Historia
Dos mil años de Plinio el Viejo
Fue senador, procurador en Hispania, almirante de la flota romana en el Tirreno y autor de una ‘Historia Natural’ con 37 libros que abarcaban casi todas las materias. En sus tomos de Geografía describe el archipiélago canario, «islas que rebosan de frutos, aves de todo tipo y canes, además de gran cantidad de miel»

Códice de pergamino de la ‘Historia naturalis’de la década de 1450 que muestra a Plinio el Viejo trabajando. / El Día
Sabemos que Cayo Plinio Segundo, conocido como Plinio el Viejo, murió en el año 79 y que en esa fecha tenía 56 años, por lo que podemos afirmar que nació en el año 23 ó 24 de nuestra era, y es, por tanto, razonable conmemorar ahora sus primeros dos mil años. Vino al mundo en Como como miembro de una familia de «caballeros». Fue senador, procurador en Hispania y almirante de la flota en el mar Tirreno, entre otros cargos públicos. Pero por lo que lo conocemos y tiene un lugar en la historia de la cultura es por ser el autor de la «Historia Natural», obra de treinta y siete libros, que compilaba el conocimiento que los romanos de la época tenían en casi todas las materias, desde la ciencia al arte, de la filología a la religión, de la geografía a los remedios medicinales.
Hay que dejar claro que Plinio no es un científico, ni siquiera un divulgador de la Ciencia, es más bien un compilador de conocimientos. Plinio entiende que la naturaleza está formada por los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua y procura describirla siguiendo ese orden. Es un trabajo ímprobo que, sin embargo, él realizó en una vida plena, ocupado en otras mil cosas, y escribiendo muchas otras obras, que no han llegado hasta nosotros, pero de las que tenemos noticias seguras.
En sus libros se palpa una admiración por los hombres que hicieron grande a Roma: Catón, Cicerón, Varrón...; y una repulsa a los gobernantes sanguinarios de los que conoció a varios (entre ellos a Nerón). Es el primer libro en el que se cita con detalle a los autores de los que él toma comentarios u opiniones. Plinio rinde homenaje a los escritores que también se imponían el deber de citar sus fuentes, como Cicerón, y fustiga a los miserables» de alma servil y de espíritu estéril, que prefieren ser sorprendidos en flagrante delito de hurto antes que devolver un préstamo».
Por otra parte, escribe (y con ello trata de cubrir su crédito en lo que reproduce): «Yo no voy a empeñar mi credibilidad en la mayoría de estas cosas y más bien remitiré a los autores que se nombren en todos los temas dudosos, sin que repugne seguir a los griegos, tanto por su exactitud mucho mayor, como por su dedicación más antigua al estudio». Es decir, no quiere apropiarse del mérito de lo descrito por otros, pero tampoco cargar las culpas de los errores (y disparates, que hay muchos. Por ejemplo: «Los cadáveres de los hombres flotan boca arriba, los de las mujeres boca abajo, como si la naturaleza preservara el pudor de las difuntas») que aparecen en lo narrado. Por cierto, los griegos tenían fama de astutos y mentirosos.
Entresaco, de los libros dedicados a la Geografía (del III al VI), algo de lo que escribe de las Canarias: «Juba, acerca de las Afortunadas, averiguó lo que sigue: que también están situadas bajo el mediodía, hacia el ocaso, a seiscientos veinticinco mil pasos de las Purpurarais [...] Que a la isla primera la llaman Ombrios, y no hay vestigios de ningún edificio [...] La segunda isla se llama Junonia; en ella hay solamente un templete construido con piedra; después de ésta, en sus proximidades hay otra menor con el mismo nombre, a continuación está Capraria repleta de enormes lagartos. Añade que a la vista de éstas se encuentra Ninguaria, recubierta de nubes, que recibió este nombre por sus nieves perpetuas. La que está a su lado se llama Canaria, por el gran número de canes de enorme tamaño que allí se crían —dos de los cuales se los ofrecieron a Juba—; en ella han aparecido restos de edificios. Y, mientras todas las islas rebosan en abundancia de frutos y de aves de todo tipo, afirmaron que Canaria tiene además abundancia de palmares, que producen dátiles, y de piñas; hay también gran cantidad de miel; además en sus ríos se dan la planta del papiro y los siluros». Es el texto clásico más seguro para garantizar que los romanos conocían las Islas Canarias.
Tras la llegada de la imprenta, la obra de Plinio se editó en Venecia en 1469 y se mantuvo como fuente privilegiada de información sobre Roma hasta, al menos, el siglo XVIII, cuando empezó a caer en desgracia. Hoy no deja de ser una reliquia del pasado. Agradezcamos a Plinio su esfuerzo y felicitémosle por haber cumplido su dos mil aniversario en la memoria de los hombres, lo que muy pocos pueden decir.
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