Memoria de fuego
Llamaradas de historia
Se cumplen 40 años del incendio en La Gomera donde 20 personas murieron atrapadas por las llamas a los pies del Roque de Agando
«Tratas de superar el dolor pero sigues conviviendo con él», asegura el hijo de Francisco Afonso, gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife fallecido en el suceso

Varios de los vehículos implicados en las tareas de rescate y extinción del fuego. / ED
Cuenta la leyenda que los primeros pobladores de las Islas se mostraban temerosos ante el medio natural que los rodeaba al cual atribuían poderes divinos o sobrenaturales. En especial les sobrecogía la imagen de los imponentes pitones negros, de origen volcánico, erigidos en las Islas como suspendidos en medio de la nada a cuyos pies dejaban frutas y animales a modo de ofrendas para mitigar las consecuencias que podría acarrearles aquella poderosa ira atribuida, según ellos, a esos accidentes geográficos como, por ejemplo, el Roque de Agando, en La Gomera, donde miles de años después, concretamente el 11 de septiembre de 1984, tuvo lugar una de las mayores tragedias ocurridas en Canarias cuando 20 personas perdieron la vida tras quedar atrapadas por las llamas de un incendio forestal originado en el monte de La Laja que, a consecuencia de un repentino cambio de dirección del viento, provocó que el fuego ascendiese hasta las proximidades del venerado Agando, testigo de ese suceso del que este miércoles se cumplen 40 años.
Una comisión reunida en 1985 por el Parlamento de Canarias con el objetivo de realizar un exhaustivo informe sobre el accidente de La Gomera reconstruía así aquella jornada: «Hacia las 12.30 horas el fuego que se propagaba por el Refugio del Manco avanzó hacia la carretera dorsal TF-713 en dirección a Agando, por lo que se ordenó la retirada del personal que operaba en la zona, el cual lo hace hacia El Bailadero, La Laja y la Degollada de Peraza sin que se produjera incidente alguno. Se encontraba ya en la zona del Bailadero el señor Gobernador Civil, Francisco Afonso Carrillo, acompañado de las demás autoridades y los responsables del Icona (Instituto para la Conservación de la Naturaleza —ya desaparecido—); Técnico Medio, señor Barbero, y Jefe de Comarca de la Isla, León Sosa, decidiendo trasladarse a la zona del Roque de Agando, tras la reactivación del fuego, para atacar de nuevo el frente correspondiente. A tal efecto», prosigue el documento oficial en su descripción sobre lo ocurrido aquel martes, «intervienen tractores, dos camiones cuba del Icona; la motobomba de la Mancomunidad del Valle de La Orotava, etcétera. Repentinamente el fuego avanzó de nuevo en el Barranco de La Laja, casi a la altura del canal que lo cruza y, frente al Refugio del Manco, ascendiendo con gran virulencia desdoblándose en dos láminas, una de las cuales tomó la dirección de La Zarcita, al pie del Roque de Carmona, y la otra subió rápidamente en dirección al Roque de Agando, descendiendo tras alcanzar la carretera por la ladera que da al Valle de Benchijigua a través de la Degollada, momento en el que se produjo la catástrofe conocida a la altura del punto kilométrico dieciocho de la carretera TF-713».

Una imagen de las tareas de extinción del fuego que comenzó en la zona de La Laja. / ED
«Tras cruzar la carretera el fuego tomó la dirección de Tajaque, bajando a Benchijigua y barriendo la pared del acantilado en el tramo comprendido entre el canal y la divisoria con el monte de El Cedro, aproximándose al caserío de Benchijigua, por cuya pista de acceso fueron recogidos algunos heridos y supervivientes que habían bajado desde la carretera dorsal por la ladera de la parte trasera del Roque de Agando», continúa la ponencia encargada de redactar el informe que estuvo formada por los parlamentarios isleños Domingo Herrera, del grupo mixto; Gonzalo Angulo, de la izquierda canaria; Fernando Fernández, de Centro Democrático-CDS; Manuel Fernández, del grupo Popular, y Augusto Brito, representante en el Parlamento regional de los socialistas canarios.
«Poco después se confirmó el fallecimiento del señor Gobernador Civil; de Bartolomé Afonso, José Brito, Florencio Ballesteros y Ángel Izquierdo así como de otros jóvenes que habían acudido a la zona. Son evacuados con graves quemaduras el señor presidente del Cabildo Insular de La Gomera y un obrero del Ayuntamiento de San Sebastián, trasladándoseles al Hospital Insular de San Sebastián, que había sido puesto en estado de emergencia».
