Ser un ‘chapas’ salvó la vida de Roosevelt

Ser un ‘chapas’ salvó la vida de Roosevelt / ED
El intento de magnicidio del que fue víctima Donald Trump el pasado 13 de julio mientras daba un discurso durante un mitin político en Pensilvania está lejos de ser el primero en la historia de Estados Unidos.
De las 45 personas que han ocupado la presidencia, cuatro fueron asesinadas mientras ocupaban el cargo; Abraham Lincoln en 1865, James Garfield en 1881, William McKinley en 1901 y John F. Kennedy en 1963. Ya desde antes de la Guerra Civil el presidente Andrew Jackson sufrió un tiroteo mientras acudía a un funeral en el Capitolio. Su magnicida disparó dos veces, pero su arma no funcionó. Quizá el caso más curioso es el de Theodore Roosevelt, expresidente, al igual que Trump cuando fue víctima del atentado, que intentaba recuperar su puesto durante la campaña de 1912.
Años antes, su predecesor, el presidente William Mckinley, vigésimo quinto de los Estados Unidos y miembro del Partido Republicano, fue asesinado por el anarquista Leon Czolgosz. McKinley recibió dos disparos, uno en el hombro y otro en el estómago. El presidente murió a causa de una septicemia el 14 de septiembre de 1901. Tras su asesinato, se encomendó al Servicio Secreto de Estados Unidos la tarea de proteger a tiempo completo a los presidentes.
En 1909, Roosevelt dejó la presidencia, pero volvió a presentarse en 1912 junto a su nueva formación política progresista Bull Moose (un tipo de alce americano). Según el expresidente se sentía tan en forma «como un alce».
El 14 de octubre de 1912, Roosevelt acudió al Auditorio de Milwaukee, en Wisconsin para promulgar su discurso con el fin de ser elegido por tercera vez como presidente. Ante la atenta mirada de los asistentes, el expresidente pronunció, para sorpresa de todos, las siguientes palabras: «Les pediré que estén lo más callados posible. Me acaban de disparar».
El público fue testigo de cómo el candidato se abría la camisa, mostrando la sangre que brotaba de su cuerpo. «Se necesita mucho más para matar a un alce macho», dijo el expresidente que no paró, al contrario, siguió con su monólogo que duró unos 50 minutos.
Roosevelt consiguió sobrevivir gracias a un estuche de gafas y a su discurso que contaba con unas 50 páginas. Así, ser un chapas salvó la vida de Roosevelt ya que, de haber escrito un discurso más escueto, la bala habría conseguido atravesar su cuerpo terminando con su vida.
El proyectil se quedó alojado bajo una de sus costillas derechas en donde permaneció hasta que murió, siete años después del atentado.
El magnicida fue John Schrank que no pudo ser enviado a prisión ya que, tras ser examinado por psiquiatras, se pudo comprobar que padecía problemas mentales, de hecho, Schrank aseguró que actuó bajo las órdenes del fantasma del difunto presidente Mckinley.
El largo discurso se conserva desde 1974 en el Museo Smithsonian.
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