El crecimiento de Canarias tiene nombre de mujer

El desarrollo económico del Archipiélago tuvo durante décadas en la mano de obra femenina un motor imprescindible ya que ellas eran quienes se encargaban tanto de las labores del hogar como de las tareas agrícolas y comerciales

Foto de un grupo de mujeres, tomada entre 1960-1970, en un camión en dirección a una explotación agrícola en Canarias.

Foto de un grupo de mujeres, tomada entre 1960-1970, en un camión en dirección a una explotación agrícola en Canarias. / ED

Durante décadas, el papel de la mujer tuvo enorme importancia en el desarrollo de Canarias tanto responsabilizándose de las labores domésticas y de la crianza de los hijos como ejerciendo de mano de obra en las tareas agrícolas o ganaderas y, asimismo, encargándose de acudir a los mercados de las Islas a comercializar los productos que cultivaban o elaboraban en sus hogares.

Aunque esa situación fue más evidente durante la Guerra Civil y la dictadura, cuando el Archipiélago vivió tiempos de absoluta miseria y desabastecimiento, panorama al cual se añadía que los hombres estaban en el frente, encarcelados, buscando oportunidades como migrantes en América o habían fallecido, la mano de obra femenina llamó la atención entre los viajeros que arribaron en el siglo XVII a Canarias quienes destacaban en sus relatos el papel de la mujer como motor de crecimiento económico de nuestra región.

Elizabeth Murray, Ann Brassey, Marianne North, Jessie Piazzi Smyth, Olivia Stone, Florence du Cane y Margaret d’Éste, entre las viajeras, y George Glas, William Robert Wilde, Jules Leclercq, Verneau, Berthelot, Latimer o Edwardes, entre otros, aluden en sus crónicas canarias con asombro y admiración a las funciones que desarrollaban ellas en las Islas como protectoras de la actividad diaria y las costumbres pese a ser mayoritariamente analfabetas y estar subordinadas bajo una sociedad machista.

Las mujeres trabajaban a pie de huerta al igual que lo hacía cualquier hombre; cultivaban papas y procedían a su recogida; cortaban y cargaban uvas hasta el lagar; cuidaban, podaban y procesaban el tabaco; recolectaban y empaquetaban plátanos; capturaban lapas y caracoles y, entre otras actividades de subsistencia, protegían las tuneras de las inclemencias del tiempo; acudían a vender a los mercados municipales sus productos... Es decir, lo hacían todo.

Como «ayuda familiar» se definían las numerosas e importantes tareas realizadas por las mujeres tanto en Canarias como en el resto de España. Sexo débil llamaban también a ese segmento de la población que, como se refleja en la lista mencionada sobre las labores desempeñadas en el Archipiélago por ellas, trabajaba igual o más que los hombres dentro y fuera de sus hogares.

Es significativo, por ejemplo, que la labor de alfarera ocupase en 1779, sólo en Tenerife, a unas 278 mujeres. Los datos oficiales reflejan, asimismo, que en 1940 la mano de obra femenina en el Archipiélago representaba un 12% del total de los trabajadores activos; un 15,8% en 1950; el 20,1% en 1960 y un 19,6% en la década de 1970. Tener en cuenta la oficialidad de esas cifras, cuando hasta el año 1981 los sueldos de ambos cónyuges eran gananciales y estaban administrados por el esposo, es reseñable porque la realidad era distinta.

Al no tener derechos reconocidos, esos porcentajes generan serias dudas pues las crónicas de aquellos periodos reflejan una realidad muy diferente a la aportada por la versión oficialista.

Las mujeres de clases populares permanecían ajenas a cualquier tipo de instrucción sistemática que no fuera aquélla que aprendían en el interior del hogar. De este modo, la ignorancia de las féminas canarias de la época es la característica cultural que resalta en la contraposición con las europeas continentales. De hecho, fueron las viajeras llegadas a partir del siglo XVIII al Archipiélago quienes se mostraron más críticas con el entorno en el cual se desarrollaba la población femenina, a las cuales se les negaba incluso su formación —salvo que pertenecieran a familias acomodadas—, y fueron también esas mismas visitantes extranjeras las que se detuvieron a observar y matizar las referencias estereotipadas sobre el mundo femenino canario.

Como en otros muchos lugares del mundo, la vida cotidiana de las mujeres de las Islas entre el siglo XVII y hasta el tercer tercio del XX se caracterizó por ocupar un papel secundario con respecto al del hombre, una posición que las abocó, sobre todo a aquéllas de clase humilde, a una realidad de duros trabajos, represión y marginación; a vivir una vida de sacrificios, carente de cualquier reconocimiento social, y a permanecer en la más absoluta ignorancia negándoseles acceso a cualquier tipo de conocimiento a pesar de que eran realmente ellas quienes convirtieron su sangre, su sudor y sus lágrimas en el combustible que alimentaba el motor económico de Canarias.

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