Cuatro décadas después, aquel devastador fuego de La Gomera que arrasó en la Isla nueve kilómetros cuadrados, sigue ostentando el triste primer puesto como la mayor tragedia humana de España en un incendio forestal aunque más allá de los típicos y fríos rankings están las consecuencias de quienes de forma directa o indirecta vieron sus vidas sacudidas por ese suceso.
«Yo tenía siete años cuando mi padre murió en el incendio y recuerdo que durante mucho tiempo sólo me preguntaba qué hacía él allí si no era bombero», cuenta Aarón Afonso, único hijo del gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, Francisco Afonso Carrillo, una de las veinte víctimas de aquel 11 de septiembre de 1984.

Ambulancias, en San Sebastián de la Gomera. / ED
El actual portavoz del grupo socialista en el Cabildo Insular de Tenerife admite que tanto él como su madre, con sólo 31 años cuando perdió a su esposo, decidieron «evitar», dice, cualquier conversación sobre el accidente. De hecho, Aarón reconoce que esa ha sido la razón de, salvo en un par de ocasiones puntuales, haberse negado a relatar cómo vivió el deceso de su progenitor. «Tratas de superar el dolor pero continúas conviviendo con él», confesaba el pasado miércoles.
«Aquel martes me mandaron con una tía mía que tenía una casa a las afueras del Puerto de la Cruz y sólo me dijeron que mi padre había sufrido un accidente. No me contaron hasta el sábado siguiente lo sucedido, cuando ya lo habían enterrado», rememora con motivo del 40º aniversario de aquel suceso. «Yo en ese momento no entendía nada hasta comprender» que entre las competencias de Francisco Afonso Carrillo como gobernador civil «estaba coordinar los medios y el trabajo» de quienes trabajaban en la extinción de incendios forestales, dice el también abogado de 47 años.
Inicio del fuego 'moderado'
El fuego se inició de forma moderada durante la medianoche del 10 de setiembre de 1984 en la Dehesa del Manco, en el caserío de La Laja, pero 24 horas más tarde las llamas se convertirían de forma inesperada en una trampa mortal que nadie supo prever porque, entre otras razones, los montes de Icod, en Tenerife, habían sufrido en 1983 un devastador incendio forestal que arrasó 200 kilómetros cuadrados. Ese precedente jugó en contra al compararlo con aquel pequeño conato de La Gomera que, por tanto, fue abordado como un asunto no menor pero sí menos peligroso, tanto que ni siquiera se alertó a quienes habitaban las zonas próximas.
«Se encontraban en lo que nosotros denominamos una posición de hombre muerto», explica sobre lo que califica de «accidente muy triste» Miguel Ángel Morcuende Hurtado, director general de Espacios Naturales y Biodiversidad del Gobierno de Canarias, quien también ha sido jefe de servicio de la Unidad de Medio Ambiente y Emergencias de La Palma además de desempeñar cargos públicos en el Cabildo de La Gomera, isla a donde llegó dos años después de la tragedia del Roque Agando.
Simancas, superviviente del siniestro, recordaba cómo «debido al calor» a ‘Lito’
«Yo no estaba en La Gomera cuando ocurrió aquello pero a mi llegada me interesé en hablar y conocer detalles del suceso porque era un asunto que estaba aún muy vivo en la sociedad gomera», rememora. Dice Morcuende que los veinte fallecidos estaban en lo alto de una vaguada, que durante un incendio forestal «es el lugar más peligroso [la posición de hombre muerto que el especialista mencionó anteriormente] al convertirse en una especie de chimenea por donde las llamas siempre ascienden rápidamente».
Y eso es precisamente lo que sucedió ese martes de 1984. Jesús Sito Simancas, histórico comunicador radiofónico, fue testigo de lo que hoy describe como «una explosión» de cuyas mortales consecuencias escapó por los pelos.

Dos miembros del operativo de rescate transportan una camilla.. / ED
El director de la emisora Onda Tagoror era uno de los radioaficionados que facilitaba las comunicaciones entre las autoridades, organismos públicos y las cuadrillas que luchaban contra el fuego. «Estábamos en un mirador en la zona de Las Lajas, pero el gobernador civil pidió ir hasta el Roque de Agando, donde ocurrió la tragedia». Indica que «aquello fue dantesco, no se puede explicar». Periodistas, políticos y quienes batallaban para frenar las llamas se encontraban «en el centro de la carretera y, de repente», dice, «pude ver al sargento de la Guardia Civil y a otras personas que corrían» percatándose de que «el delegado del Gobierno en La Gomera estaba en una cuneta y se tiraba tierra en su espalda».
