Ciencia

Galileo y las lunas de Júpiter

El matemático concluyó que orbitaban en torno al planeta, lo que las convertía en los primeros objetos supralunares observados que no lo hacían con la Tierra P No le fue mal en su reunión con los astrónomos oficiales de la Iglesia, y fue recibido por el papa Pablo V

Galileo y las lunas de Júpiter

Galileo y las lunas de Júpiter / El Día

«El día siete de enero del presente año 1610, en la primera hora de la noche siguiente, mientras yo contemplaba los astros celestes a través del anteojo, apareció Júpiter, y puesto que yo tenía dispuesto un instrumento suficientemente excelente, comprobé (cosa que antes en absoluto me había sucedido por la debilidad del otro aparato) que lo acompañaban tres estrellitas, pequeñas en verdad, pero no obstante clarísimas, las cuales, aunque se considerasen en el número de las fijas, me produjeron no poco asombro, por el hecho de que parecían dispuestas exactamente en una línea recta y paralela a la eclíptica». Pasaje de Galileo Galilei en el ‘Sidereus Nuncius’ (Mensajero de las estrellas).

Galileo se había enterado de la fabricación de un nuevo instrumento óptico que permitía ver objetos distantes que no se alcanzaban a simple vista, consiguió uno y fue mejorando tanto en el tubo que utilizaba, pasando del primero de plomo a otros más largos de metal o madera y cuero, puliendo cuidadosamente lentes nuevas y más grandes para construir telescopios (aún no se llamaban así) cada vez mejores, hasta lograr uno que tenía 4,4 centímetros de diámetro, 1,2 metros de largo y era capaz de aumentar el diámetro de los objetos treinta y tres veces.

Antonio Banfi, en su libro Vida de Galileo Galilei, escribe: «Para nosotros resulta evidente que el mérito no estriba en dicha originalidad, sino en la genialidad técnica capaz de construir un tipo de telescopio que siguió siendo el mejor de todos los conocidos durante muchos años y el único adecuado a la observación astronómica, en esta misma aplicación y en la precisión de su método, tanto en lo que concierne a la observación como a la medición, es decir, a la postura científica general del espíritu y la actividad de Galileo, para quien el telescopio, de simple curiosidad óptica, pasó a ser eficacísimo instrumento del saber».

Galileo primero quiso enfocar a la Luna, donde encontró un paisaje parecido a algunos de la Tierra (¿qué pasaba entonces con la argumentación aristotélica sobre la perfección del mundo supralunar?). Después dirigió su telescopio a la Vía Láctea y a las distantes nebulosas que con la resolución de este anteojo mostraron estar formadas cada una de ellas por una miriada de estrellas. A continuación, y casi por casualidad, se centró en Júpiter, uno de los planetas conocidos desde la antigüedad clásica, y allí se encontró como hemos visto en la entradilla con que estaba «escoltado» por varias estrellitas de las que fue anotando su posición relativa, su distancia al planeta, buscando conocer su periodo y naturaleza. Las designó como I, II, III, y IV y llegó a la conclusión de que orbitaban en torno a Júpiter, lo que los convertía en los primeros objetos supralunares observados que no lo hacían alrededor de la Tierra ya que el caso de los cometas estudiados por Tycho Brahe había quedado en suspenso. Podemos pensar, pero él no nos lo dice, que Galileo dejó de creer en Ptolomeo. Veremos las consecuencias.

El 16 de abril de 1611, los Avvisi daban la siguiente noticia: «Galileo Galilei, el matemático, llegó aquí procedente de Florencia antes de Semana Santa. Anteriormente profesor de Padua, se encuentra en la actualidad al servicio del Gran Duque [de Toscana] con una asignación de 1.000 escudos. Ha observado el movimiento de las estrellas con el occhiali, que ha inventado o más bien mejorado. En contra de la opinión de todos los filósofos de la antigüedad, declara que hay cuatro o más estrellas o planetas, que son acompañantes de Júpiter y que él llama los cuerpos Mediceos, así como dos compañeros de Saturno. Ha discutido aquí su opinión al respecto con el Padre Clavius, el Jesuita». Vemos en este texto una popularidad creciente de un científico que raras veces se dará en la historia. En general nos gustan las personas capaces de cuestionar razonablemente las verdades oficiales, y Galileo lo estaba haciendo sin citar, todavía, a Copérnico y sus consecuencias.

Tampoco le fue mal a Galileo en su reunión con los astrónomos oficiales de la Iglesia. Fue recibido por el papa Pablo V (Camilo Borghese) y un comité científico de eclesiásticos aceptó como verdaderos los descubrimientos del Sidereus Nuncius. Pero no todos reconocían el trabajo del astrónomo de la corte florentina. Galileo le escribe a Kepler: «Tú eres el primero y casi el único que, con sólo un examen superficial de las cosas, y debido a tu independencia de pensamiento y a tu elevado espíritu, concedes total crédito a mis afirmaciones... Muchos en Pisa, mi Kepler, así como en Florencia, Bolonia, Venecia y Padua, han visto lo mismo, pero todos ellos callan y vacilan, pues la mayoría no reconoce ni a Júpiter ni a Marte, y apenas a la Luna, como planeta...». Fue Kepler, admirador sin fisuras de Galileo, el que dio el nombre de «satélites» a los acompañantes de Júpiter (satélites eran los guardias que acompañaban a los poderosos). Y fue Simón Marius (1573-1624), que le disputaba a Galileo la primacía del descubrimiento, quien dio a estos satélites, siguiendo la tradición clásica, los nombres actuales de Io, Europa, Ganimedes y Calisto, nombres de tres mujeres y un joven con quienes Júpiter (Zeus) había tenido relaciones amorosas.

Los enemigos de Galileo en esta primera hora tras sus descubrimientos fueron sobre todo los aristotélicos. Lo siguiente lo tomamos, adaptándolo, de Hemleben: «Arturo d’Elci presintió el peligro que representaban, para él y sus correligionarios, investigadores y pensadores como Galileo. Por ello le ataca y escribe sobre su obra: ‘Ahora ya no es tiempo de atender a las burlas, (...) con banderas al viento viene ya el autor a asaltar, osadamente, la roca de la doctrina peripatética, hasta ahora invencible y gloriosa (...). Quién sabe cuántos jóvenes de ingenio vivaz y llenos de múltiples deseos de saber, atraídos por la novedad de la doctrina se desviarán incautamente del camino llano y seguro de la filosofía peripatética hacia otra nueva (...) Grande será la pérdida de asistencia a la Universidad y a la escuela pública y poco serán escuchados los grandes profesores que tienen a Aristóteles por guía y por primer maestro’». Después se le sumaron los que veían en sus afirmaciones la negación de las verdades bíblicas. Esa parte de la historia es bien conocida.

El trabajo de Galileo fue revolucionario y desafió las creencias filosóficas y religiosas establecidas en ese momento. El descubrimiento de las lunas de Júpiter abrió una nueva ventana al universo y allanó el camino para futuras exploraciones y descubrimientos en el campo de la astronomía. «Ladran, luego cabalgamos».

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