considerado inútil. Sin embargo, algunos países como Portugal o Italia obligaron su instalación.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el bidé se coló en las casas de Oriente Medio y en países como Italia se consideró que tenerlo en casa llamaba a la prosperidad y la buena suerte. En otros países como Turquía o Argentina aún se considera un símbolo de estatus, refinamiento y señal de buena higiene.
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