Plasencia, presidente del Cabildo gomero, «se le despegaba la piel de la cara»
Rápidamente, el jefe del Icona, León Sosa, se subió en su todoterreno y arrancó. «Yo, como Dios me dio a entender, me enganché en la parte trasera para salir de allí», evoca Sito. Pero era consciente del riesgo de su acción.
«Vio pasar a su amigo, el taxista Vidal Tomé, y se bajó del coche. Ambos se hicieron señales. Vidal abrió la puerta del Peugeot 604 Turbo y Simancas se subió. Así huyeron del infierno», escribía en 2019 en El Día el periodista Pedro Fumero sobre las vicisitudes de Jesús y Vidal, quienes recordaban que pese a llevar cerrados los cristales del automóvil estos hicieron de «efecto lupa» multiplicando tanto en el interior del coche la temperatura que acabó provocándoles heridas en brazos, hombros y rostro.
Los supervivientes cuentan que, antes del inesperado ascenso de las llamaradas mortales, el Mercedes del gobernador civil estaba aparcado detrás del suyo. Mientras el chófer de Francisco Afonso daba la vuelta con el objetivo de dirigirse a la zona no quemada, Tomé decidió esquivarlo y dirigirse hacia San Sebastián. Simancas tiene claro que sobrevivieron gracias a aquella decisión.
«Alguien gritó a Brito, el conductor del gobernador: ¡Para lo quemado, para lo quemado!», pero por circunstancias desconocidas este se dirigió hacia la cumbre. Rememoran que debido al humo y las llamas «no se veía nada» aunque aquella escasa visibilidad les permitió ser testigos de cómo «algunas personas se tiraron desde la carretera hacia la ladera de pinos», recogía Fumero en un reportaje publicado para conmemorar el 35 aniversario de la tragedia de La Gomera donde, asimismo, contaba que Sito y Tomé recogieron al presidente del Cabildo gomero de la época, Antonio Plasencia Trujillo, con quemaduras en el rostro, y a un trabajador del Ayuntamiento de San Sebastián.
«Al mirar por el espejo retrovisor, Tomé veía que a Plasencia se le despegaba la piel de la cara por efecto del calor», unas temperaturas tan altas que incluso provocaron que «los neumáticos del Peugeot se deformaran» impidiendo que el coche pudiese circular por encima de los 40 kilómetros/hora.
Lito Plasencia Trujillo, con un 60% de su cuerpo quemado, fue hasta el momento de morir a los 82 años de edad la imagen de la tragedia con su rostro marcado por el fuego.
Miguel Ángel Morcuende Hurtado responde que «el cambio es abismal» a la pregunta de cómo han mejorado desde 1984 a día de hoy tanto los medios de extinción en Canarias —«y en el resto de España», matiza— como el conocimiento de los profesionales sobre el comportamiento de las llamas en ese tipo de incendios. «Con la tecnificación actual estoy seguro que se habría evitado» el fallecimiento de quienes perdieron la vida a los pies del Agando, entre ellos, un puñado de voluntarios de La Gomera con muchas ganas de ayudar pero sin demasiada experiencia.
Aarón Afonso, quien tras el fallecimiento de su progenitor tardó 32 años en pisar La Gomera, a donde volvió junto a su madre —«nos habíamos prometido que iríamos juntos», confiesa—, destaca cómo ha cambiado tanto la Isla colombina como los medios con los cuales en la actualidad se lucha contra el fuego en Canarias.
«La situación es muy diferente a la de hace cuatro décadas porque, por ejemplo, las carreteras en la zona han mejorado muchísimo y el Archipiélago está más preparado en lo concerniente a la extinción de incendios», añade antes de hablar sobre la manera en que abordaron los medios de comunicación en 1984 el dramático suceso publicando fotografías de las víctimas completamente calcinadas.
«Evitamos ver esas imágenes», dice el político que concluye admitiendo cómo semejante golpe existencial «te convierte en una persona más fuerte pero también más sensible al dolor ajeno», aquel sufrimiento cuyas consecuencias trataban de evitar los primeros habitantes de La Gomera con sus humildes ofrendas a los pies del Roque Agando.
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